/ miércoles 20 de mayo de 2020

Pandemias, cicatrices de la humanidad

Las pestes no sólo quitan vidas, sino que han condicionado sociedades enteras, por lo que pueden considerarse como cicatrices que han marcado la historia de la humanidad, que siempre ha estado acostumbrada al gran adversario material, pero al afectarla una epidemia, se presenta por lo impredecible y lo desconocido, la cual siempre ha penetrado a través de la vía marítima a los países.

La vida humana estuvo expuesta desde tiempos inmemoriales y en muchas ocasiones plagas, pestes, gripes y un sinfín de enfermedades provocaron la muerte de millones de personas, sin que se conocieran incluso las causas, mientras la guerra representa el esfuerzo conjunto de toda una sociedad para enfrentar a otro, que está contra nosotros demonizado, y la epidemia, por el contrario, es el aislamiento y la sociedad que se separa para no contagiarse.

Desde la plaga en Grecia, durante la Guerra del Peloponeso, que se denominaba la hibris y fue vista como el castigo a una Atenas desmesurada, que rompe todos los límites, que desata una guerra que finalmente la termina destruyendo.

En el prólogo de su libro El Decamerón, el escritor italiano Giovanni Boccaccio, en el siglo XIV nos cuenta cómo vivió la ciudad de Florencia la llamada peste negra, el mal que asoló a la entonces próspera urbe, en la cual sólo uno de cada cinco habitantes logró salvar la vida, por lo que este mal que tuvo su pico en 1347 a 1353, puede ser el más devastador que afectó a la humanidad.

Los judíos fueron culpados en muchos lugares por la propagación de la enfermedad, lo cual generó persecución y muerte, aunque expertos aseguran que el comercio entre Asia y Europa fue la fuente principal de contagio, sobre todo a través de los marineros.

El mal se extendió por todos los países de la región, llegó incluso al norte de África y sólo Finlandia e Islandia, entre los países europeos, quedaron al margen y miles de personas quedaron abandonadas a su suerte, muchas de ellas expulsadas de sus casas por los propios

familiares.

Al aparecer los primeros síntomas: Fiebre alta, tos y esputos sanguinolentos, sangrado, mucha sed y manchas en la piel, entre muchos otros, los enfermos eran apartados al momento y los considerados sanos huían de ellos sin saber que poco después podían verse en la misma situación.

En la Edad Media, la peste representa el azote de Dios y es un reflejo del castigo del pecado de una sociedad cristiana, toma como la eterna lucha metafísica que se produce entre el bien y el mal en el mundo tardío medieval, por lo que cuando el conquistador español se lanza a América no lo hace sólo por la fortuna, sino para formar un nuevo mundo donde la peste no pudiese llegar.

La viruela se conocía desde diez mil años antes de Cristo y durante mucho tiempo la epidemia se sucedía una tras otra diezmando poblaciones enteras, al extremo de que algunas culturas preferían esperar a que los hijos contrajeran la enfermedad y sobrevivieran para luego ponerles un nombre.

Moría entonces, la tercera parte de los enfermos y en la India pensaban que era la bendición de una deidad, lo cual posibilitó que contagiar a muchas personas que acudían a adorar al enfermo, mientras en Europa, durante el siglo XVIII, mató y desfiguró a millones de personas.

Luego viajando hasta América durante el siglo XVI de la mano de los conquistadores, la viruela fue factor importante en la derrota de los imperios Inca y Azteca. En 1520, afectó a los aztecas que defendían Tenochtitlán y provocó incluso, la muerte de uno de sus líderes Cuitláhuac y en Sudamérica se ensañó en el territorio del imperio Inca, mató al emperador Huayna Capac, cuyo deceso generó una guerra civil, bien aprovechada por los conquistadores.

El centro hegemónico europeo no escapó de las garras de las epidemias, las que llegaron a redefinir a la sociedad y uno de los últimos brotes de peste negra que azotó a la Londres medieval clásica que fue destruida por un gran incendio que permitió restablecer la ciudad que conocemos hoy.

La gripe española en 1918, en lugar de ensañarse en los niños y los ancianos, escogió a los jóvenes y adultos saludables, además de los animales, sobre todo a los perros y gatos domésticos, en cuyas filas hizo enormes estragos y para muchos, constituye la pandemia más devastadora de la historia humana, con una cifra de muertos que oscila entre los 40 y los 100 millones de personas.

La lista de enfermedades puede ser interminable, pero incluiría, seguro el sarampión; el paludismo en África, donde aún se cobra miles de vidas cada año; la lepra, la fiebre amarilla, el dengue, el sarampión, las gripes de los últimos años, generadas por los SARS, y ahora la situación generada por el coronavirus, que se extiende por más de 130 países.

