/ domingo 20 de enero de 2019

Cultivemos nuestra conducta

Como dueños de nuestra conducta cultivémosla lo mejor posible; así seremos poseedores de una personalidad agradable si no para todo el mundo al menos para con quienes convivimos. Entre los diversos procederes que realizamos en la vida diaria, me atrevo a resaltar una costumbre muy común pero no válida porque desacredita nuestra honorabilidad.

Si queremos formar parte de un mundo más pacífico, es esencial que empecemos por dejar de juzgar a los demás y, para ello, es preciso cambiar este hábito tan arraigado. A menudo no estamos conscientes de ello; es más, ni siquiera reconocemos que nosotros mismos creamos estos pensamientos; por lo que, también somos los únicos que podemos deshacernos de ellos.

Para abandonar esta actitud hay que reemplazarla por otra, porque la mente no puede estar quieta. La mejor posición que podemos cultivar y que lo cambiará todo y a todos es la gratitud. Ella nos permite entender que todas las personas con las que coexistimos son necesarias y que esto nos da la oportunidad de expresarles nuestro afecto, nuestra amistad y la cordialidad.

Demostrar nuestro deseo de convivir grata y respetuosamente es la mejor labor que podemos multiplicar en esta vida. Amar a nuestros prójimos con sinceridad, con honestidad, es una contribución a enriquecer nuestra vitalidad en un mundo que todo depende de la naturaleza y de nosotros como seres humanos.

Al juzgar a los demás estamos revelando cómo nos sentimos nosotros mismos; lo hacemos de una manera tan sutil que es muy fácil negarlo porque creemos que no podemos tener los defectos que vemos en los demás. Pero tal manía no nos hace ningún bien ya que nos impide cualquier expresión de amor; nos hace sentirnos más separados, a la vez que nos exhibe con un sentimiento de inferioridad que nos hace aparecer con una imagen vulgar y obscena.

Nuestros juicios de valores socavan por completo cada experiencia que tenemos, ya sea en casa, con los amigos o con los desconocidos. Aunque nos cueste entenderlo, este hábito de juzgar a los demás se basa siempre en el miedo y, sólo hasta que lo reconozcamos y comprendamos sus raíces, vamos a desterrar esta perniciosa rutina y hacer valer nuestra elocuente y digna cultura. Lo que más nos honra y acredita es mantener siempre vigente nuestra educación labrando nuestra sensibilidad más sana.

Podemos sentir de inmediato los beneficios de este cambio y elegir sólo conocer las virtudes de los demás en lugar de escandalizarnos de sus defectos.

Con ello el nivel de confianza y el bienestar social crecerá y nuestro estado de ánimo aumentará, permitiéndonos sentir mayor serenidad. Lo importante es ver que nuestros estados de ánimo cambien cuando respondemos positivamente a las personas que hay en nuestras vidas. Vivamos en un ambiente de paz, unidad y buena voluntad.

Considerar nuestras relaciones humanas como algo que hemos elegido, nos permite buscar el significado que tienen en nuestra vida, en lugar de resentirnos y juzgar a las demás personas arbitrariamente. Desde esta perspectiva adquirimos una visión más clara de por qué nosotros y ellas estamos aquí.

Nuestra vida está llena de maravillosos misterios, cada uno diseñado según nuestras propias especificaciones.

Ello nos hace ver nuestro pasado de otra forma y estar dispuestos a aceptar el futuro con determinación. Nuestro deseo de experimentar la paz interior, un deseo que creo todos compartimos, sólo puede alcanzarse de una manera: A través de las experiencias que tenemos con los demás. Si nos proponemos hacer todo lo necesario para sanar una relación, la tensión disminuirá milagrosamente en todas las que mantengamos.

Algo también importante de señalar es la de asumir que somos responsables de nuestros actos y de abandonar la necesidad de controlar a los demás. Esta obsesión puede ser muy fuerte, refiriéndome a los intereses personales, particulares, no de trabajo. La manifestamos con los hijos, con nuestra pareja, con los amigos e incluso en el trabajo mismo con los demás operadores. Sin duda hay demasiadas razones para aprovecharse, pero una de las más predominantes es que pensamos que al controlar a alguien, hacemos que esa persona siga apegada a nosotros y que necesite de nuestra presencia en su vida. Y a decir verdad, esta actitud que digerimos no es más que una defensa contra la inseguridad e ineptitud que sentimos.

