El primero de octubre asume la Jefatura del Estado Mexicano por primera ocasión una mujer, un hecho significativo en la evolución democrática del país, será un acontecimiento ver investida con la banda presidencial a Xóchitl Gálvez o a Claudia Sheinbaum, decisión que tienen en sus manos solo las y los ciudadanos, nadie mas; pero frente a este interesante matiz de la vida pública, de manera inmediata debemos observar las condiciones en las que la nueva administración recibirá el país.
La herencia recibida será una loza muy pesada, un país envuelto en la violencia sin control, un gobierno federal rebasado, sin presencia en buena parte del territorio nacional, con 183,000 homicidios dolosos, cifra superior a los 122,000 del sexenio de Enrique Peña Nieto y los 96,000 del de Felipe Calderón. Además de 800,000 personas fallecidas en la pandemia, de las cuáles mas de 300,000 muertes pudieron evitarse de haberse existido un manejo eficaz al problema, según lo revelan estudios dados a conocer en fecha reciente.
El nuevo gobierno se enfrentará al reto de atender con acciones, sin retorica vacía, a mas de 51 millones de personas que hoy carecen de acceso a servicios de salud, además del rezago en que se encuentran 25 millones de mexicanos con carencia educativa, enorme tarea la de reconstruir estos dos ámbitos de la vida social, pero, por si esto no fuera suficiente, revela CONEVAL que más de 47 millones de mexicanos se encuentran hoy en situación de pobreza.
Las finanzas publicas están en agonía gracias a que el actual gobierno ha gastado como ningún otro en obras faraónicas malogradas, el crecimiento anual del Producto Interno Bruto es de 0.8% promedio anual, insuficiente para generar la dinámica económica capaz de crear los empleos que requieren las nuevas generaciones, el déficit fiscal es de 5,9%; PEMEX esta técnicamente quebrado, es un barril sin fondo al que ya no lo puede salvar la secretaria de hacienda con recursos del presupuesto; el almacenamiento y acceso al agua para consumo humano es otro apuro, además del brete energético que estamos viviendo con la negativa a producir energías limpias.
En el espacio administrativo la situación no es distinta, en cada área del sector publico federal hay una burocracia atacada, destruida y desmotivada; para echar andar programas y políticas públicas que cambien la realidad tendrá que realizarse una cirugía mayor el interior de cada dependencia, reforzar los procesos administrativos para generar resultados.
El arranque del próximo gobierno no será fácil tampoco en el ámbito político porque el país esta dividido, fragmentado, los poderes legislativo y judicial han sido denostados, confrontados entre si, los partidos políticos debilitados, los organismos autónomos perseguidos, estrangulados financieramente, no hay dialogo político entre gobierno y opositores, las decisiones se imponen, no hay un proceso de debate, se cerraron los espacios para la discusión de los problemas nacionales que a todos incumben.
Recibirá la próxima presidenta un país desprestigiado en el ámbito internacional, en los últimos lugares de los índices internacionales de corrupción y estado de derecho, sin el respeto de antaño en Latinoamérica y Europa.
El país requiere que el gobierno que arranca dentro de poco más de cuatro meses y medio promueva de inmediato la concordia entre los diferentes actores políticos y los distintos segmentos de la sociedad, la moderación a la vida pública, la construcción de un espacio de calma, a partir de la cual se diseñe un proyecto de nación con serenidad, con realismo y a la altura de los riesgos que enfrentamos.
Las transiciones mexicanas de sexenio en sexenio -sobre todo las ultimas seis- no han estado ajenas a las insatisfacciones, a los riesgos de ruptura. El primero de octubre tendremos la oportunidad de realizar un cambio de gobierno institucional, con base en nuestros principios y nuestra vocación de civilidad, tenemos los postulados constitucionales suficientes para hacerlo y detener con ello cualquier intento populista de desfigurar nuestra democracia.