/ martes 28 de mayo de 2019

¡Yo conocí  a los asesinos de Pancho Villa!

Nos encontramos en la antesala de la celebración del 141 aniversario del natalicio del general Francisco Villa, en La Coyotada, San Juan del Río, Dgo., y como cada año, se llevará a cabo la conmemoración correspondiente a la investidura de este durangueño considerado el más afamado en el mundo.

Lo sorprendente es que aún continúan emergiendo sorprendentes anécdotas dignas de ser comentadas y divulgadas. En ese contexto, saco a colación este relato escasamente difundido y hasta desconocido por algunos villólogos o amantes de la historia de la Revolución Mexicana. Este fantástico pasaje fue producto de extensas charlas y compartido por el cineasta duranguense Hernando Name Vásquez, y por la importancia de su aportación a la historiografía durangueña fue incluido en el libro biográfico del referido director de cine, mismo que publiqué en coautoría con el historiador Gilberto Jiménez.

El relato comienza así: “Traté brevemente a uno de los asesinos materiales del general Villa de nombre Melitón Lozoya, lo conocí en un restaurante cuando ya era un hombre de avanzada edad, me lo presentó don Manuel de Anda que era jefe de repartos en México y militar de carrera. Lo escuché platicar e irremediablemente salió a flote el tema de la muerte del general Villa. Lo exponía con sus reservas y no se sentía orgulloso de ello, para él fue un hecho de su tiempo y nada más.

Siendo niño conocí a Jesús Salas Barraza en la ciudad de Durango, fue en varias ocasiones a la casa de mi padre a visitar a mi hermano Joaquín. Mi papá no lo quería y cuando se refería a él expresaba: -¡Iinche asesino hijo de la hingada! Otro con el que conversé fue con José Sáenz Pardo. Me enteré que vivía en Camargo y un día me presenté en su casa y me atendió una señorita a la que le compartí el motivo de mi visita, le dije que era director de cine e iba a buscarlo para comentarle que estaba trabajando en un guión para hacer una película sobre Pancho Villa y que en la historia se agregaba una secuencia entera dedicada a lo que fue la emboscada y me interesaba conocer datos exactos de uno de los participantes.

Dentro de la casa se escuchó un grito: -¡Dígale que no esté hingando… que se largue! Le dije a la señorita que le comentara que si era necesario que le pagara, pero me interesaba tener su testimonio ya que la obra que pensaba filmar iba a ser histórica. Entró la muchacha y después de unos minutos salió a decirme que me presentara a las seis de la tarde. Llegué puntualmente y la misma mujer me dijo que estaba dormido. Salió una hora después, era un hombre alto a pesar de ya ser un anciano con los ojos muy azules, de pelo güero blanco de canas, muy fuerte y con manos de trabajo.

Cortante me pidió que me sentara y me dijo que le dijera exactamente qué quería y por qué, ya que después de tantos años ya estaba hasta los güevos de hablar de ese tema. Le comenté que yo era hombre de campo y que las circunstancias y el destino me habían llevado a ser director de cine, y para ser director de cine se necesitaba tener un principio y ser perseverante, llegar a donde uno quiere y tratar de conseguirlo. Terminé diciéndole que por ese motivo estaba en su casa, porque quería conseguir una entrevista e información que solo él me podía proporcionar.

Le dije que si para ello tenía que tardarme un año o dos o diez parado afuera de la puerta de su casa para conseguir los datos que necesitaba, podía jurar que ahí me estaría. Se me quedó viendo muy serio y me dijo: -Vamos a platicar… ¿Qué quiere saber? Empecé a preguntarle por qué fue la emboscada. Me confió que le quitaron la pistola al general, que le habían dado un balazo y se fueron a caballo. Metieron el cuerpo de Román Guerra a uno de los cuartos donde estaban escondidos tapándolo con pastura seca. Me dijo que Melitón Lozoya iba montado en el caballo de Román Guerra y las arciones le quedaban cortas y entonces se detuvieron y José Sáenz Pardo le alargó las acciones, que no son otra cosa que las correas que van del fuste al estribo.

Está operación se llevó por lo menos quince minutos, por lo que el señor Sáenz Pardo me dijo que esta acción demostraba que no llevaban prisa, ni salieron corriendo a todo galope. Abundó que tan sólo esta operación de las arciones probaba que los participantes no tenían miedo ya que iban a lo que iban y cada quien tenía sus razones. Me dijo que Ruperto Vara tomó una bolsa con cincuenta mil pesos oro que llevaba el general Villa en su carro y él mismo le dijo que la dejara en su lugar porque iban a matarlo y no a robarlo.

“Me expresó que eso demostraba que sabían lo que andaban haciendo porque la primera vez que lo intentaron pudieron haberlo hecho pero a esa hora estaban muchos niños afuera de la escuela y se suspendió por órdenes de Melitón y Librado Martínez dijo que ya habría otra oportunidad. Estuvimos platicando casi cuatro horas y al retirarme me dijo que ya me había platicado todo lo que me tenía que platicar y le pregunté cuánto le debía respondiéndome que no le debía nada. Terminó diciéndome que esperaba que lo que me había platicado me sirviera de algo y en la película se mostrara lo que me dijo y no lo que decían”.

