/ martes 4 de diciembre de 2018

La verdadera grandeza es devolver bien por mal

Todo eso es posible alcanzar si tomamos de los demás solamente aquello que nos pueda ayudar o bien, eludirlos si buscan engañarnos valiéndose de ardides o enredos para hacernos flaquear.

La primera y fundamental justicia que nos asiste como seres humanos es el derecho a la vida. Obrar siempre con sinceridad y honestidad como parte de nuestro ser, decidiendo con sabiduría y prudencia lo que nos corresponde hacer.

Causa antipatía el querer subirnos como la espuma. El temor a la divergencia, la incomodidad de sentirse afectado e ignorante, es lo que hace muchas veces que una persona se sienta superior a otra. No hay que olvidar que cada uno de nosotros tenemos una serie de virtudes, cualidades, grandezas que nos son propias y, podemos compartirlas para servirnos mutuamente. No podemos hablar de querer una educación de calidad si no nos preocupamos por tener una familia con calidad humana.

Todos nacemos sin nada y nos vamos sin nada; de ahí que lo más correcto es que seamos afables y atentos. Aquello en que más pensamos y sentimos lo atraemos irremediablemente a nuestras vidas y nos convertimos en eso que perseveramos.

Tengamos cuidado con lo que más razonamos, sea positivo o negativo, porque se nos puede cumplir. Ya que tener un pensamiento evidente e insistente se transforma en un sentimiento poderoso que puede realizarse. Todo mundo actúa según su lógica y, cuantas veces no escuchamos al corazón. No queramos recuperar del pasado lo que entonces funcionó; entendamos que la humanidad evoluciona y hoy tenemos que mirar al futuro para encontrar soluciones.

Ser incomprendido por las personas que amamos, es un cáliz de amargura en nuestras vidas. Sin embargo debemos reconocer que “de todo da la viña del Señor” (viña: terreno plantado de muchas vides y cuyos frutos son las uvas), pues tenemos igualmente alegrías, satisfacciones, desolaciones; por mencionar sólo algunos estados o situaciones, ya que a través de los tiempos difíciles crecemos como seres humanos.

A quien nos trate con bondad hay que corresponderle con bondad; a quien nos trate con maldad lo atenderemos sencillamente con respeto y lo venceremos dos veces. El orgullo de los mediocres consiste en hablar siempre de sí mismos; el orgullo de personas de bien es no hablar comúnmente de ellos. Algo muy hermoso y singular: las madres perdonan muchas veces; han venido al mundo para eso.

Algunas costumbres suelen arraigarse en individuos que, desgraciadamente, les resultan inútiles o perjudiciales, viéndose obligados a darles toda la preferencia. En la actualidad, de los hábitos que se destacan con más frecuencia, son los de los drogadictos, quienes exhiben la incompatibilidad que existe entre la razón y el vicio, ya que sabiendo que al terminar el efecto de la droga, aunque hagan el propósito de evitarla, el dolor que los consume hace que no puedan vencer la tentación.

La experiencia de millones de casos en todo el mundo ha venido a demostrar que cuanto más nocivo es un hábito o vicio, es tanto más difícil su desarraigo y que, al sobrepasar el límite su erradicación es casi imposible. No obstante, durante la iniciación, si el afectado se hace el propósito de eludir tan perniciosa conducta, hay posibilidades de que pueda salvarse ya que su decisión reinará en su conciencia.

Quien es dueño de la verdadera grandeza de devolver bien por mal, es un reconocido y agraciado ser humano que cumple con la verdad que el corazón y la conciencia nos exige. Personas con esta

prodigiosa cualidad tienen la capacidad de triunfar felizmente en la vida. Son audaces dentro del respeto y la atención que merecen los demás, optando por cuidar su higiene, por practicar ejercicios físicos y mentales, por estudiar en vez de andar en la vagancia, jolgorios o riñas, haciendo uso oportuno de su intrepidez por mejorar; pueden lograr una cabal salud, desempeño profesional, importancia social, dicha y fortuna.

Todo eso es posible alcanzar si tomamos de los demás solamente aquello que nos pueda ayudar o bien, eludirlos si buscan engañarnos valiéndose de ardides o enredos para hacernos flaquear.

Para ser artífices de nuestra propia superación, hay que saber rehuir el contacto con gente disoluta, viciosa, de esas que no tienen patria ni ley y que, por desgracia, cada día proliferan. Comenzar por hacer la conquista de nosotros mismos es lo ideal. Lograr con éxito tal oportunidad es construir el cimiento de la buena fama, de la independencia, el reconocimiento social o político, la capacidad laboral.

Para ser mayormente felices es preciso tener salud, bienestar y la gran satisfacción de ser útiles a los demás. La salud se conserva o se logra cultivando los principios de la higiene corporal y mental; el bienestar se disfruta, aun en medio de la pobreza, con nuestra gratitud a Dios y el esfuerzo decidido y constante que realizamos cada día para convivir lo posible con nuestras familias; el poder servir a nuestros semejantes con verdadera voluntad es vivir un sentimiento de complacencia que nace del corazón.

Si todos pensáramos en vernos y ayudarnos como buenos hermanos o al menos no hacernos daño, nuestra existencia progresaría, se modernizaría sanamente.