Aún hoy, la historia tiene mucho que enseñar.

Las pestes no sólo quitan vidas, sino que han condicionado sociedades enteras, por lo que pueden considerarse como cicatrices que han marcado la historia de la humanidad, que siempre ha estado acostumbrada al gran adversario material, pero al afectarla una epidemia, se presenta por lo impredecible y lo desconocido, la cual siempre ha penetrado a través de la vía marítima a los países.

La vida humana estuvo expuesta desde tiempos inmemoriales y en muchas ocasiones plagas, pestes, gripes y un sinfín de enfermedades provocaron la muerte de millones de personas, sin que se conocieran incluso las causas, mientras la guerra representa el esfuerzo conjunto de toda una sociedad para enfrentar a otro, que está contra nosotros demonizado, y la epidemia, por el contrario, es el aislamiento y la sociedad que se separa para no contagiarse.

Desde la plaga en Grecia, durante la Guerra del Peloponeso, que se denominaba la hibris y fue vista como el castigo a una Atenas desmesurada, que rompe todos los límites, que desata una guerra que finalmente la termina destruyendo.

En el prólogo de su libro El Decamerón, el escritor italiano Giovanni Boccaccio, en el siglo XIV nos cuenta cómo vivió la ciudad de Florencia la llamada peste negra, el mal que asoló a la entonces próspera urbe, en la cual sólo uno de cada cinco habitantes logró salvar la vida, por lo que este mal que tuvo su pico en 1347 a 1353, puede ser el más devastador que afectó a la humanidad.

Los judíos fueron culpados en muchos lugares por la propagación de la enfermedad, lo cual generó persecución y muerte, aunque expertos aseguran que el comercio entre Asia y Europa fue la fuente principal de contagio, sobre todo a través de los marineros.

El mal se extendió por todos los países de la región, llegó incluso al norte de África y sólo Finlandia e Islandia, entre los países europeos, quedaron al margen y miles de personas quedaron abandonadas a su suerte, muchas de ellas expulsadas de sus casas por los propios

familiares.

Al aparecer los primeros síntomas: Fiebre alta, tos y esputos sanguinolentos, sangrado, mucha sed y manchas en la piel, entre muchos otros, los enfermos eran apartados al momento y los considerados sanos huían de ellos sin saber que poco después podían verse en la misma situación.

En la Edad Media, la peste representa el azote de Dios y es un reflejo del castigo del pecado de una sociedad cristiana, toma como la eterna lucha metafísica que se produce entre el bien y el mal en el mundo tardío medieval, por lo que cuando el conquistador español se lanza a América no lo hace sólo por la fortuna, sino para formar un nuevo mundo donde la peste no pudiese llegar.

La viruela se conocía desde diez mil años antes de Cristo y durante mucho tiempo la epidemia se sucedía una tras otra diezmando poblaciones enteras, al extremo de que algunas culturas preferían esperar a que los hijos contrajeran la enfermedad y sobrevivieran para luego ponerles un nombre.

Moría entonces, la tercera parte de los enfermos y en la India pensaban que era la bendición de una deidad, lo cual posibilitó que contagiar a muchas personas que acudían a adorar al enfermo, mientras en Europa, durante el siglo XVIII, mató y desfiguró a millones de personas.

Luego viajando hasta América durante el siglo XVI de la mano de los conquistadores, la viruela fue factor importante en la derrota de los imperios Inca y Azteca. En 1520, afectó a los aztecas que defendían Tenochtitlán y provocó incluso, la muerte de uno de sus líderes Cuitláhuac y en Sudamérica se ensañó en el territorio del imperio Inca, mató al emperador Huayna Capac, cuyo deceso generó una guerra civil, bien aprovechada por los conquistadores.

El centro hegemónico europeo no escapó de las garras de las epidemias, las que llegaron a redefinir a la sociedad y uno de los últimos brotes de peste negra que azotó a la Londres medieval clásica que fue destruida por un gran incendio que permitió restablecer la ciudad que conocemos hoy.

La gripe española en 1918, en lugar de ensañarse en los niños y los ancianos, escogió a los jóvenes y adultos saludables, además de los animales, sobre todo a los perros y gatos domésticos, en cuyas filas hizo enormes estragos y para muchos, constituye la pandemia más devastadora de la historia humana, con una cifra de muertos que oscila entre los 40 y los 100 millones de personas.

La lista de enfermedades puede ser interminable, pero incluiría, seguro el sarampión; el paludismo en África, donde aún se cobra miles de vidas cada año; la lepra, la fiebre amarilla, el dengue, el sarampión, las gripes de los últimos años, generadas por los SARS, y ahora la situación generada por el coronavirus, que se extiende por más de 130 países.

Aún hoy, la historia tiene mucho que enseñar.