/ miércoles 19 de agosto de 2020

Centenario de la entrega de armas de Pancho Villa en Tlahualilo

A finales de este mes se conmemora el centenario de la entrega de armas por parte de Pancho Villa en Tlahualilo, Durango, una fecha histórica que seguramente los pobladores laguneros recordarán con singular entusiasmo, toda vez que representó un antes y un después en el escenario revolucionario de México.

Al parecer, el ayuntamiento de Tlahualilo, tiene dispuesto una serie de actividades que para no dejar pasar desapercibido tan magno acontecimiento de interés nacional; ojalá que los eventos sean acordes a las expectativas de los villólogos del país. Vamos a entrar en contexto, respecto al momento histórico de aquel momento:

Las negociaciones de paz, se efectuaron en la población de Sabinas, Coahuila; por razones de táctica militar villista, toda vez que el lugar le facilitaba un eventual escape en caso de alguna contingencia; Villa aceptó que el negociador del gobierno fuera el general Eugenio Martínez en su calidad de jefe de Operaciones Militares en el estado de Coahuila, de tal manera que oficialmente Villa firmó la amnistía en Sabinas, Coahuila, el 28 de julio de 1920.

Después de la firma de los acuerdos en aquel lugar coahuilense, el general Francisco Villa le instruyó a su tropa para que se trasladaran a Tlahualilo, Dgo., sitio donde se realizaría la capitulación de las armas y la firma de la paz. La preocupación de Villa durante su estancia en esa población fue desarticular el resto de su destacamento que lo acompañó durante su etapa de guerrillero.

Todos los revolucionarios acudieron a depositar sus armas como integrantes de la otrora División del Norte, ante la presencia del general Eugenio Martínez y Elías Torres, quienes arribaron a Tlahualilo, con la representación del presidente de la República Adolfo de la Huerta.

Conforme a la tradición oral de los habitantes de la población de Tlahualilo, el sitio donde se realizó la liquidación de la tropa y la entrega de las armas de la escolta, fue a orillas del pueblo, bajo la espesa sombra de un álamo. Para el acto se habilitó una pequeña mesa y una silla de madera, donde Pancho Villa leyó un manifiesto a la nación firmado por 166 oficiales de su tropa, que a la letra decía:

“Consideramos que, sin el afianzamiento de la paz en la República, de una paz orgánica, la reconstrucción Nacional será imposible. Consideramos que, sin esa paz, la ley y las promesas de la Revolución siempre serán burladas. Consideramos que es forzosa la unión dentro de la ley y de los principios revolucionarios por lo que hemos venido luchando desde 1910, para hacer una patria feliz, grande fuerte y respetable. Consideramos que, el actual régimen hay hombres de buena fe honradez y patriotismo que puedan hacer obra salvadora nacional, si les brindamos para ello la ocasión.

Por ello deponemos las armas y ante la Nación y ante el mundo declaramos que nos retiramos desde hoy a la vida privada, soldados, oficiales y jefes del Ejército Reconstructor Nacional, protestando nunca jamás volver a combatir contra nadie, más que en el único caso de una intervención extranjera.

Al dar este paso de gran significación y trascendencia sólo nos mueve el grande amor que le tenemos a esta tierra bendita que nos vio nacer, previo pacto que celebramos con el gobierno general, decorosa, digna y cordialmente.

Al retirarnos para siempre a la vida de trabajo, sabremos demostrar también a la nación y al mundo entero, que, si en la lucha supimos destruir porque fue forzoso muchas veces, igualmente, reconstruir ahora que el deber y el bien de la República nos lo reclaman. Constitución, Reforma, Justicia y Ley; Tlahualilo, Durango; a 31 de agosto de 1920”.

Al concluir la lectura del Manifiesto a la Nación, el general Villa arengó a sus compañeros de armas a prepararse a trabajar en lo que más les encajara, y a vivir en paz. Mientras se desarrollaba la liquidación de la tropa, Villa le ordenó que la banda del pueblo que interpretaran algunas piezas del gusto popular, pagando al final de la música con varias alazanas de oro.

Al término de la celebración el Villa partió con sus Dorados rumbo a Canutillo. Después del armisticio, algunos altos jefes villistas que se habían licenciado de conformidad con los tratados, aprovecharon para visitar la capital del estado de Durango.

Al caminar por las calles, los habitantes de la ciudad observaban a los revolucionarios con profundo respeto, sorprendidos por su actitud pacífica. Sin embargo, se percibía en la población, indicios de escepticismo, y no pocos incrédulos dudaron del sometimiento villista.

