/ domingo 23 de junio de 2019

Los padres en el hogar deben ejercer un liderazgo democrático

Con toda nuestra condición humana, sensatez y firmeza, tenemos que enfrentar los grandes desafíos que nos provoca un mundo desordenado, y podamos crear las debidas circunstancias para una vida digna que nos precisa disfrutar, no tanto por nuestro afán de edificar hogares satisfechos, sino por ir cimentando las bases importantes para erigir una consolidada formación personal de las nuevas generaciones.

Hoy en día la mayor parte de los sistemas sociales están preocupados por modernizar su funcionamiento para hacerlo más eficiente. Muchas empresas intentan acomodarse a las exigencias de la globalización y a la competencia para mantenerse en el mercado. Han establecido programas y manuales de entrenamiento en liderazgo, en solución de conflictos grupales, así como en el mejoramiento de la calidad de los productos y de la atención al cliente. Puede decirse con seguridad plena, que reformando la eficiencia se llega a la excelencia.

Y mientras en el mundo empresarial se define con grande emoción los hábitos que redituarán con alto porcentaje la eficiencia, la reingeniería, la calidad total, el liderazgo justificable y otros más procedimientos de modernización, nos derrumbamos al aceptar que esta misma contribución enaltecida debiera de desprenderse en las importantísimas instituciones fundamentales de la sociedad: la familia y la escuela; que aún siguen apegados a ciertos aspectos de los viejos principios de la sociedad anterior.

Sí ha habido evoluciones, pero no los indispensables, cuando su control y formación se soportan en la errónea idea de que lo que sirvió para la educación escolar en la antigüedad siga vigente. Ello lo vemos en la organización y supervisión de los programas, así como en el consecuente perjuicio que ocasionan maestros que no tienen vocación pedagógica, no planean sus actividades docentes, seguido se ausentan de sus labores y se vienen antes del tiempo señalado. Aquí la irresponsabilidad es de la dirección de la escuela y de la supervisión.

Nosotros los adultos y más aún los mayores, fuimos criados y educados en épocas que no tuvimos que enfrentar el medio ambiente que ahora rodea a nuestros hijos. Hoy nuestros niños y jóvenes tienen mucha más información que nosotros en aquel entonces. Navegan en internet, son los héroes cibernéticos y nos ganan en conocimientos técnicos que con facilidad manejan, mientras que nosotros a duras penas tratamos de entender.

Bajan la música que desean directamente de la red y la ponen en sus golpeados paneles auditivos en menos tiempo del que les tomaría ir a la disquera. Ven las películas de moda tirados en la cama, comiendo tranquilamente palomitas que cocinaron en tres minutos en el microondas y, se informan desahogados del mundo que les interesa saber.

Un joven de hoy puede aprender y conocer muchísimo sobre una amplia variedad de temas, más que cuantos de nosotros los adultos mayores. A un instrumento electrónico desconocido en sus manos, pronto le encuentran su constitución y su funcionamiento. Gracias a los modernos medios de comunicación, los niños sólo tienen que encender la televisión o meterse en internet para en cuestión de segundos apropiarse de la información requerida.

Los muchachos de ahora dudan de todo, cuestionan todo, rechazan casi todo por considerarlo carente de valor o de poco interés. No aceptan las cosas como lo hacíamos nosotros, simplemente porque las decían nuestros padres, ni se ven obligados a obedecer por alguna mirada paterna.

Debemos entender que, como padres de familia, como seres humanos que somos, siempre estamos en riesgo de cometer equivocaciones. Sin embargo, lo que realmente importa es que no renunciemos a aprender y, que mantengamos una actitud abierta para captar en lo posible la cultura tecnológica moderna con la que hoy nos apantallan nuestros hijos y/o nietos.

Así mismo reflexionemos sobre el simple oficio artesanal de ser padre y más aún, sobre el refinado y sutil arte que subyace de formar seres humanos. No se trata de que se nos haya otorgado como padres de familia el don de la omnipotencia; pues no hay ni habrá un manual técnico infalible para formar hijos sanos; sino que son ellos, nuestros propios hijos, quienes nos enseñan a ser padres.

Sólo nos queda, a través de la crianza, donde se conjugan el amor y la razón, contraer experiencia y esforzarnos por equivocarnos lo menos posible. Con inteligencia pero con la humildad debida, reconozcamos que somos gente normal, con suficiente grandeza humana y, convirtámonos en líderes hogareños para luchar por lo mejor de nuestros hijos.

En el hogar, los padres deben ejercer el liderazgo, no como una dictadura sino democrático y orientado a dirigir con amor. No con el placer de sentirse jefe, sino buscando obtener resultados positivos a favor de los hijos. Quien sabe guiar es en esencia un motivador.

Un líder democrático representa una autoridad en la que él mismo cree y establece normas que considera necesarias; pero en ningún momento se estima con poder absoluto para actuar arbitrariamente. Su oficio es representar la ley, no ser la ley. Con base en los valores humanos aprende a proceder con justicia y mantener el amor, la verdad y la concordia en la familia.

