/ lunes 9 de septiembre de 2019

Los padres entienden necesidades de hijos

Dado que los padres dieron vida a sus hijos, tienen la delicada misión de educarlos; siendo por ello reconocidos como los primeros y principales maestros de sus hijos.

Este deber es de tanta trascendencia que dicha formación humana constituye el cimiento básico de su integridad personal, pues las vivencias de su infancia, de la adolescencia, de su juventud propiamente, dan integridad a la adultez; siendo por tanto su familia la primera escuela de las virtudes.

Esta importantísima obligación de los padres de familia es esencialmente prioritaria para dar vida y educación integral a las nuevas generaciones; pues de no generarse vínculos sanos en las primeras etapas de la vida, los hijos van a sufrir tanto en las relaciones con Dios como con la sociedad.

En efecto, quien no ha experimentado amor, tendrá dificultad en brindar amor, le costará mucho la transferencia de filial confianza. Si en la familia se logra establecer una unidad estable y profunda, el niño crece sanamente, recibiendo y dando con amor.

Esta función educativa se basa en el sacramento del matrimonio, pero requiere un esfuerzo sincero de colaboración humana que debe ser compartido por ambos esposos. No se puede descargar toda la responsabilidad en la madre, que generalmente tiene mayor contacto y más tiempo con los hijos. El padre es tan importante y necesario como ella para una verdadera formación de la personalidad de sus hijos. Se debe establecer un clima de amor en el hogar, de modo que todos en la familia puedan desarrollarse a su máximo potencial y, los hijos crezcan sanos, fuertes física y emocionalmente.

La autoridad del padre y de la madre está llamada de un modo especial a extender cada vez más el campo de la libertad e iniciativa de los hijos. No deben bombardear continuamente al hijo con órdenes, indicaciones, preceptos y prohibiciones, ni tampoco someterlos a un control excesivo. Tienen que ayudarles, a aprender a caminar cada vez mejor con sus propias decisiones aunque ello pueda dar lugar seguramente a equivocaciones, pero siempre dispuestos a que sean lecciones que les den experiencias, guiándolos cuantas veces sea necesario.

No podemos imaginar el gran daño que se le hace a un niño que no recibe amor, la aceptación y la atención que se necesita. Los psicólogos dicen que empieza a desarrollar una especie de máscara para protegerse de las heridas y del rechazo. Hay que familiarizar a los hijos con los libros desde muy temprana edad; inventar juegos en los que el niño pueda usar todos sus sentidos; Incrementar su imaginación en todas las formas posibles. Mientras más pequeño es el niño más dependiente es principalmente de su madre. El niño se halla tranquilo y confiado porque encuentra en el hogar protección contra un mundo desconocido que se le manifiesta como adverso.

La obra educativa es tan delicada que se estropea cuando es unilateral, cuando sólo hay cariño, cuando sólo hay perdón y no se exige reparación del mal causado, cuando se da todo a manos llenas y no se exige nada a cambio.

Cuando el padre y la madre exponen con modestia su punto de vista y reconocen sus errores con una sencillez tal que desarma, en los hijos no brota ninguna actitud arrogante y se logra con mayor seguridad la integración de los hijos con una educación que da lugar a verdaderos ciudadanos.

En busca de su camino en la vida, los adolescentes llegan al mundo de los adultos. Se interesan por los grandes problemas de la existencia. Les falta experiencia, pero les sobra fuerza y entusiasmo. Toman sentido de la realidad. La niñez y la adolescencia tienen en sí un sentido positivo. Es la primavera de la existencia humana que tiene un gran valor.

Las vivencias de la niñez y de la adolescencia no se borran, aún cuando la vida adulta sea muy agitada. Una infancia feliz y una adolescencia orientada conducen normalmente a una vida adulta controlada y serena. En cambio una niñez desamparada, sombría y tormentosa, pone cimientos de una vida adulta con dureza inhumana. El que siembre vientos cosecha tempestades

Una personalidad humana afectivamente madura, se comunica de manera natural con todo tipo de personas: se abre y acepta al otro, mantiene contactos enriquecedores con los demás, sabe adaptarse a la realidad de cada uno, sale de sí mismo, comunica calor humano, es capaz de dar y recibir afecto, expresa sus sentimientos y emociones con sinceridad.

Quien tiene un conocimiento profundo de sí mismo es capaz de autoanalizarse y criticarse, sabe tomar decisiones y asumirlas. Se valoriza, se aprecia y se siente realizado, vive con alegría el estado de vida que ha elegido. Mantiene un equilibrio afectivo y estabilidad emocional, integrando sexualidad y amor, vida afectiva y vida interior. No intenta dominar a otros ni crea dependencias.

Es maduro el que sabe asumir situaciones de conflicto y fracaso. Acepta críticas constructivas. Sabe esperar sin impacientarse, vive en soledad creativa y alegremente, es firme y tolerante en sus opiniones, tiene buen humor y sabe reírse de sí mismo.

En sus relaciones con los demás, más que mendigar afecto, sabe ofrecerlo de manera saludable, se integra fácilmente con todos, comparte y ofrece su honestidad, percibe y valora las capacidades de los demás adaptándose a sus limitaciones, o bien, recreándose en su cultura.

