/ martes 5 de febrero de 2019

Vivamos en el amor como verdaderos seres humanos

El amor es la más noble flaqueza del espíritu; es el principal y más depurado afecto del ser humano; su fundamento primordial es la verdad, la humildad, la sencillez, la sinceridad, por lo que en él no tienen cabida las ambiciones impúdicas.

El amor verdadero, sin tacha alguna, es considerado como el más grandioso sentimiento humano y hasta una de las más bellas artes. Al amor genuino no se le conoce por ser exigente, interesado, indecoroso, sino por lo que siente de verdad, de corazón; antes bien, ofrece y da con toda su buena voluntad. Y aún más, el amor sincero sabe perdonar de buena fe, sin reservas, siendo la prueba más dura que puede acreditar. El amor auténtico no mira con los ojos sino con el corazón y, sin lugar a dudas, acertamos al considerar que tiene alas ofrendadas por Dios para que volemos hasta El.

Por supuesto que mi criterio sobre la solemnidad del amor es indudablemente sano, reconociéndolo como la fuerza transformadora que nos vuelve más humanos. Y me refiero a la incomparable y sensitiva emoción que envuelve a cada corazón, para que disfrutemos en la vida con elocuente hermandad, sin odios ni rencores, con el deseo de vivir en paz, con salud y bienestar.

El amor no tiene edad, siempre está naciendo; el que más sabe amar más aprende a perdonar. Lamentablemente hay quienes dicen que aman, pero no es verdad, sólo simulan, no lo sienten, no lo viven, no lo perciben y, lo que están enmascarando es una burla para su prójimo y para Dios.

Sólo el amor es capaz de lograr una humanidad saludable, reflexiva, consciente, donde todos podamos vivir con honor y enfrentarnos con dignidad al mundo, sin que haya violencia, maldad, delincuencia; donde viva la libertad, la lealtad, la comprensión y el respeto, ayudándonos los unos a los otros con generosa voluntad.

Es necesario crecer, pero amando a nuestros prójimos, unidos en una fe mutua llena de esperanza. No nos hagamos daño, al contrario, enlacemos nuestras fuerzas para juntos conquistar nuestra periferia cada día más devastada. Si no logramos aprender a convivir, la vida será una pesadilla y, entonces, nuestro corazón ya no tendrá tranquilidad porque el entusiasmo ha sido expulsado; ya no tendrá energía para ser íntegros hasta nuestro espíritu. Ayudémonos a vivir y a enfrentar los desafíos de la vida diaria. Echemos mano de nuestra sabiduría que gloriosa reside en el corazón de los hombres y mujeres de buena voluntad.

Una vida nunca es inútil; cada alma que desciende a la tierra tiene una razón, una misión que cumplir. Las personas que realmente hacen un bien a los demás, no solamente buscan ser útiles sino a la vez son felices sirviendo con sinceridad y con el ejemplo vivo a quienes lo necesitan. Vivamos lo que deseamos y podamos vivir bien, haciendo a un lado toda crítica perversa. Porque Dios lo ve todo, sabe y recompensa que, con nuestro amor al prójimo, estamos ayudando a mejorar el mundo y, cada día que hacemos el bien, nos cubre de bendiciones.

En momentos que sentimos que no hay solución, cuantas y cuantas veces aparece la oportunidad y conforta nuestro espíritu. Esta circunstancia que es concebida por el amor, dejemos que llegue porque es la que transforma, la que nos hace recobrar el ánimo, el entusiasmo; es la fuerza, la energía que nos mueve y nos hace crecer, avanzar, vivir con anhelo ayudando con gusto a nuestros semejantes que así lo necesitan.

Cuando el amor envuelve a una persona, se manifiesta inmediatamente por la luz que emana de sus ojos. No importa si está mal vestida, si no obedece a las normas sociales que consideramos educadas y, ni siquiera nos preocupamos por “el qué dirán” o por impresionar a los demás; simple y sencillamente disfrutamos del placer que nos da Dios de servir con amor.

