/ lunes 22 de abril de 2019

Una elocuente calidad profesional debe tener el maestro

El tesoro más grande de un ser humano es su inteligencia. Y, claro, mientras más temprano desarrollemos hábitos buenos y vigorosos, más efectiva será nuestra capacidad intelectiva y se logrará una mejor vida. La preferible manera de realizarse una persona, es tomando desde la juventud las resoluciones más apropiadas y oportunas, de manera que le permita verse a sí misma como la fuerza principal de su ser sin importar su extracción o nivel social. Así mismo educan los inspirados ejemplos surgidos de los problemas de la vida real con los que se enfrenta cada día, constituyéndole una consolidada experiencia para encauzar su existencia con las mejores decisiones.

Forjarse destrezas y metas para vivir ayudará a los jóvenes a dar lo mejor de sí mismos, desarrollando todo con talento, con energía y llegar muy lejos. Concebir habilidades altamente efectivas es oro puro; tener sueños y convertirlos en propósitos que se proponen alcanzarlos, les concederá cada victoria con grandes satisfacciones.

La exclusiva finalidad que sustenta la educación es precisamente la conveniente formación del educando, sustentada en la debida personalidad que debe y desea tener cada ciudadano. De ahí que es sumamente importante suscitar interés por la enseñanza y atraer al servicio educativo a profesionistas con vocación.

Muchos estudiantes suelen considerar que el magisterio es la última carrera que decidirían seguir. Parte de este sentimiento se explica, posiblemente, por lo alejado para cumplir con esta responsabilidad y por el bajo sueldo. Sin embargo (y lo digo por experiencia propia), es una de las misiones más bonitas y deja grandes satisfacciones personales; claro, cuando se responde como debe ser. Los alumnos no tienen ninguna culpa, es el salario el que no compensa los esfuerzos realizados.

Las mejores cualidades que debe reunir un buen maestro son: Respeto por la personalidad, interés por la mejoría de la comunidad a través de un comportamiento racional, habilidad en el trabajo, afabilidad y comprensión a los alumnos, comunicación debida con los padres de familia, espíritu de servicio tanto en la escuela como en la comunidad, capacidad técnica pedagógica y, tener fe en el valor de la enseñanza. Los rasgos que más lo distinguen como profesional de la educación son: simpatía, notoria civilidad, sinceridad, optimismo, entusiasmo, amabilidad, equidad y dignidad. El ser servicial en el trabajo y la claridad en sus exposiciones, son factores importantes para el éxito de su labor. Tener siempre presente que está educando seres humanos, no objetos inanimados, insensibles.

El buen maestro es sobre todo comprensivo, reconoce que las normas son menos importantes que el desarrollo del educando, posee un sentido de imaginación muy agudo y recuerda que él también fue niño, adolescente y quizás hasta un tanto más desobediente. Tiene fe en lo que enseña y su entusiasmo es tan grande que contagia a los demás; es capaz de encontrar la relación propia entre la enseñanza y la actualidad que se vive.

Los atractivos de la educación de aprender a aprender son muchos y muy grandes; ninguna otra profesión brinda tantas satisfacciones. En los negocios es posible experimentar un sentimiento de vulgaridad en el momento de adquirir riqueza, ya que los bienes materiales pueden ser principio de una inseguridad espiritual. En el campo del derecho se puede sentir repulsión ante la obligación de defender a un individuo indigno. Pero en las vivencias del aprendizaje escolar se trasciende al propio ego y entra en contacto directo con el pensamiento humano. La importancia del aprender académico es altamente significativo y necesario para ingresar a un nuevo universo de sabiduría y conciencia; para aprender a identificar lo que se debe hacer y decir; sobre todo el significado del amor y la compasión; es decir, comprender no sólo que la peor ceguera no es la física sino la espiritual. Incluso, aun entre las limitaciones físicas, el espíritu de una persona puede triunfar sobreponiéndose a la desesperanza, al adquirir la inspiración y el valor educativo indispensable.

La muy digna y reconocida labor de un maestro es adquirir conciencia de su gran oportunidad de sembrar amor donde prevalece el antagonismo, avivar la llama del saber donde reina la ignorancia, lograr que los alumnos estén conscientes de que deben aprender a convivir con sus semejantes dentro de un ámbito sano y de moralidad, así como cultivar con honor la humildad en medio de la vanagloria y la presunción. Todo esto y más se desarrolla cuando hay una debida responsabilidad profesional.

Por desgracia, existe en la sociedad, una inclinación humana hacia tendencias destructivas que se manifiestan no solamente en crisis, sino a través del desorden, la delincuencia, el alcoholismo, la drogadicción e infidelidad en general que desmerece nuestra civilización. Hoy disfrutamos de más facilidades y más comodidades, viajamos más que nunca, se nos ofrecen innumerables formas de diversión y, sin embargo, estamos produciendo millones de neuróticos que no encuentran sentido a la vida. No obstante los avances científicos, tecnológicos que superan nuestra manera de vivir, conjugando nuestra conciencia con la evolución social, habemos así mismo seres humanos cuya capacidad intelectual la aprovechamos para servirnos de los demás, perjudicándonos, cuando todos unidos, como hermanos e hijos de Dios, debemos ayudarnos los unos a los otros.

Por tal razón, la labor del maestro requiere adquirir un mayor y mejor relieve, tanto profesional como económicamente, para que pueda desempeñarse y ser reconocido como lo merece. Ya que su compromiso no sólo es comunicar ideas, sino también ser el orientador de una manera creativa de vivir; representa un símbolo de paz, afinidad y bienestar en un mundo perturbado por la violencia física y moral que nos arrastra a la decadencia. El maestro es pues, el guardián de la civilización y el defensor del progreso.

