/ jueves 7 de octubre de 2021

De Gaulle, ejemplo de la “grandeur” francesa

Charles de Gaulle es considerado “el más ilustre de los franceses”, fue un hombre cuya talla y valía se agrandan con el paso del tiempo y los estudios que se le dedican, símbolo ejemplar de la “grandeur” o grandeza francesa, su vida fue una lección de rebeldía, de amor a su país y su gente, un ejemplo de qué significa hacer Política con mayúsculas.

Militar por vocación y, a la vez, pensador sistemático y riguroso, fue un hombre de acción que nutrió sus decisiones en el atento examen de las circunstancias, las personas y sus raíces históricas.

Casado en 1921 con Yvonne Vendroux, la hija de un industrial de Calais, vestido de uniforme y con el pecho sembrado de condecoraciones francesas y polacas ganadas en la Primera Guerra Mundial y en Varsovia combatiendo a los bolcheviques. Estuvieron casados 49 años, hasta que murió el general.

La familia De Gaulle se había trasladado a Londres en 1940, y su exilio fue considerado una rebelión, ya que el general no aceptó el armisticio con Alemania firmado por su antiguo jefe, Philippe Pétain. Desobedeció a su superior, él que fue un ejemplo de disciplina desde niño, ya que le inculcaron rectitud en su familia, católica y tradicional, sobre todo, porque su padre era profesor de Historia en Lille y estudió en el internado jesuita de Bélgica donde estudió de jovencito.

Eso le permitió ser protagonista de hechos difíciles de compaginar, como criticar la mala dirección de la guerra sin perder su fe en el ejército, colaborar con el héroe más valorado de su tiempo y disentir de él, pensar la política de defensa en contra de la corriente dominante y, lo más pasmoso: declararse el auténtico representante de Francia frente a su Gobierno cuando éste decidió rendirse a los ejércitos de Hitler en 1940.

Ese acto de rebeldía, que tuvo éxito contra todo pronóstico, marcó toda su vida, pero no fue una excepción. De Gaulle fue un gran inconformista, un permanente crítico en busca de nuevas soluciones. Su decepción por la marcha de la política tras la Segunda Guerra Mundial le llevó a formular propuestas alternativas cuando Francia volvió a estar al borde de la guerra civil en 1958 a causa de Argelia.

El rigor, el pudor, la rectitud le parecían esenciales y los exigía al resto de líderes de los aliados, con los que no acababa de conectar, aunque tampoco ellos sintonizaron con el francés. Roosevelt no lo soportaba y esa animadversión interfirió en las relaciones en ese entonces, sobre todo, porque De Gaulle era orgulloso, displicente y tenía una visión francocéntrica de todo, mientras que a Churchill le hartaba la petulancia y la descortesía del general francés.

Cuando la Cuarta República francesa se finiquitó, el 21 de diciembre de 1958 De Gaulle fue elegido primer presidente de la Quinta República. Si no se llevaba bien con americanos y británicos cuando combatían juntos contra Hitler, tampoco congenió con ellos después. En 1966 desmanteló las bases de la OTAN en Francia y las estructuras militares de esa organización: su nacionalismo le hacía rechazar la subordinación francesa a autoridades extranjeras.

Se opuso a la intervención estadounidense en Vietnam y vetó dos veces la entrada de Gran Bretaña en la Comunidad Económica Europea y cuando se retiró en 1969, se fue a vivir a la casa familiar de Colombey-Les-Deux-Églises, donde murió el 9 de noviembre de 1970.

Su vida vuelve a resurgir con el libro “Las tres últimas penas del general De Gaulle”, de los periodistas, Anne y Pierre Rouanet, que se espera pronto llegue a México. Una historia que vale la pena leer.