A finales de este mes se conmemora el centenario de la entrega de armas por parte de Pancho Villa en Tlahualilo, Durango, una fecha histórica que seguramente los pobladores laguneros recordarán con singular entusiasmo, toda vez que representó un antes y un después en el escenario revolucionario de México.

Al parecer, el ayuntamiento de Tlahualilo, tiene dispuesto una serie de actividades que para no dejar pasar desapercibido tan magno acontecimiento de interés nacional; ojalá que los eventos sean acordes a las expectativas de los villólogos del país. Vamos a entrar en contexto, respecto al momento histórico de aquel momento:

Las negociaciones de paz, se efectuaron en la población de Sabinas, Coahuila; por razones de táctica militar villista, toda vez que el lugar le facilitaba un eventual escape en caso de alguna contingencia; Villa aceptó que el negociador del gobierno fuera el general Eugenio Martínez en su calidad de jefe de Operaciones Militares en el estado de Coahuila, de tal manera que oficialmente Villa firmó la amnistía en Sabinas, Coahuila, el 28 de julio de 1920.

Después de la firma de los acuerdos en aquel lugar coahuilense, el general Francisco Villa le instruyó a su tropa para que se trasladaran a Tlahualilo, Dgo., sitio donde se realizaría la capitulación de las armas y la firma de la paz. La preocupación de Villa durante su estancia en esa población fue desarticular el resto de su destacamento que lo acompañó durante su etapa de guerrillero.

Todos los revolucionarios acudieron a depositar sus armas como integrantes de la otrora División del Norte, ante la presencia del general Eugenio Martínez y Elías Torres, quienes arribaron a Tlahualilo, con la representación del presidente de la República Adolfo de la Huerta.

Conforme a la tradición oral de los habitantes de la población de Tlahualilo, el sitio donde se realizó la liquidación de la tropa y la entrega de las armas de la escolta, fue a orillas del pueblo, bajo la espesa sombra de un álamo. Para el acto se habilitó una pequeña mesa y una silla de madera, donde Pancho Villa leyó un manifiesto a la nación firmado por 166 oficiales de su tropa, que a la letra decía:

“Consideramos que, sin el afianzamiento de la paz en la República, de una paz orgánica, la reconstrucción Nacional será imposible. Consideramos que, sin esa paz, la ley y las promesas de la Revolución siempre serán burladas. Consideramos que es forzosa la unión dentro de la ley y de los principios revolucionarios por lo que hemos venido luchando desde 1910, para hacer una patria feliz, grande fuerte y respetable. Consideramos que, el actual régimen hay hombres de buena fe honradez y patriotismo que puedan hacer obra salvadora nacional, si les brindamos para ello la ocasión.

Por ello deponemos las armas y ante la Nación y ante el mundo declaramos que nos retiramos desde hoy a la vida privada, soldados, oficiales y jefes del Ejército Reconstructor Nacional, protestando nunca jamás volver a combatir contra nadie, más que en el único caso de una intervención extranjera.

Al dar este paso de gran significación y trascendencia sólo nos mueve el grande amor que le tenemos a esta tierra bendita que nos vio nacer, previo pacto que celebramos con el gobierno general, decorosa, digna y cordialmente.

Al retirarnos para siempre a la vida de trabajo, sabremos demostrar también a la nación y al mundo entero, que, si en la lucha supimos destruir porque fue forzoso muchas veces, igualmente, reconstruir ahora que el deber y el bien de la República nos lo reclaman. Constitución, Reforma, Justicia y Ley; Tlahualilo, Durango; a 31 de agosto de 1920”.

Al concluir la lectura del Manifiesto a la Nación, el general Villa arengó a sus compañeros de armas a prepararse a trabajar en lo que más les encajara, y a vivir en paz. Mientras se desarrollaba la liquidación de la tropa, Villa le ordenó que la banda del pueblo que interpretaran algunas piezas del gusto popular, pagando al final de la música con varias alazanas de oro.

Al término de la celebración el Villa partió con sus Dorados rumbo a Canutillo. Después del armisticio, algunos altos jefes villistas que se habían licenciado de conformidad con los tratados, aprovecharon para visitar la capital del estado de Durango.

Al caminar por las calles, los habitantes de la ciudad observaban a los revolucionarios con profundo respeto, sorprendidos por su actitud pacífica. Sin embargo, se percibía en la población, indicios de escepticismo, y no pocos incrédulos dudaron del sometimiento villista.