Este primero de marzo inició la última etapa de las campañas político-electorales para renovar la presidencia de la República en México. En esta fase, a diferencia de las anteriores, las candidatas podrán hacer propuestas y planteamientos concretos, buscando en todo momento conectar con el electorado.
Bajo esta premisa, los estrategas políticos se afanan en diseñar el argumento político que logre hacer “clic” con el votante; estos profesionales saben que la propuesta no debe ser muy elaborada, amén de que debe ser de fácil aplicación, rápida y, sobre todo, que no implique tarea alguna a realizar para el ciudadano, y menos quitarle o disminuirle un programa social.
Desde luego que hay que tomar en consideración si la candidata es del oficialismo o de oposición, así como el porcentaje de intención de voto que presenta, pero el real, no el que utilizan para marcar una tendencia mentirosa.
El primer caso es el de Claudia Sheinbaum, la candidata oficialista y puntera en la intención del voto por un amplio margen –dicen en Morena-, con ella el guión argumentativo y eje de campaña es simple: hay que hablar de continuidad pero con matices de mejora, y lo imprescindible, no ofender ni con el pensamiento al presidente.
Para la candidata de oposición, Xóchitl Gálvez, el eje de campaña cambia, este tiene que encaminarse en señalar y dramatizar las deficiencias del gobierno en turno para luego proponer una mágica solución, y lo más importante, jurar por todos los santos y hasta con sangre si es preciso que no va a quitar los programas sociales.
De esta forma podemos entender el discurso de Claudia (el segundo piso de la 4T y porras al presidente) y el de Xóchitl (una cárcel con tecnología de punta y la firma con sangre de que no eliminará los programas sociales).