/ viernes 24 de enero de 2020

Educar es una de las grandes responsabilidades

Educar es una de las tareas más nobles, que no basta con conocer las mejores técnicas para guiar el proceso educativo, sino saberlas aplicar honesta y generosamente, sin importar tiempo y espacio.

Se necesita madera de maestro para predicar con el ejemplo, que es lo que más impacta en la conciencia de los educandos: los hechos vivos y palpables hablan más que cualquier tecnología. Es preciso la aplicación y perseverancia de métodos, tanto por el docente como por la dirección de la escuela y la supervisión; así como el cabal encauzamiento de la Secretaría de Educación, con la colaboración de las autoridades civiles y la participación de los padres de familia; estableciendo con ello un compromiso compartido, a fin de abrir brecha de entre la espesura de la incomprensión y la indiferencia y, derrocar a los emisarios del retroceso.

Desde que el ser humano tuvo conciencia de la enorme potencialidad de sus facultades y, ponerlas al servicio de sus necesidades, empezó a considerarse como un ente superior con respecto a los demás seres vivientes, con quienes compartía el mismo espacio terrenal, haciéndolo distinto por sus propiedades tan peculiares, como la inteligencia y los sentimientos entre otras.

Fue integrando su formación con base en experiencias y, después, poco a poco, con la adquisición de conocimientos, hasta llegar a la constitución de escuelas, a fin de orientar sus acciones a través de aprendizajes trasmitidos, cada vez mayor y mejor de generación en generación. La educación ha evolucionado paulatina y fundamentalmente, convirtiéndose en una misión justa e indispensable.

Abrevamos en general de nuestra querida escuela rural mexicana que mucho ha aportado de progreso para la evolución del tiempo. Sin embargo aún persiste el tradicionalismo y tenemos que modificar juicios, criterios, conductas para no quedarnos rezagados en el pasado y avanzar acorde a la actualidad en busca de bienestar y crecimiento.

Necesitamos un estado democrático fincado en la conciencia del hacer y no que quede en un simple programa. Si estamos viviendo un común período de intenso cambio y experimentación, la educación debe ser la primera en abrirse a la luz de la verdad y la razón y, crecer presuntamente con las nuevas tecnologías.

La educación es una de las principales necesidades prioritarias e incluso fuente para el logro de una mejor alimentación, salud y vivienda.

Avanza con la suma de voluntades del magisterio y la sociedad, sirviendo de modelo en el contexto nacional. Es la oportunidad para tomar decisiones y ofrecer respuestas a las necesidades más apremiantes. Las estadísticas internacionales han demostrado claramente que no hay inversión mejor ni más rentable para una sociedad que la adquisición educativa.

Ninguna de las naciones desarrolladas alcanzó la prosperidad antes de haber construido un real y eficiente sistema educacional. Los países, para alcanzar su florecimiento, necesitan aprovechar inteligentemente sus recursos, por conducto de sus gobernantes con una moral cabal, dinámica; de médicos que se entreguen con amor a salvar vidas; de ingenieros que con fe en su profesión apliquen los conocimientos científicos en su técnica industrial; de abogados que con la ley en la mano defiendan los intereses de un pueblo débil y engañado; de agricultores que con apoyo de la tecnología hagan producir generosamente la tierra; de comerciantes con una ética activa: de obreros y operarios que hagan crecer la civilización con su servicio.

Pero para contar con toda esta gama de técnicos, profesionistas, trabajadores, revestidos de auténtica moralidad, se requiere en primer lugar tener maestros íntegros, de talla cultural sencillamente grande, que dominen la pedagogía por afición y encauce por vocación al niño, al adolescente, al joven, al adulto, guiándolos positivamente para que prevean su futuro. Solamente con tal disposición se logrará la formación de ciudadanos libres y visionarios, no como esclavos del pasado, sino inyectados de patriotismo y de una voluntad creadora que engendre amor, dignidad y prosperidad en el futuro.

Estamos viviendo un nuevo milenio y es cuando más debemos aferrarnos a los principios de la verdad, para crecer con honestidad y no hundirnos en el abismo de la destrucción. Pero esta verdad no debemos buscarla fuera de nuestra realidad cuando habita dentro de nosotros, sino en la edificación de nuestra cultura, que nos proveerá los medios para arribar al paraíso del bienestar deseado.

El problema de la educación es una cuestión simple y sencillamente ética, que nos obliga, con criterios propios, a enfrentarnos a nuestro mundo. Nosotros mismos somos los artífices de nuestro porvenir y, los valores para conquistar nuestra felicidad los encontramos en la esencia misma de nuestras acciones.

El presente que vivimos y el futuro que esperamos, nos exigen actuar con moralidad y montar los escenarios de la educación; en ellos, los protagonistas principales que formarán el mañana una nueva sociedad, son los educandos, convirtiéndose en los hombres modernos de nuestro desafiante tercer milenio.

