/ lunes 4 de marzo de 2024

Irán, elecciones y consecuencias

Nota editorial. Internacionalista por parte de la Universidad Anáhuac en la Ciudad de México.

El 1 de marzo, se llevaron a cabo elecciones parlamentarias, así como de la Asamblea de Expertos en Irán donde se eligieron 290 y 88 miembros respectivamente. Si bien 61 millones de iraníes son calificados para votar, sólo hubo una participación de menos del 41%, es decir, 25 millones de votantes. Esta carrera electoral tomó lugar en un panorama, tanto doméstico, como internacional complicado, viéndose influenciada por factores como la agudización de la inflación, el desencanto social, la guerra en Gaza, al igual que el acrecentamiento de tensiones con Occidente. Por lo que, este evento deja evaluar la legitimidad del régimen en la República Islámica, al mismo tiempo que revelan la línea que seguirá el país por los próximos 4 a 8 años.

Por un lado, las cuestiones domésticas han influenciado buena parte del comportamiento electoral en las últimas elecciones. El incremento de la inflación y, con ello, de la pobreza incentiva un descontento social hacia el régimen islámico. El mes pasado, el Banco Central publicó por primera vez después de seis meses los datos inflacionarios registrando una tasa del 56%. El rial tocó un mínimo histórico después de las votaciones cotizando 600,000 unidades por dólar, el tipo de cambio más bajo en 11 meses. Igualmente, el Banco Mundial estima que entre el 28 y 30% de la población vive en pobreza. De ahí que resulte explicable que este deterioro económico alimente el cuestionamiento de los ciudadanos en torno al gobierno, incluso entre aquellos con una ideología más tradicional.

Por otro lado, se debe señalar que la tendencia a la baja en la participación electoral también obedece a una desconfianza colectiva hacia el régimen islámico, la cual ha sido motivada por la coacción por parte del gobierno. Las protestas a nivel nacional del 2022 que denunciaban el asesinato de Mahsa Amini, fueron reprimidas de tal manera que miles de iraníes resultaron muertos, heridos o detenidos. Esto alimenta un desencanto entre los ciudadanos respecto a sus libertades sociales, dentro de las cuales está la democracia. El incremento de violencia, así como una reserva en los del Parlamento específicamente a perfiles políticos de línea dura, explica entonces el desinterés y el abandono gradual en la emisión de votos. Tanto, que las encuestas mostraron que algunas personas desconocían que se iban a llevar a cabo elecciones.

Como resultado, la legitimidad del régimen se ve lastimada ya que los resultados electorales son una evaluación crítica de ésta. De ahí que días antes el Ayatolá Ali Khamenei haya usado la fe de los ciudadanos como mecanismo de coerción. El Líder Supremo enmarcó las elecciones como una cuestión de lealtad religiosa con el fin de forzar a los iraníes a votar, lo cual resulto en una estrategia poco efectiva al obtener sólo el 41% de participación. Cabe señalar que incluso aspirantes reformistas y centristas se negaron a contender debido a la falta de “piso parejo” entre candidatos ya que al final éstos son designados por una élite de poder con intereses propios. Todo esto, evidentemente, construye una desacreditación a la esfera de los tomadores de decisiones, así como el modelo teocrático implementado.

Finalmente, en cuanto al panorama global, con un Parlamento y una Asamblea de Expertos dominados por el ala conservadora, es probable que el distanciamiento, así como la fricción con Occidente continúe, sobre todo si Donald Trump gana la Presidencia. Los perfiles que ocuparán el Poder Legislativo al igual que el círculo cercano al Ayatolá, reforzarán una agenda desafiante al estatus quo del sistema internacional con la cooperación de Moscú y Beijing. Mientras tanto, los iraníes serán los primeros que resentirán las consecuencias de las decisiones del régimen islámico, otra razón para no volver a votar en 4 años.

Nota editorial. Internacionalista por parte de la Universidad Anáhuac en la Ciudad de México.

El 1 de marzo, se llevaron a cabo elecciones parlamentarias, así como de la Asamblea de Expertos en Irán donde se eligieron 290 y 88 miembros respectivamente. Si bien 61 millones de iraníes son calificados para votar, sólo hubo una participación de menos del 41%, es decir, 25 millones de votantes. Esta carrera electoral tomó lugar en un panorama, tanto doméstico, como internacional complicado, viéndose influenciada por factores como la agudización de la inflación, el desencanto social, la guerra en Gaza, al igual que el acrecentamiento de tensiones con Occidente. Por lo que, este evento deja evaluar la legitimidad del régimen en la República Islámica, al mismo tiempo que revelan la línea que seguirá el país por los próximos 4 a 8 años.

Por un lado, las cuestiones domésticas han influenciado buena parte del comportamiento electoral en las últimas elecciones. El incremento de la inflación y, con ello, de la pobreza incentiva un descontento social hacia el régimen islámico. El mes pasado, el Banco Central publicó por primera vez después de seis meses los datos inflacionarios registrando una tasa del 56%. El rial tocó un mínimo histórico después de las votaciones cotizando 600,000 unidades por dólar, el tipo de cambio más bajo en 11 meses. Igualmente, el Banco Mundial estima que entre el 28 y 30% de la población vive en pobreza. De ahí que resulte explicable que este deterioro económico alimente el cuestionamiento de los ciudadanos en torno al gobierno, incluso entre aquellos con una ideología más tradicional.

Por otro lado, se debe señalar que la tendencia a la baja en la participación electoral también obedece a una desconfianza colectiva hacia el régimen islámico, la cual ha sido motivada por la coacción por parte del gobierno. Las protestas a nivel nacional del 2022 que denunciaban el asesinato de Mahsa Amini, fueron reprimidas de tal manera que miles de iraníes resultaron muertos, heridos o detenidos. Esto alimenta un desencanto entre los ciudadanos respecto a sus libertades sociales, dentro de las cuales está la democracia. El incremento de violencia, así como una reserva en los del Parlamento específicamente a perfiles políticos de línea dura, explica entonces el desinterés y el abandono gradual en la emisión de votos. Tanto, que las encuestas mostraron que algunas personas desconocían que se iban a llevar a cabo elecciones.

Como resultado, la legitimidad del régimen se ve lastimada ya que los resultados electorales son una evaluación crítica de ésta. De ahí que días antes el Ayatolá Ali Khamenei haya usado la fe de los ciudadanos como mecanismo de coerción. El Líder Supremo enmarcó las elecciones como una cuestión de lealtad religiosa con el fin de forzar a los iraníes a votar, lo cual resulto en una estrategia poco efectiva al obtener sólo el 41% de participación. Cabe señalar que incluso aspirantes reformistas y centristas se negaron a contender debido a la falta de “piso parejo” entre candidatos ya que al final éstos son designados por una élite de poder con intereses propios. Todo esto, evidentemente, construye una desacreditación a la esfera de los tomadores de decisiones, así como el modelo teocrático implementado.

Finalmente, en cuanto al panorama global, con un Parlamento y una Asamblea de Expertos dominados por el ala conservadora, es probable que el distanciamiento, así como la fricción con Occidente continúe, sobre todo si Donald Trump gana la Presidencia. Los perfiles que ocuparán el Poder Legislativo al igual que el círculo cercano al Ayatolá, reforzarán una agenda desafiante al estatus quo del sistema internacional con la cooperación de Moscú y Beijing. Mientras tanto, los iraníes serán los primeros que resentirán las consecuencias de las decisiones del régimen islámico, otra razón para no volver a votar en 4 años.

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