Como dueños de nuestra conducta cultivémosla lo mejor posible; así seremos poseedores de una personalidad agradable si no para todo el mundo al menos para con quienes convivimos. Entre los diversos procederes que realizamos en la vida diaria, me atrevo a resaltar una costumbre muy común pero no válida porque desacredita nuestra honorabilidad.

Si queremos formar parte de un mundo más pacífico, es esencial que empecemos por dejar de juzgar a los demás y, para ello, es preciso cambiar este hábito tan arraigado. A menudo no estamos conscientes de ello; es más, ni siquiera reconocemos que nosotros mismos creamos estos pensamientos; por lo que, también somos los únicos que podemos deshacernos de ellos.

Para abandonar esta actitud hay que reemplazarla por otra, porque la mente no puede estar quieta. La mejor posición que podemos cultivar y que lo cambiará todo y a todos es la gratitud. Ella nos permite entender que todas las personas con las que coexistimos son necesarias y que esto nos da la oportunidad de expresarles nuestro afecto, nuestra amistad y la cordialidad.

Demostrar nuestro deseo de convivir grata y respetuosamente es la mejor labor que podemos multiplicar en esta vida. Amar a nuestros prójimos con sinceridad, con honestidad, es una contribución a enriquecer nuestra vitalidad en un mundo que todo depende de la naturaleza y de nosotros como seres humanos.

Al juzgar a los demás estamos revelando cómo nos sentimos nosotros mismos; lo hacemos de una manera tan sutil que es muy fácil negarlo porque creemos que no podemos tener los defectos que vemos en los demás. Pero tal manía no nos hace ningún bien ya que nos impide cualquier expresión de amor; nos hace sentirnos más separados, a la vez que nos exhibe con un sentimiento de inferioridad que nos hace aparecer con una imagen vulgar y obscena.

Nuestros juicios de valores socavan por completo cada experiencia que tenemos, ya sea en casa, con los amigos o con los desconocidos. Aunque nos cueste entenderlo, este hábito de juzgar a los demás se basa siempre en el miedo y, sólo hasta que lo reconozcamos y comprendamos sus raíces, vamos a desterrar esta perniciosa rutina y hacer valer nuestra elocuente y digna cultura. Lo que más nos honra y acredita es mantener siempre vigente nuestra educación labrando nuestra sensibilidad más sana.

Podemos sentir de inmediato los beneficios de este cambio y elegir sólo conocer las virtudes de los demás en lugar de escandalizarnos de sus defectos.

Con ello el nivel de confianza y el bienestar social crecerá y nuestro estado de ánimo aumentará, permitiéndonos sentir mayor serenidad. Lo importante es ver que nuestros estados de ánimo cambien cuando respondemos positivamente a las personas que hay en nuestras vidas. Vivamos en un ambiente de paz, unidad y buena voluntad.

Considerar nuestras relaciones humanas como algo que hemos elegido, nos permite buscar el significado que tienen en nuestra vida, en lugar de resentirnos y juzgar a las demás personas arbitrariamente. Desde esta perspectiva adquirimos una visión más clara de por qué nosotros y ellas estamos aquí.

Nuestra vida está llena de maravillosos misterios, cada uno diseñado según nuestras propias especificaciones.

Ello nos hace ver nuestro pasado de otra forma y estar dispuestos a aceptar el futuro con determinación. Nuestro deseo de experimentar la paz interior, un deseo que creo todos compartimos, sólo puede alcanzarse de una manera: A través de las experiencias que tenemos con los demás. Si nos proponemos hacer todo lo necesario para sanar una relación, la tensión disminuirá milagrosamente en todas las que mantengamos.

Algo también importante de señalar es la de asumir que somos responsables de nuestros actos y de abandonar la necesidad de controlar a los demás. Esta obsesión puede ser muy fuerte, refiriéndome a los intereses personales, particulares, no de trabajo. La manifestamos con los hijos, con nuestra pareja, con los amigos e incluso en el trabajo mismo con los demás operadores. Sin duda hay demasiadas razones para aprovecharse, pero una de las más predominantes es que pensamos que al controlar a alguien, hacemos que esa persona siga apegada a nosotros y que necesite de nuestra presencia en su vida. Y a decir verdad, esta actitud que digerimos no es más que una defensa contra la inseguridad e ineptitud que sentimos.