La grandeza del amor está en todo lo que Dios ha creado. Sólo que el fraude está en el hecho de que, como seres humanos, nos dejamos llevar por pensamientos equivocados que precipitan nuestra fe, desubicándonos y desviándonos del camino verdadero. El amor es libre y su voz no está gobernada por nuestra voluntad ni conveniencia alguna. Sin embargo, hay quienes creen que pueden seducirlo con docilidad, poder, belleza, riqueza, lágrimas o sonrisas.

El amor que es evidente no seduce jamás ni se deja corromper. Pensamos que lo que damos debe ser igual a lo que recibimos; o sea que, cuantas personas hay que aman y esperan a cambio ser más amadas aun y, generalmente no sucede así. Creamos mejor que el amor no es un intercambio, sino un elocuente acto de fe.

El mayor objetivo de la vida es amar. La vida es demasiado corta para esconder nuestros sentimientos más sinceros; como por ejemplo: “te amo”. Amamos porque necesitamos amar; sin ello la vida pierde sentido y el sol deja de brillar. Aunque el saludo lo hayamos dado muchas veces, ahora esforcémonos porque sea sanamente diferente.

Que no sea solamente una atención aprendida, habitual, común, sino la ocasión de bendecir a los demás, deseando que todos comprendamos la importancia de estar vivos, aun cuando la tragedia nos ronda y nos amenaza. Que tengamos el coraje de abrir la puerta del santuario donde se hospeda nuestra alma y, mirarnos a sí mismos como si fuera la primera vez que estuviéramos en contacto con nuestro cuerpo y nuestro espíritu.

Que seamos capaces de aceptarnos tal como somos; seres humanos que servimos, caminamos, sentimos, pensamos, desarrollamos, amamos, pero también erramos, cometemos faltas, yerros, porque somos falibles, no perfectos. Queremos vivir bien tanto en familia como en sociedad, para vivir en paz y en armonía, ayudarnos los unos a los otros con entereza y fraternidad a través del amor, la salud, la solidaridad y la amistad. Integrarnos y amarnos todos como hijos de Dios.

El amor es la más noble flaqueza del espíritu; es el principal y más depurado afecto del ser humano; su fundamento primordial es la verdad, la humildad, la sencillez, la sinceridad, por lo que en él no tienen cabida las ambiciones impúdicas.

El amor verdadero, sin tacha alguna, es considerado como el más grandioso sentimiento humano y hasta una de las más bellas artes. Al amor genuino no se le conoce por ser exigente, interesado, indecoroso, sino por lo que siente de verdad, de corazón; antes bien, ofrece y da con toda su buena voluntad. Y aún más, el amor sincero sabe perdonar de buena fe, sin reservas, siendo la prueba más dura que puede acreditar. El amor auténtico no mira con los ojos sino con el corazón y, sin lugar a dudas, acertamos al considerar que tiene alas ofrendadas por Dios para que volemos hasta El.

Por supuesto que mi criterio sobre la solemnidad del amor es indudablemente sano, reconociéndolo como la fuerza transformadora que nos vuelve más humanos. Y me refiero a la incomparable y sensitiva emoción que envuelve a cada corazón, para que disfrutemos en la vida con elocuente hermandad, sin odios ni rencores, con el deseo de vivir en paz, con salud y bienestar.

El amor no tiene edad, siempre está naciendo; el que más sabe amar más aprende a perdonar. Lamentablemente hay quienes dicen que aman, pero no es verdad, sólo simulan, no lo sienten, no lo viven, no lo perciben y, lo que están enmascarando es una burla para su prójimo y para Dios.

Sólo el amor es capaz de lograr una humanidad saludable, reflexiva, consciente, donde todos podamos vivir con honor y enfrentarnos con dignidad al mundo, sin que haya violencia, maldad, delincuencia; donde viva la libertad, la lealtad, la comprensión y el respeto, ayudándonos los unos a los otros con generosa voluntad.