Dado que los padres dieron vida a sus hijos, tienen la delicada misión de educarlos; siendo por ello reconocidos como los primeros y principales maestros de sus hijos.

Este deber es de tanta trascendencia que dicha formación humana constituye el cimiento básico de su integridad personal, pues las vivencias de su infancia, de la adolescencia, de su juventud propiamente, dan integridad a la adultez; siendo por tanto su familia la primera escuela de las virtudes.

Esta importantísima obligación de los padres de familia es esencialmente prioritaria para dar vida y educación integral a las nuevas generaciones; pues de no generarse vínculos sanos en las primeras etapas de la vida, los hijos van a sufrir tanto en las relaciones con Dios como con la sociedad.

En efecto, quien no ha experimentado amor, tendrá dificultad en brindar amor, le costará mucho la transferencia de filial confianza. Si en la familia se logra establecer una unidad estable y profunda, el niño crece sanamente, recibiendo y dando con amor.

Esta función educativa se basa en el sacramento del matrimonio, pero requiere un esfuerzo sincero de colaboración humana que debe ser compartido por ambos esposos. No se puede descargar toda la responsabilidad en la madre, que generalmente tiene mayor contacto y más tiempo con los hijos. El padre es tan importante y necesario como ella para una verdadera formación de la personalidad de sus hijos. Se debe establecer un clima de amor en el hogar, de modo que todos en la familia puedan desarrollarse a su máximo potencial y, los hijos crezcan sanos, fuertes física y emocionalmente.

La autoridad del padre y de la madre está llamada de un modo especial a extender cada vez más el campo de la libertad e iniciativa de los hijos. No deben bombardear continuamente al hijo con órdenes, indicaciones, preceptos y prohibiciones, ni tampoco someterlos a un control excesivo. Tienen que ayudarles, a aprender a caminar cada vez mejor con sus propias decisiones aunque ello pueda dar lugar seguramente a equivocaciones, pero siempre dispuestos a que sean lecciones que les den experiencias, guiándolos cuantas veces sea necesario.

No podemos imaginar el gran daño que se le hace a un niño que no recibe amor, la aceptación y la atención que se necesita. Los psicólogos dicen que empieza a desarrollar una especie de máscara para protegerse de las heridas y del rechazo. Hay que familiarizar a los hijos con los libros desde muy temprana edad; inventar juegos en los que el niño pueda usar todos sus sentidos; Incrementar su imaginación en todas las formas posibles. Mientras más pequeño es el niño más dependiente es principalmente de su madre. El niño se halla tranquilo y confiado porque encuentra en el hogar protección contra un mundo desconocido que se le manifiesta como adverso.

La obra educativa es tan delicada que se estropea cuando es unilateral, cuando sólo hay cariño, cuando sólo hay perdón y no se exige reparación del mal causado, cuando se da todo a manos llenas y no se exige nada a cambio.

Cuando el padre y la madre exponen con modestia su punto de vista y reconocen sus errores con una sencillez tal que desarma, en los hijos no brota ninguna actitud arrogante y se logra con mayor seguridad la integración de los hijos con una educación que da lugar a verdaderos ciudadanos.

En busca de su camino en la vida, los adolescentes llegan al mundo de los adultos. Se interesan por los grandes problemas de la existencia. Les falta experiencia, pero les sobra fuerza y entusiasmo. Toman sentido de la realidad. La niñez y la adolescencia tienen en sí un sentido positivo. Es la primavera de la existencia humana que tiene un gran valor.

Las vivencias de la niñez y de la adolescencia no se borran, aún cuando la vida adulta sea muy agitada. Una infancia feliz y una adolescencia orientada conducen normalmente a una vida adulta controlada y serena. En cambio una niñez desamparada, sombría y tormentosa, pone cimientos de una vida adulta con dureza inhumana. El que siembre vientos cosecha tempestades

Una personalidad humana afectivamente madura, se comunica de manera natural con todo tipo de personas: se abre y acepta al otro, mantiene contactos enriquecedores con los demás, sabe adaptarse a la realidad de cada uno, sale de sí mismo, comunica calor humano, es capaz de dar y recibir afecto, expresa sus sentimientos y emociones con sinceridad.

Quien tiene un conocimiento profundo de sí mismo es capaz de autoanalizarse y criticarse, sabe tomar decisiones y asumirlas. Se valoriza, se aprecia y se siente realizado, vive con alegría el estado de vida que ha elegido. Mantiene un equilibrio afectivo y estabilidad emocional, integrando sexualidad y amor, vida afectiva y vida interior. No intenta dominar a otros ni crea dependencias.

Es maduro el que sabe asumir situaciones de conflicto y fracaso. Acepta críticas constructivas. Sabe esperar sin impacientarse, vive en soledad creativa y alegremente, es firme y tolerante en sus opiniones, tiene buen humor y sabe reírse de sí mismo.

En sus relaciones con los demás, más que mendigar afecto, sabe ofrecerlo de manera saludable, se integra fácilmente con todos, comparte y ofrece su honestidad, percibe y valora las capacidades de los demás adaptándose a sus limitaciones, o bien, recreándose en su cultura.