/ jueves 13 de agosto de 2020

Es justo y necesario saber aceptar nuestra humanidad

El ser humano, por su condición biológica y espiritual, no puede crecer en armonía desprovisto de amor; tales sentimientos le dan seguridad en todas las etapas de su vida. Hay quienes no desean oír de fracasos y prefieren que sólo se les hable de triunfos; olvidan que la vida es un tamiz de contradicciones.

El dolor hace al hombre sensible, en tanto que el placer lo vuelve indiferente; quien olvida aprender del dolor es como quien niega a la noche sus encantos. Los niños y jóvenes necesitan lecciones y ejemplos de la abnegación y la perseverancia. La abnegación nos permite soportar el sufrimiento porque nuestra renuncia hace mayor nuestra alegría. La perseverancia disciplina nuestra voluntad y nos fortalece en el ejercicio continuo de la lucha entre los valores y los instintos.

Es de hombres prudentes no juzgar a nadie y, de insensatos, el de emitir juicios sin conocimiento de causa. No olvidemos la libertad de conciencia que es uno de los más sagrados derechos humanos; y menos ahora, cuando la democracia y los derechos humanos se pregonan a los cuatro vientos. Es una obligación respetar los derechos de los demás aunque haya muchas diferencias. La rutina es fuente de estrés y aburrimiento.

El trabajo es la oportunidad que tiene el hombre para dar lo mejor de sí mismo; más que una necesidad física, trabajar es un deber moral. Hay quienes lo realizan sin motivación alguna, resultando una autoflagelación y volviéndose masoquistas. El único interés que los mueve a trabajar es el salario que perciben. Son muy pocos los que comprenden que el trabajo es un esfuerzo personal para satisfacción propia y engrandecimiento de los semejantes; es una forma de agradecer a la naturaleza y a la comunidad lo mucho que de ella hemos recibido. Si deseamos mejorar nuestro ámbito debemos de entregar lo mejor de nosotros mismos mediante la labor diaria. No hay mayor riqueza que el trabajo ni mayor herramienta que la alegría.

La esperanza es una virtud que estimula y fortalece nuestro ánimo. Es la gran consoladora en los momentos difíciles, pues nos llena de esperanza en aquel bien esperado. La esperanza es el hilo que une el pasado y sus errores, el presente y sus dificultades, el futuro y sus promesas. Es de hombres prudentes y sabios esperar llenos de confianza.

Cuando el ser humano pierde la esperanza, no puede confiar en él ni en los demás. No puede creer sino en aquello que ve y, lo que ve es limitado. No puede amar porque el amor exige el sacrificio de la espera. No puede soñar porque los sueños son fruto de la esperanza. No puede ser feliz porque sin esperanza sólo ve en el horizonte la angustia y lo absurdo.

Para el ser humano siempre debe existir una puerta, una salida, una esperanza. Basta con ponernos del lado de la vida. Es amar el árbol y jugar a ser brisa; es bañarnos en las aguas de los ríos y de los mares, pero escuchando la consonancia de las aguas al chocar contra las rocas o al besar las playas. Es mirar al humano como ser perfectible en medio de sus imperfecciones y estar dispuesto a comprenderlo.

Tengamos libertad de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás de lo suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale ganando si consiente a cada quien vivir honradamente a su manera, que obligándole a vivir a la manera de los demás.

El arte de poner el placer al servicio de la alegría, es decir, de la virtud que sabe no ir a caer del gusto al disgusto, suele llamársele desde tiempos antiguos templanza. La templanza es la fuerza en moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos sujetándolos a la razón; a la moderación, sobriedad y continencia.

La recompensa más alta que podemos obtener de un esfuerzo, una caricia, una palabra, de la música, un conocimiento, una máquina; del dinero, del prestigio, de la gloria del poder, del amor, de la ética, o de lo que se ocurra; lo máximo que podemos obtener, sea lo que sea, es alegría. Todo cuanto nos lleve a una sana alegría tiene justificación; y, todo lo que nos aleja sin remedio de la alegría resulta un camino equivocado.

Cuando un ser humano sólo sirve para el placer, sin duda que su vida es constantemente amenazada por la muerte. No sabe saborear la soledad, no sabe estar solo, siempre busca un lacayo del vicio; unos cortejan el alcohol, otros las drogas o el sexo; sus vidas terminan entre el lodo.