Todo eso es posible alcanzar si tomamos de los demás solamente aquello que nos pueda ayudar o bien, eludirlos si buscan engañarnos valiéndose de ardides o enredos para hacernos flaquear.

La primera y fundamental justicia que nos asiste como seres humanos es el derecho a la vida. Obrar siempre con sinceridad y honestidad como parte de nuestro ser, decidiendo con sabiduría y prudencia lo que nos corresponde hacer.

Causa antipatía el querer subirnos como la espuma. El temor a la divergencia, la incomodidad de sentirse afectado e ignorante, es lo que hace muchas veces que una persona se sienta superior a otra. No hay que olvidar que cada uno de nosotros tenemos una serie de virtudes, cualidades, grandezas que nos son propias y, podemos compartirlas para servirnos mutuamente. No podemos hablar de querer una educación de calidad si no nos preocupamos por tener una familia con calidad humana.

Todos nacemos sin nada y nos vamos sin nada; de ahí que lo más correcto es que seamos afables y atentos. Aquello en que más pensamos y sentimos lo atraemos irremediablemente a nuestras vidas y nos convertimos en eso que perseveramos.

Tengamos cuidado con lo que más razonamos, sea positivo o negativo, porque se nos puede cumplir. Ya que tener un pensamiento evidente e insistente se transforma en un sentimiento poderoso que puede realizarse. Todo mundo actúa según su lógica y, cuantas veces no escuchamos al corazón. No queramos recuperar del pasado lo que entonces funcionó; entendamos que la humanidad evoluciona y hoy tenemos que mirar al futuro para encontrar soluciones.

Ser incomprendido por las personas que amamos, es un cáliz de amargura en nuestras vidas. Sin embargo debemos reconocer que “de todo da la viña del Señor” (viña: terreno plantado de muchas vides y cuyos frutos son las uvas), pues tenemos igualmente alegrías, satisfacciones, desolaciones; por mencionar sólo algunos estados o situaciones, ya que a través de los tiempos difíciles crecemos como seres humanos.

A quien nos trate con bondad hay que corresponderle con bondad; a quien nos trate con maldad lo atenderemos sencillamente con respeto y lo venceremos dos veces. El orgullo de los mediocres consiste en hablar siempre de sí mismos; el orgullo de personas de bien es no hablar comúnmente de ellos. Algo muy hermoso y singular: las madres perdonan muchas veces; han venido al mundo para eso.

Algunas costumbres suelen arraigarse en individuos que, desgraciadamente, les resultan inútiles o perjudiciales, viéndose obligados a darles toda la preferencia. En la actualidad, de los hábitos que se destacan con más frecuencia, son los de los drogadictos, quienes exhiben la incompatibilidad que existe entre la razón y el vicio, ya que sabiendo que al terminar el efecto de la droga, aunque hagan el propósito de evitarla, el dolor que los consume hace que no puedan vencer la tentación.

La experiencia de millones de casos en todo el mundo ha venido a demostrar que cuanto más nocivo es un hábito o vicio, es tanto más difícil su desarraigo y que, al sobrepasar el límite su erradicación es casi imposible. No obstante, durante la iniciación, si el afectado se hace el propósito de eludir tan perniciosa conducta, hay posibilidades de que pueda salvarse ya que su decisión reinará en su conciencia.

Quien es dueño de la verdadera grandeza de devolver bien por mal, es un reconocido y agraciado ser humano que cumple con la verdad que el corazón y la conciencia nos exige. Personas con esta

prodigiosa cualidad tienen la capacidad de triunfar felizmente en la vida. Son audaces dentro del respeto y la atención que merecen los demás, optando por cuidar su higiene, por practicar ejercicios físicos y mentales, por estudiar en vez de andar en la vagancia, jolgorios o riñas, haciendo uso oportuno de su intrepidez por mejorar; pueden lograr una cabal salud, desempeño profesional, importancia social, dicha y fortuna.

Todo eso es posible alcanzar si tomamos de los demás solamente aquello que nos pueda ayudar o bien, eludirlos si buscan engañarnos valiéndose de ardides o enredos para hacernos flaquear.

Para ser artífices de nuestra propia superación, hay que saber rehuir el contacto con gente disoluta, viciosa, de esas que no tienen patria ni ley y que, por desgracia, cada día proliferan. Comenzar por hacer la conquista de nosotros mismos es lo ideal. Lograr con éxito tal oportunidad es construir el cimiento de la buena fama, de la independencia, el reconocimiento social o político, la capacidad laboral.

Para ser mayormente felices es preciso tener salud, bienestar y la gran satisfacción de ser útiles a los demás. La salud se conserva o se logra cultivando los principios de la higiene corporal y mental; el bienestar se disfruta, aun en medio de la pobreza, con nuestra gratitud a Dios y el esfuerzo decidido y constante que realizamos cada día para convivir lo posible con nuestras familias; el poder servir a nuestros semejantes con verdadera voluntad es vivir un sentimiento de complacencia que nace del corazón.

Si todos pensáramos en vernos y ayudarnos como buenos hermanos o al menos no hacernos daño, nuestra existencia progresaría, se modernizaría sanamente.