Nos encontramos en la antesala de la celebración del 141 aniversario del natalicio del general Francisco Villa, en La Coyotada, San Juan del Río, Dgo., y como cada año, se llevará a cabo la conmemoración correspondiente a la investidura de este durangueño considerado el más afamado en el mundo.

Lo sorprendente es que aún continúan emergiendo sorprendentes anécdotas dignas de ser comentadas y divulgadas. En ese contexto, saco a colación este relato escasamente difundido y hasta desconocido por algunos villólogos o amantes de la historia de la Revolución Mexicana. Este fantástico pasaje fue producto de extensas charlas y compartido por el cineasta duranguense Hernando Name Vásquez, y por la importancia de su aportación a la historiografía durangueña fue incluido en el libro biográfico del referido director de cine, mismo que publiqué en coautoría con el historiador Gilberto Jiménez.

El relato comienza así: “Traté brevemente a uno de los asesinos materiales del general Villa de nombre Melitón Lozoya, lo conocí en un restaurante cuando ya era un hombre de avanzada edad, me lo presentó don Manuel de Anda que era jefe de repartos en México y militar de carrera. Lo escuché platicar e irremediablemente salió a flote el tema de la muerte del general Villa. Lo exponía con sus reservas y no se sentía orgulloso de ello, para él fue un hecho de su tiempo y nada más.

Siendo niño conocí a Jesús Salas Barraza en la ciudad de Durango, fue en varias ocasiones a la casa de mi padre a visitar a mi hermano Joaquín. Mi papá no lo quería y cuando se refería a él expresaba: -¡Iinche asesino hijo de la hingada! Otro con el que conversé fue con José Sáenz Pardo. Me enteré que vivía en Camargo y un día me presenté en su casa y me atendió una señorita a la que le compartí el motivo de mi visita, le dije que era director de cine e iba a buscarlo para comentarle que estaba trabajando en un guión para hacer una película sobre Pancho Villa y que en la historia se agregaba una secuencia entera dedicada a lo que fue la emboscada y me interesaba conocer datos exactos de uno de los participantes.

Dentro de la casa se escuchó un grito: -¡Dígale que no esté hingando… que se largue! Le dije a la señorita que le comentara que si era necesario que le pagara, pero me interesaba tener su testimonio ya que la obra que pensaba filmar iba a ser histórica. Entró la muchacha y después de unos minutos salió a decirme que me presentara a las seis de la tarde. Llegué puntualmente y la misma mujer me dijo que estaba dormido. Salió una hora después, era un hombre alto a pesar de ya ser un anciano con los ojos muy azules, de pelo güero blanco de canas, muy fuerte y con manos de trabajo.

Cortante me pidió que me sentara y me dijo que le dijera exactamente qué quería y por qué, ya que después de tantos años ya estaba hasta los güevos de hablar de ese tema. Le comenté que yo era hombre de campo y que las circunstancias y el destino me habían llevado a ser director de cine, y para ser director de cine se necesitaba tener un principio y ser perseverante, llegar a donde uno quiere y tratar de conseguirlo. Terminé diciéndole que por ese motivo estaba en su casa, porque quería conseguir una entrevista e información que solo él me podía proporcionar.

Le dije que si para ello tenía que tardarme un año o dos o diez parado afuera de la puerta de su casa para conseguir los datos que necesitaba, podía jurar que ahí me estaría. Se me quedó viendo muy serio y me dijo: -Vamos a platicar… ¿Qué quiere saber? Empecé a preguntarle por qué fue la emboscada. Me confió que le quitaron la pistola al general, que le habían dado un balazo y se fueron a caballo. Metieron el cuerpo de Román Guerra a uno de los cuartos donde estaban escondidos tapándolo con pastura seca. Me dijo que Melitón Lozoya iba montado en el caballo de Román Guerra y las arciones le quedaban cortas y entonces se detuvieron y José Sáenz Pardo le alargó las acciones, que no son otra cosa que las correas que van del fuste al estribo.

Está operación se llevó por lo menos quince minutos, por lo que el señor Sáenz Pardo me dijo que esta acción demostraba que no llevaban prisa, ni salieron corriendo a todo galope. Abundó que tan sólo esta operación de las arciones probaba que los participantes no tenían miedo ya que iban a lo que iban y cada quien tenía sus razones. Me dijo que Ruperto Vara tomó una bolsa con cincuenta mil pesos oro que llevaba el general Villa en su carro y él mismo le dijo que la dejara en su lugar porque iban a matarlo y no a robarlo.

“Me expresó que eso demostraba que sabían lo que andaban haciendo porque la primera vez que lo intentaron pudieron haberlo hecho pero a esa hora estaban muchos niños afuera de la escuela y se suspendió por órdenes de Melitón y Librado Martínez dijo que ya habría otra oportunidad. Estuvimos platicando casi cuatro horas y al retirarme me dijo que ya me había platicado todo lo que me tenía que platicar y le pregunté cuánto le debía respondiéndome que no le debía nada. Terminó diciéndome que esperaba que lo que me había platicado me sirviera de algo y en la película se mostrara lo que me dijo y no lo que decían”.