Con toda nuestra condición humana, sensatez y firmeza, tenemos que enfrentar los grandes desafíos que nos provoca un mundo desordenado, y podamos crear las debidas circunstancias para una vida digna que nos precisa disfrutar, no tanto por nuestro afán de edificar hogares satisfechos, sino por ir cimentando las bases importantes para erigir una consolidada formación personal de las nuevas generaciones.

Hoy en día la mayor parte de los sistemas sociales están preocupados por modernizar su funcionamiento para hacerlo más eficiente. Muchas empresas intentan acomodarse a las exigencias de la globalización y a la competencia para mantenerse en el mercado. Han establecido programas y manuales de entrenamiento en liderazgo, en solución de conflictos grupales, así como en el mejoramiento de la calidad de los productos y de la atención al cliente. Puede decirse con seguridad plena, que reformando la eficiencia se llega a la excelencia.

Y mientras en el mundo empresarial se define con grande emoción los hábitos que redituarán con alto porcentaje la eficiencia, la reingeniería, la calidad total, el liderazgo justificable y otros más procedimientos de modernización, nos derrumbamos al aceptar que esta misma contribución enaltecida debiera de desprenderse en las importantísimas instituciones fundamentales de la sociedad: la familia y la escuela; que aún siguen apegados a ciertos aspectos de los viejos principios de la sociedad anterior.

Sí ha habido evoluciones, pero no los indispensables, cuando su control y formación se soportan en la errónea idea de que lo que sirvió para la educación escolar en la antigüedad siga vigente. Ello lo vemos en la organización y supervisión de los programas, así como en el consecuente perjuicio que ocasionan maestros que no tienen vocación pedagógica, no planean sus actividades docentes, seguido se ausentan de sus labores y se vienen antes del tiempo señalado. Aquí la irresponsabilidad es de la dirección de la escuela y de la supervisión.

Nosotros los adultos y más aún los mayores, fuimos criados y educados en épocas que no tuvimos que enfrentar el medio ambiente que ahora rodea a nuestros hijos. Hoy nuestros niños y jóvenes tienen mucha más información que nosotros en aquel entonces. Navegan en internet, son los héroes cibernéticos y nos ganan en conocimientos técnicos que con facilidad manejan, mientras que nosotros a duras penas tratamos de entender.

Bajan la música que desean directamente de la red y la ponen en sus golpeados paneles auditivos en menos tiempo del que les tomaría ir a la disquera. Ven las películas de moda tirados en la cama, comiendo tranquilamente palomitas que cocinaron en tres minutos en el microondas y, se informan desahogados del mundo que les interesa saber.

Un joven de hoy puede aprender y conocer muchísimo sobre una amplia variedad de temas, más que cuantos de nosotros los adultos mayores. A un instrumento electrónico desconocido en sus manos, pronto le encuentran su constitución y su funcionamiento. Gracias a los modernos medios de comunicación, los niños sólo tienen que encender la televisión o meterse en internet para en cuestión de segundos apropiarse de la información requerida.

Los muchachos de ahora dudan de todo, cuestionan todo, rechazan casi todo por considerarlo carente de valor o de poco interés. No aceptan las cosas como lo hacíamos nosotros, simplemente porque las decían nuestros padres, ni se ven obligados a obedecer por alguna mirada paterna.

Debemos entender que, como padres de familia, como seres humanos que somos, siempre estamos en riesgo de cometer equivocaciones. Sin embargo, lo que realmente importa es que no renunciemos a aprender y, que mantengamos una actitud abierta para captar en lo posible la cultura tecnológica moderna con la que hoy nos apantallan nuestros hijos y/o nietos.

Así mismo reflexionemos sobre el simple oficio artesanal de ser padre y más aún, sobre el refinado y sutil arte que subyace de formar seres humanos. No se trata de que se nos haya otorgado como padres de familia el don de la omnipotencia; pues no hay ni habrá un manual técnico infalible para formar hijos sanos; sino que son ellos, nuestros propios hijos, quienes nos enseñan a ser padres.

Sólo nos queda, a través de la crianza, donde se conjugan el amor y la razón, contraer experiencia y esforzarnos por equivocarnos lo menos posible. Con inteligencia pero con la humildad debida, reconozcamos que somos gente normal, con suficiente grandeza humana y, convirtámonos en líderes hogareños para luchar por lo mejor de nuestros hijos.

En el hogar, los padres deben ejercer el liderazgo, no como una dictadura sino democrático y orientado a dirigir con amor. No con el placer de sentirse jefe, sino buscando obtener resultados positivos a favor de los hijos. Quien sabe guiar es en esencia un motivador.

Un líder democrático representa una autoridad en la que él mismo cree y establece normas que considera necesarias; pero en ningún momento se estima con poder absoluto para actuar arbitrariamente. Su oficio es representar la ley, no ser la ley. Con base en los valores humanos aprende a proceder con justicia y mantener el amor, la verdad y la concordia en la familia.