El tesoro más grande de un ser humano es su inteligencia. Y, claro, mientras más temprano desarrollemos hábitos buenos y vigorosos, más efectiva será nuestra capacidad intelectiva y se logrará una mejor vida. La preferible manera de realizarse una persona, es tomando desde la juventud las resoluciones más apropiadas y oportunas, de manera que le permita verse a sí misma como la fuerza principal de su ser sin importar su extracción o nivel social. Así mismo educan los inspirados ejemplos surgidos de los problemas de la vida real con los que se enfrenta cada día, constituyéndole una consolidada experiencia para encauzar su existencia con las mejores decisiones.

Forjarse destrezas y metas para vivir ayudará a los jóvenes a dar lo mejor de sí mismos, desarrollando todo con talento, con energía y llegar muy lejos. Concebir habilidades altamente efectivas es oro puro; tener sueños y convertirlos en propósitos que se proponen alcanzarlos, les concederá cada victoria con grandes satisfacciones.

La exclusiva finalidad que sustenta la educación es precisamente la conveniente formación del educando, sustentada en la debida personalidad que debe y desea tener cada ciudadano. De ahí que es sumamente importante suscitar interés por la enseñanza y atraer al servicio educativo a profesionistas con vocación.

Muchos estudiantes suelen considerar que el magisterio es la última carrera que decidirían seguir. Parte de este sentimiento se explica, posiblemente, por lo alejado para cumplir con esta responsabilidad y por el bajo sueldo. Sin embargo (y lo digo por experiencia propia), es una de las misiones más bonitas y deja grandes satisfacciones personales; claro, cuando se responde como debe ser. Los alumnos no tienen ninguna culpa, es el salario el que no compensa los esfuerzos realizados.

Las mejores cualidades que debe reunir un buen maestro son: Respeto por la personalidad, interés por la mejoría de la comunidad a través de un comportamiento racional, habilidad en el trabajo, afabilidad y comprensión a los alumnos, comunicación debida con los padres de familia, espíritu de servicio tanto en la escuela como en la comunidad, capacidad técnica pedagógica y, tener fe en el valor de la enseñanza. Los rasgos que más lo distinguen como profesional de la educación son: simpatía, notoria civilidad, sinceridad, optimismo, entusiasmo, amabilidad, equidad y dignidad. El ser servicial en el trabajo y la claridad en sus exposiciones, son factores importantes para el éxito de su labor. Tener siempre presente que está educando seres humanos, no objetos inanimados, insensibles.

El buen maestro es sobre todo comprensivo, reconoce que las normas son menos importantes que el desarrollo del educando, posee un sentido de imaginación muy agudo y recuerda que él también fue niño, adolescente y quizás hasta un tanto más desobediente. Tiene fe en lo que enseña y su entusiasmo es tan grande que contagia a los demás; es capaz de encontrar la relación propia entre la enseñanza y la actualidad que se vive.

Los atractivos de la educación de aprender a aprender son muchos y muy grandes; ninguna otra profesión brinda tantas satisfacciones. En los negocios es posible experimentar un sentimiento de vulgaridad en el momento de adquirir riqueza, ya que los bienes materiales pueden ser principio de una inseguridad espiritual. En el campo del derecho se puede sentir repulsión ante la obligación de defender a un individuo indigno. Pero en las vivencias del aprendizaje escolar se trasciende al propio ego y entra en contacto directo con el pensamiento humano. La importancia del aprender académico es altamente significativo y necesario para ingresar a un nuevo universo de sabiduría y conciencia; para aprender a identificar lo que se debe hacer y decir; sobre todo el significado del amor y la compasión; es decir, comprender no sólo que la peor ceguera no es la física sino la espiritual. Incluso, aun entre las limitaciones físicas, el espíritu de una persona puede triunfar sobreponiéndose a la desesperanza, al adquirir la inspiración y el valor educativo indispensable.

La muy digna y reconocida labor de un maestro es adquirir conciencia de su gran oportunidad de sembrar amor donde prevalece el antagonismo, avivar la llama del saber donde reina la ignorancia, lograr que los alumnos estén conscientes de que deben aprender a convivir con sus semejantes dentro de un ámbito sano y de moralidad, así como cultivar con honor la humildad en medio de la vanagloria y la presunción. Todo esto y más se desarrolla cuando hay una debida responsabilidad profesional.

Por desgracia, existe en la sociedad, una inclinación humana hacia tendencias destructivas que se manifiestan no solamente en crisis, sino a través del desorden, la delincuencia, el alcoholismo, la drogadicción e infidelidad en general que desmerece nuestra civilización. Hoy disfrutamos de más facilidades y más comodidades, viajamos más que nunca, se nos ofrecen innumerables formas de diversión y, sin embargo, estamos produciendo millones de neuróticos que no encuentran sentido a la vida. No obstante los avances científicos, tecnológicos que superan nuestra manera de vivir, conjugando nuestra conciencia con la evolución social, habemos así mismo seres humanos cuya capacidad intelectual la aprovechamos para servirnos de los demás, perjudicándonos, cuando todos unidos, como hermanos e hijos de Dios, debemos ayudarnos los unos a los otros.

Por tal razón, la labor del maestro requiere adquirir un mayor y mejor relieve, tanto profesional como económicamente, para que pueda desempeñarse y ser reconocido como lo merece. Ya que su compromiso no sólo es comunicar ideas, sino también ser el orientador de una manera creativa de vivir; representa un símbolo de paz, afinidad y bienestar en un mundo perturbado por la violencia física y moral que nos arrastra a la decadencia. El maestro es pues, el guardián de la civilización y el defensor del progreso.