/ sábado 16 de marzo de 2024

Fake news y democracia

"Con la democracia se come, se educa, se cura"

-Raúl Alfonsín


La democracia deliberativa, i. e., el modelo de democracia que requiere la participación política de sus intervinientes a través de procesos de deliberación, en los cuales se discutan y argumenten las decisiones colectivas, está bajo asedio de múltiples poderes fácticos, los cuales han nacido con las arenas digitales o han migrado a las mismas. La libertad de expresión es fundamental y tiende a maximizarse en el discurso público, pero por el otro lado, las fake news o noticias falsas amenazan a la democracia porque radicalizan las opiniones y el acceso a la información, por lo cual el debate público deja de ser racional y es victimizado por sesgos ideológicos, religiosos y de otra índole. Además, llevan a una polarización irremediable porque la deliberación auténtica no puede tener lugar en escenarios donde el odio impregna los vínculos sociales.

Una definición mínima de fake news incluye declaraciones engañosas que, siendo literalmente verdaderas, pueden ser asociadas con contenido falso implícito, malinterpretando, distorsionando o falseando algunos hechos; tales declaraciones son espurias y en algunos casos puede no necesariamente tratarse de falsificaciones sino de una selección maliciosa de los hechos. Todo ello afecta significativamente el derecho a ser correctamente informados.

Las fake news tienen múltiples finalidades, todas ellas perniciosas, afectando directamente a las instituciones y a la sociedad civil misma, pues el diálogo objetivo que las debería caracterizar se distorsiona y se puede convertir en un abanico de falsedades. Si bien es cierto que bajo algunas concepciones la política se puede entender como una estrategia integral de propaganda, también es cierto el hecho de que debe mejorarse la calidad democrática y del discurso público para que los procesos políticos, a su vez, puedan fortalecer las instituciones y el Estado de Derecho.

Es factible, entonces, abrazar a la política y a la democracia bajo una lógica de fortalecimiento de derechos y libertades y no tanto como un fenómeno cínico que sólo conduzca a la desinformación. A final de cuentas, la política como arte, así entendida en sentido aristotélico, implica la toma de decisiones en grupo y ello es particularmente relevante en la era digital que vivimos.

Las fake news son peligrosas porque, evidentemente, traen consigo desinformación, la cual impacta en la formación de opiniones críticas de la ciudadanía, en la forma en que enarbola causas sociales, en su involucramiento con los partidos y demás opciones políticas e, incluso, en el crucial momento de ingresar a una urna y emitir su sufragio. De una forma más radical, pueden inhibir la participación ciudadana, lo cual se amplifica por el poder de las tecnologías de información y comunicación, las cuales divulgan tales contenidos a gran velocidad. En este sentido, adquieren una importancia inusitada aspectos como el periodismo, el derecho a informar y el derecho a ser informado.

Dichas fake news también pueden generar una situación de incertidumbre epidémica radical, con desconfianza en los medios tradicionales y en los expertos, además de que surge un proceso de deslegitimación del conocimiento institucional y de la autoridad epistémica. Por ende, el constitucionalismo del siglo XXI debe ofrecer herramientas que, sin dejar de proteger la libertad de expresión, conduzcan a la racionalidad de ésta.

"Con la democracia se come, se educa, se cura"

-Raúl Alfonsín


La democracia deliberativa, i. e., el modelo de democracia que requiere la participación política de sus intervinientes a través de procesos de deliberación, en los cuales se discutan y argumenten las decisiones colectivas, está bajo asedio de múltiples poderes fácticos, los cuales han nacido con las arenas digitales o han migrado a las mismas. La libertad de expresión es fundamental y tiende a maximizarse en el discurso público, pero por el otro lado, las fake news o noticias falsas amenazan a la democracia porque radicalizan las opiniones y el acceso a la información, por lo cual el debate público deja de ser racional y es victimizado por sesgos ideológicos, religiosos y de otra índole. Además, llevan a una polarización irremediable porque la deliberación auténtica no puede tener lugar en escenarios donde el odio impregna los vínculos sociales.

Una definición mínima de fake news incluye declaraciones engañosas que, siendo literalmente verdaderas, pueden ser asociadas con contenido falso implícito, malinterpretando, distorsionando o falseando algunos hechos; tales declaraciones son espurias y en algunos casos puede no necesariamente tratarse de falsificaciones sino de una selección maliciosa de los hechos. Todo ello afecta significativamente el derecho a ser correctamente informados.

Las fake news tienen múltiples finalidades, todas ellas perniciosas, afectando directamente a las instituciones y a la sociedad civil misma, pues el diálogo objetivo que las debería caracterizar se distorsiona y se puede convertir en un abanico de falsedades. Si bien es cierto que bajo algunas concepciones la política se puede entender como una estrategia integral de propaganda, también es cierto el hecho de que debe mejorarse la calidad democrática y del discurso público para que los procesos políticos, a su vez, puedan fortalecer las instituciones y el Estado de Derecho.

Es factible, entonces, abrazar a la política y a la democracia bajo una lógica de fortalecimiento de derechos y libertades y no tanto como un fenómeno cínico que sólo conduzca a la desinformación. A final de cuentas, la política como arte, así entendida en sentido aristotélico, implica la toma de decisiones en grupo y ello es particularmente relevante en la era digital que vivimos.

Las fake news son peligrosas porque, evidentemente, traen consigo desinformación, la cual impacta en la formación de opiniones críticas de la ciudadanía, en la forma en que enarbola causas sociales, en su involucramiento con los partidos y demás opciones políticas e, incluso, en el crucial momento de ingresar a una urna y emitir su sufragio. De una forma más radical, pueden inhibir la participación ciudadana, lo cual se amplifica por el poder de las tecnologías de información y comunicación, las cuales divulgan tales contenidos a gran velocidad. En este sentido, adquieren una importancia inusitada aspectos como el periodismo, el derecho a informar y el derecho a ser informado.

Dichas fake news también pueden generar una situación de incertidumbre epidémica radical, con desconfianza en los medios tradicionales y en los expertos, además de que surge un proceso de deslegitimación del conocimiento institucional y de la autoridad epistémica. Por ende, el constitucionalismo del siglo XXI debe ofrecer herramientas que, sin dejar de proteger la libertad de expresión, conduzcan a la racionalidad de ésta.