/ lunes 27 de mayo de 2024

Pobreza, asistencia y justicia global

“Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”

- Francisco de Quevedo

Hablar de pobreza, asistencia y justicia global supone hacer referencia a algunos de los desafíos más acuciantes para el Estado constitucional y democrático de Derecho del siglo XXI. La globalización, en buena medida, sólo ha beneficiado a unos cuantos en detrimento de muchos, haciendo que los poderes salvajes o poderes fácticos, en buena medida, sean los principales conductores de dicho fenómeno globalizador, sin tener en cuenta la realidad social de millones de mujeres, niños y hombres que se encuentran en situación de pobreza patrimonial o incluso alimentaria, lo cual no deja de ser un fracaso civilizatorio por cualquier arista que se le vea. No puede haber justicia global cuando el hambre es cosa de todos los días en muchos lugares del mundo y si el acceso a la vivienda, al trabajo o a la educación se da a cuentagotas.

Según datos del Índice de Pobreza Multidimensional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Iniciativa sobre Pobreza y Desarrollo Humano de Oxford, en 2023 hay 1,100 millones de personas en situación de pobreza a nivel mundial; igualmente, y siguiendo también a las Naciones Unidas, la población mundial alcanzó los 8,000 millones a mediados de noviembre de 2022, lo cual implica que prácticamente una de cada ocho personas en el planeta vive en situación de pobreza, lo cual debe ser considerado como una tragedia humanitaria de enormes proporciones, teniendo en cuenta que la agenda de los derechos humanos en la actualidad debería estar irradiando a todas las personas por igual, sin ninguna distinción, pero en definitiva datos como los ya referidos son indicativos de exactamente lo contrario.

Si la pobreza no se alivia y no se mejoran paulatinamente estas cifras, algo está fallando en el fondo de nuestros sistemas políticos, económicos, jurídicos y iusfundamentales. El discurso de los derechos no es llevado a la práctica, por lo que la insistencia de Norberto Bobbio (Bobbio, Norberto, El tiempo de los derechos, trad. de Rafael de Asís Roig, pról. de Gregorio Peces-Barba Martínez, Madrid, Sistema, 1991) consistente en que el verdadero problema de los derechos humanos no es tanto su fundamentación sino su protección cobra plena vigencia. De hecho, y más bien, los derechos se quedan en el ámbito del discurso.

¿Cómo responder a la necesidad de combatir la pobreza y, además, reivindicar la asistencia y la justicia global? Queda claro que es una obligación asistir a los demás y procurar el auxilio a las personas en situación de pobreza, pero en el camino se pueden presentar ciertos inconvenientes discursivos, políticos y prácticos que es necesario abordar. La institucionalidad mundial tiene un papel muy importante en este sentido, pero sus funciones deben ser acompañadas principalmente de convicción política, pues sin un compromiso de los Estados que financian a tal institucionalidad, difícilmente llegaremos a un buen puerto. La pobreza mundial debe ser combatida a través del asistencialismo, pero igualmente, a través de educación y trabajo de calidad, por decir lo menos, como puntas de lanza de los restantes derechos sociales, todos ellos igualmente importantes.

Si como dice el ex presidente de la Corte Constitucional italiana Gustavo Zagrebelsky, la justicia debe entenderse como experiencia, sin duda alguna que la reducción y paulatina eliminación de la pobreza planetaria debe ser precisamente eso: una experiencia a partir de la solidaridad y la fraternidad como ejes conductores de la civilización humana. A ello debemos aportar todas y todos.


“Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”

- Francisco de Quevedo

Hablar de pobreza, asistencia y justicia global supone hacer referencia a algunos de los desafíos más acuciantes para el Estado constitucional y democrático de Derecho del siglo XXI. La globalización, en buena medida, sólo ha beneficiado a unos cuantos en detrimento de muchos, haciendo que los poderes salvajes o poderes fácticos, en buena medida, sean los principales conductores de dicho fenómeno globalizador, sin tener en cuenta la realidad social de millones de mujeres, niños y hombres que se encuentran en situación de pobreza patrimonial o incluso alimentaria, lo cual no deja de ser un fracaso civilizatorio por cualquier arista que se le vea. No puede haber justicia global cuando el hambre es cosa de todos los días en muchos lugares del mundo y si el acceso a la vivienda, al trabajo o a la educación se da a cuentagotas.

Según datos del Índice de Pobreza Multidimensional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Iniciativa sobre Pobreza y Desarrollo Humano de Oxford, en 2023 hay 1,100 millones de personas en situación de pobreza a nivel mundial; igualmente, y siguiendo también a las Naciones Unidas, la población mundial alcanzó los 8,000 millones a mediados de noviembre de 2022, lo cual implica que prácticamente una de cada ocho personas en el planeta vive en situación de pobreza, lo cual debe ser considerado como una tragedia humanitaria de enormes proporciones, teniendo en cuenta que la agenda de los derechos humanos en la actualidad debería estar irradiando a todas las personas por igual, sin ninguna distinción, pero en definitiva datos como los ya referidos son indicativos de exactamente lo contrario.

Si la pobreza no se alivia y no se mejoran paulatinamente estas cifras, algo está fallando en el fondo de nuestros sistemas políticos, económicos, jurídicos y iusfundamentales. El discurso de los derechos no es llevado a la práctica, por lo que la insistencia de Norberto Bobbio (Bobbio, Norberto, El tiempo de los derechos, trad. de Rafael de Asís Roig, pról. de Gregorio Peces-Barba Martínez, Madrid, Sistema, 1991) consistente en que el verdadero problema de los derechos humanos no es tanto su fundamentación sino su protección cobra plena vigencia. De hecho, y más bien, los derechos se quedan en el ámbito del discurso.

¿Cómo responder a la necesidad de combatir la pobreza y, además, reivindicar la asistencia y la justicia global? Queda claro que es una obligación asistir a los demás y procurar el auxilio a las personas en situación de pobreza, pero en el camino se pueden presentar ciertos inconvenientes discursivos, políticos y prácticos que es necesario abordar. La institucionalidad mundial tiene un papel muy importante en este sentido, pero sus funciones deben ser acompañadas principalmente de convicción política, pues sin un compromiso de los Estados que financian a tal institucionalidad, difícilmente llegaremos a un buen puerto. La pobreza mundial debe ser combatida a través del asistencialismo, pero igualmente, a través de educación y trabajo de calidad, por decir lo menos, como puntas de lanza de los restantes derechos sociales, todos ellos igualmente importantes.

Si como dice el ex presidente de la Corte Constitucional italiana Gustavo Zagrebelsky, la justicia debe entenderse como experiencia, sin duda alguna que la reducción y paulatina eliminación de la pobreza planetaria debe ser precisamente eso: una experiencia a partir de la solidaridad y la fraternidad como ejes conductores de la civilización humana. A ello debemos aportar todas y todos.