/ martes 9 de abril de 2024

Son los programas sociales

La elección presidencial del primer domingo de junio no la definirá la mejor propuesta en salud, educación o seguridad, inclusive ni la figura de la candidata o el cumulo de tropelías que en el pasado haya cometido el partido o partidos que la postule; la primer presidenta de México será definida por los programas sociales.

Efectivamente, si la candidata de la oposición alcanza a convencer al pueblo bueno y sabio de que no quitará los programas sociales y que dará más dinero que su contraparte, ganará, pero si la candidata oficialista logra persuadir de que sí los quitará, entonces será ella la que gane la elección.

De ahí entonces que las campañas estén huecas, por fuera están plagadas de demagogia y populismo, pero si hurgamos un poco en su interior, nos daremos cuenta de que no hay propuestas serias, responsables, con visión de un futuro que haga que los mexicanos miremos más allá de cumplir 65 años (o 60 si gana Xóchitl) para acceder a un programa social.

Lo anterior quedó de manifiesto en el primer debate presidencial, en la discusión entre candidatas y candidato no hubo contrastación de ideas, de proyectos (objetivo de los debates), vamos, ni siquiera se dio la polémica cuando Claudia dijo que ya se había discutido mucho de ese tema y que era mejor hablar de los programas sociales, rompiendo con el guión de los moderadores.

Así, en la palestra sólo escuchamos promesas de bajar la edad para acceder a la pensión de adultos mayores, incluir en las becas a los alumnos de primaria y secundaria de escuelas públicas y privadas, construir escuelas públicas gratuitas, apoyos a mujeres indígenas, tarjetas con dinero o beneficios y un largo, pero largo listado de ayudas “sociales”.

Las cosas se dan de esta manera porque la clase política sabe que al pueblo bueno y sabio le van tres kilos de no me importa quién sea la presidenta mientras no le quiten los programas sociales. Hay una encuesta de “El Financiero” que así lo confirma.

La elección presidencial del primer domingo de junio no la definirá la mejor propuesta en salud, educación o seguridad, inclusive ni la figura de la candidata o el cumulo de tropelías que en el pasado haya cometido el partido o partidos que la postule; la primer presidenta de México será definida por los programas sociales.

Efectivamente, si la candidata de la oposición alcanza a convencer al pueblo bueno y sabio de que no quitará los programas sociales y que dará más dinero que su contraparte, ganará, pero si la candidata oficialista logra persuadir de que sí los quitará, entonces será ella la que gane la elección.

De ahí entonces que las campañas estén huecas, por fuera están plagadas de demagogia y populismo, pero si hurgamos un poco en su interior, nos daremos cuenta de que no hay propuestas serias, responsables, con visión de un futuro que haga que los mexicanos miremos más allá de cumplir 65 años (o 60 si gana Xóchitl) para acceder a un programa social.

Lo anterior quedó de manifiesto en el primer debate presidencial, en la discusión entre candidatas y candidato no hubo contrastación de ideas, de proyectos (objetivo de los debates), vamos, ni siquiera se dio la polémica cuando Claudia dijo que ya se había discutido mucho de ese tema y que era mejor hablar de los programas sociales, rompiendo con el guión de los moderadores.

Así, en la palestra sólo escuchamos promesas de bajar la edad para acceder a la pensión de adultos mayores, incluir en las becas a los alumnos de primaria y secundaria de escuelas públicas y privadas, construir escuelas públicas gratuitas, apoyos a mujeres indígenas, tarjetas con dinero o beneficios y un largo, pero largo listado de ayudas “sociales”.

Las cosas se dan de esta manera porque la clase política sabe que al pueblo bueno y sabio le van tres kilos de no me importa quién sea la presidenta mientras no le quiten los programas sociales. Hay una encuesta de “El Financiero” que así lo confirma.