Es necesario crecer, pero amando a nuestros prójimos, unidos en una fe mutua llena de esperanza. No nos hagamos daño, al contrario, enlacemos nuestras fuerzas para juntos conquistar nuestra periferia cada día más devastada. Si no logramos aprender a convivir, la vida será una pesadilla y, entonces, nuestro corazón ya no tendrá tranquilidad porque el entusiasmo ha sido expulsado; ya no tendrá energía para ser íntegros hasta nuestro espíritu. Ayudémonos a vivir y a enfrentar los desafíos de la vida diaria. Echemos mano de nuestra sabiduría que gloriosa reside en el corazón de los hombres y mujeres de buena voluntad.

Una vida nunca es inútil; cada alma que desciende a la tierra tiene una razón, una misión que cumplir. Las personas que realmente hacen un bien a los demás, no solamente buscan ser útiles sino a la vez son felices sirviendo con sinceridad y con el ejemplo vivo a quienes lo necesitan. Vivamos lo que deseamos y podamos vivir bien, haciendo a un lado toda crítica perversa. Porque Dios lo ve todo, sabe y recompensa que, con nuestro amor al prójimo, estamos ayudando a mejorar el mundo y, cada día que hacemos el bien, nos cubre de bendiciones.

En momentos que sentimos que no hay solución, cuantas y cuantas veces aparece la oportunidad y conforta nuestro espíritu. Esta circunstancia que es concebida por el amor, dejemos que llegue porque es la que transforma, la que nos hace recobrar el ánimo, el entusiasmo; es la fuerza, la energía que nos mueve y nos hace crecer, avanzar, vivir con anhelo ayudando con gusto a nuestros semejantes que así lo necesitan.

Cuando el amor envuelve a una persona, se manifiesta inmediatamente por la luz que emana de sus ojos. No importa si está mal vestida, si no obedece a las normas sociales que consideramos educadas y, ni siquiera nos preocupamos por “el qué dirán” o por impresionar a los demás; simple y sencillamente disfrutamos del placer que nos da Dios de servir con amor.

La grandeza del amor está en todo lo que Dios ha creado. Sólo que el fraude está en el hecho de que, como seres humanos, nos dejamos llevar por pensamientos equivocados que precipitan nuestra fe, desubicándonos y desviándonos del camino verdadero. El amor es libre y su voz no está gobernada por nuestra voluntad ni conveniencia alguna. Sin embargo, hay quienes creen que pueden seducirlo con docilidad, poder, belleza, riqueza, lágrimas o sonrisas.

El amor que es evidente no seduce jamás ni se deja corromper. Pensamos que lo que damos debe ser igual a lo que recibimos; o sea que, cuantas personas hay que aman y esperan a cambio ser más amadas aun y, generalmente no sucede así. Creamos mejor que el amor no es un intercambio, sino un elocuente acto de fe.

El mayor objetivo de la vida es amar. La vida es demasiado corta para esconder nuestros sentimientos más sinceros; como por ejemplo: “te amo”. Amamos porque necesitamos amar; sin ello la vida pierde sentido y el sol deja de brillar. Aunque el saludo lo hayamos dado muchas veces, ahora esforcémonos porque sea sanamente diferente.

Que no sea solamente una atención aprendida, habitual, común, sino la ocasión de bendecir a los demás, deseando que todos comprendamos la importancia de estar vivos, aun cuando la tragedia nos ronda y nos amenaza. Que tengamos el coraje de abrir la puerta del santuario donde se hospeda nuestra alma y, mirarnos a sí mismos como si fuera la primera vez que estuviéramos en contacto con nuestro cuerpo y nuestro espíritu.

Que seamos capaces de aceptarnos tal como somos; seres humanos que servimos, caminamos, sentimos, pensamos, desarrollamos, amamos, pero también erramos, cometemos faltas, yerros, porque somos falibles, no perfectos. Queremos vivir bien tanto en familia como en sociedad, para vivir en paz y en armonía, ayudarnos los unos a los otros con entereza y fraternidad a través del amor, la salud, la solidaridad y la amistad. Integrarnos y amarnos todos como hijos de Dios.