El ser humano, por su condición biológica y espiritual, no puede crecer en armonía desprovisto de amor; tales sentimientos le dan seguridad en todas las etapas de su vida. Hay quienes no desean oír de fracasos y prefieren que sólo se les hable de triunfos; olvidan que la vida es un tamiz de contradicciones.

El dolor hace al hombre sensible, en tanto que el placer lo vuelve indiferente; quien olvida aprender del dolor es como quien niega a la noche sus encantos. Los niños y jóvenes necesitan lecciones y ejemplos de la abnegación y la perseverancia. La abnegación nos permite soportar el sufrimiento porque nuestra renuncia hace mayor nuestra alegría. La perseverancia disciplina nuestra voluntad y nos fortalece en el ejercicio continuo de la lucha entre los valores y los instintos.

Es de hombres prudentes no juzgar a nadie y, de insensatos, el de emitir juicios sin conocimiento de causa. No olvidemos la libertad de conciencia que es uno de los más sagrados derechos humanos; y menos ahora, cuando la democracia y los derechos humanos se pregonan a los cuatro vientos. Es una obligación respetar los derechos de los demás aunque haya muchas diferencias. La rutina es fuente de estrés y aburrimiento.

El trabajo es la oportunidad que tiene el hombre para dar lo mejor de sí mismo; más que una necesidad física, trabajar es un deber moral. Hay quienes lo realizan sin motivación alguna, resultando una autoflagelación y volviéndose masoquistas. El único interés que los mueve a trabajar es el salario que perciben. Son muy pocos los que comprenden que el trabajo es un esfuerzo personal para satisfacción propia y engrandecimiento de los semejantes; es una forma de agradecer a la naturaleza y a la comunidad lo mucho que de ella hemos recibido. Si deseamos mejorar nuestro ámbito debemos de entregar lo mejor de nosotros mismos mediante la labor diaria. No hay mayor riqueza que el trabajo ni mayor herramienta que la alegría.

La esperanza es una virtud que estimula y fortalece nuestro ánimo. Es la gran consoladora en los momentos difíciles, pues nos llena de esperanza en aquel bien esperado. La esperanza es el hilo que une el pasado y sus errores, el presente y sus dificultades, el futuro y sus promesas. Es de hombres prudentes y sabios esperar llenos de confianza.

Cuando el ser humano pierde la esperanza, no puede confiar en él ni en los demás. No puede creer sino en aquello que ve y, lo que ve es limitado. No puede amar porque el amor exige el sacrificio de la espera. No puede soñar porque los sueños son fruto de la esperanza. No puede ser feliz porque sin esperanza sólo ve en el horizonte la angustia y lo absurdo.

Para el ser humano siempre debe existir una puerta, una salida, una esperanza. Basta con ponernos del lado de la vida. Es amar el árbol y jugar a ser brisa; es bañarnos en las aguas de los ríos y de los mares, pero escuchando la consonancia de las aguas al chocar contra las rocas o al besar las playas. Es mirar al humano como ser perfectible en medio de sus imperfecciones y estar dispuesto a comprenderlo.

Tengamos libertad de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás de lo suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale ganando si consiente a cada quien vivir honradamente a su manera, que obligándole a vivir a la manera de los demás.

El arte de poner el placer al servicio de la alegría, es decir, de la virtud que sabe no ir a caer del gusto al disgusto, suele llamársele desde tiempos antiguos templanza. La templanza es la fuerza en moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos sujetándolos a la razón; a la moderación, sobriedad y continencia.

La recompensa más alta que podemos obtener de un esfuerzo, una caricia, una palabra, de la música, un conocimiento, una máquina; del dinero, del prestigio, de la gloria del poder, del amor, de la ética, o de lo que se ocurra; lo máximo que podemos obtener, sea lo que sea, es alegría. Todo cuanto nos lleve a una sana alegría tiene justificación; y, todo lo que nos aleja sin remedio de la alegría resulta un camino equivocado.

Cuando un ser humano sólo sirve para el placer, sin duda que su vida es constantemente amenazada por la muerte. No sabe saborear la soledad, no sabe estar solo, siempre busca un lacayo del vicio; unos cortejan el alcohol, otros las drogas o el sexo; sus vidas terminan entre el lodo.