Educar es una de las tareas más nobles, que no basta con conocer las mejores técnicas para guiar el proceso educativo, sino saberlas aplicar honesta y generosamente, sin importar tiempo y espacio.

Se necesita madera de maestro para predicar con el ejemplo, que es lo que más impacta en la conciencia de los educandos: los hechos vivos y palpables hablan más que cualquier tecnología. Es preciso la aplicación y perseverancia de métodos, tanto por el docente como por la dirección de la escuela y la supervisión; así como el cabal encauzamiento de la Secretaría de Educación, con la colaboración de las autoridades civiles y la participación de los padres de familia; estableciendo con ello un compromiso compartido, a fin de abrir brecha de entre la espesura de la incomprensión y la indiferencia y, derrocar a los emisarios del retroceso.

Desde que el ser humano tuvo conciencia de la enorme potencialidad de sus facultades y, ponerlas al servicio de sus necesidades, empezó a considerarse como un ente superior con respecto a los demás seres vivientes, con quienes compartía el mismo espacio terrenal, haciéndolo distinto por sus propiedades tan peculiares, como la inteligencia y los sentimientos entre otras.

Fue integrando su formación con base en experiencias y, después, poco a poco, con la adquisición de conocimientos, hasta llegar a la constitución de escuelas, a fin de orientar sus acciones a través de aprendizajes trasmitidos, cada vez mayor y mejor de generación en generación. La educación ha evolucionado paulatina y fundamentalmente, convirtiéndose en una misión justa e indispensable.

Abrevamos en general de nuestra querida escuela rural mexicana que mucho ha aportado de progreso para la evolución del tiempo. Sin embargo aún persiste el tradicionalismo y tenemos que modificar juicios, criterios, conductas para no quedarnos rezagados en el pasado y avanzar acorde a la actualidad en busca de bienestar y crecimiento.

Necesitamos un estado democrático fincado en la conciencia del hacer y no que quede en un simple programa. Si estamos viviendo un común período de intenso cambio y experimentación, la educación debe ser la primera en abrirse a la luz de la verdad y la razón y, crecer presuntamente con las nuevas tecnologías.

La educación es una de las principales necesidades prioritarias e incluso fuente para el logro de una mejor alimentación, salud y vivienda.

Avanza con la suma de voluntades del magisterio y la sociedad, sirviendo de modelo en el contexto nacional. Es la oportunidad para tomar decisiones y ofrecer respuestas a las necesidades más apremiantes. Las estadísticas internacionales han demostrado claramente que no hay inversión mejor ni más rentable para una sociedad que la adquisición educativa.

Ninguna de las naciones desarrolladas alcanzó la prosperidad antes de haber construido un real y eficiente sistema educacional. Los países, para alcanzar su florecimiento, necesitan aprovechar inteligentemente sus recursos, por conducto de sus gobernantes con una moral cabal, dinámica; de médicos que se entreguen con amor a salvar vidas; de ingenieros que con fe en su profesión apliquen los conocimientos científicos en su técnica industrial; de abogados que con la ley en la mano defiendan los intereses de un pueblo débil y engañado; de agricultores que con apoyo de la tecnología hagan producir generosamente la tierra; de comerciantes con una ética activa: de obreros y operarios que hagan crecer la civilización con su servicio.

Pero para contar con toda esta gama de técnicos, profesionistas, trabajadores, revestidos de auténtica moralidad, se requiere en primer lugar tener maestros íntegros, de talla cultural sencillamente grande, que dominen la pedagogía por afición y encauce por vocación al niño, al adolescente, al joven, al adulto, guiándolos positivamente para que prevean su futuro. Solamente con tal disposición se logrará la formación de ciudadanos libres y visionarios, no como esclavos del pasado, sino inyectados de patriotismo y de una voluntad creadora que engendre amor, dignidad y prosperidad en el futuro.

Estamos viviendo un nuevo milenio y es cuando más debemos aferrarnos a los principios de la verdad, para crecer con honestidad y no hundirnos en el abismo de la destrucción. Pero esta verdad no debemos buscarla fuera de nuestra realidad cuando habita dentro de nosotros, sino en la edificación de nuestra cultura, que nos proveerá los medios para arribar al paraíso del bienestar deseado.

El problema de la educación es una cuestión simple y sencillamente ética, que nos obliga, con criterios propios, a enfrentarnos a nuestro mundo. Nosotros mismos somos los artífices de nuestro porvenir y, los valores para conquistar nuestra felicidad los encontramos en la esencia misma de nuestras acciones.

El presente que vivimos y el futuro que esperamos, nos exigen actuar con moralidad y montar los escenarios de la educación; en ellos, los protagonistas principales que formarán el mañana una nueva sociedad, son los educandos, convirtiéndose en los hombres modernos de nuestro desafiante tercer milenio.