/ lunes 21 de diciembre de 2020

Feliz Navidad Durango

La Navidad es la alegría profunda que nace de la buena noticia: ¡Dios se ha hecho hombre, para que nosotros compartamos su amor y su vida!

El Todopoderoso se ha hecho vulnerable para que lo podamos encontrar en lo pequeño y cotidiano. El Eterno ha entrado en la historia para hacer de cada tiempo un sacramento de su presencia.

Todo tiempo, con sus luces y sus sombras, se llena de sentido porque Él está con nosotros. ¡Es el Emanuel! Este año, aún con su gran carga de dolor y dificultades, no es una excepción. La palabra se vuelve a encarnar una y otra vez en nuestra historia y en nuestra realidad. Ella, se hace presente, se hace cercana, para contagiarnos su vida y entusiasmarnos a vivir en plenitud.

Este año transitado, con la pandemia que todos sufrimos, nos ha puesto frente a un sinnúmero de desafíos. Entre ellos, el de quedarnos en casa y transformar nuestro hogar en un lugar de encuentro, con nosotros mismos, con quienes convivimos a diario, y con Dios. Como nunca se hizo verdad encarnada, la expresión: “Iglesia doméstica”, porque la familia como pudo, mantuvo viva la llama del amor y de la esperanza. Fue una providencial ocasión para darnos cuenta que el Evangelio de la misericordia se vive en lo cotidiano, que nadie puede salir solo de las diversas situaciones y que la familia es importantísima para caminar en la fe.

Jesús, la palabra del Padre, nacido del sí bendito de María, en la fragilidad de un niño recostado en el pesebre, ilumina todas las oscuridades más hondas vividas de este tiempo, superando el miedo, la angustia y el desconcierto. Él es la verdad y la vida, Él nos muestra que aún en las situaciones más difíciles el amor nos hace más fuerte, siempre sana y fortalece. Además, cuando su palabra resuena en el silencio de nuestro corazón, la angustia pierde su fuerza, el llanto se hace felicidad y esperanza madura.

Que firmes mirando el cielo, con los pies sobre la tierra, guiados por la estrella de Belén, lleguemos al pesebre donde todos los años se renueva el milagro de amor más grande, donde Dios se hace uno de nosotros.

Nos confiamos a María, madre de la palabra de vida, que Ella nos ayude a balbucear su “hágase” y a conservar todo lo que no entendemos en nuestro corazón (Cf. Lc. 1,38; 2,51). Que su maternal ejemplo nos ayude a escuchar siempre al Señor, a encender la luz de la fe y hacer presente la ternura de su Hijo, en todos los ambientes necesitados de nuestro testimonio y compromiso fraterno.

“Este año nos esperan restricciones e inconvenientes; pero pensemos en la Navidad de la Virgen María y de San José: ¡No eran rosas y flores! ¡Cuántas dificultades! ¡Cuántas preocupaciones! Sin embargo, la fe, la esperanza y el amor los guiaron y sostuvieron.

¡Feliz Navidad para todos!

La Navidad es la alegría profunda que nace de la buena noticia: ¡Dios se ha hecho hombre, para que nosotros compartamos su amor y su vida!

El Todopoderoso se ha hecho vulnerable para que lo podamos encontrar en lo pequeño y cotidiano. El Eterno ha entrado en la historia para hacer de cada tiempo un sacramento de su presencia.

Todo tiempo, con sus luces y sus sombras, se llena de sentido porque Él está con nosotros. ¡Es el Emanuel! Este año, aún con su gran carga de dolor y dificultades, no es una excepción. La palabra se vuelve a encarnar una y otra vez en nuestra historia y en nuestra realidad. Ella, se hace presente, se hace cercana, para contagiarnos su vida y entusiasmarnos a vivir en plenitud.

Este año transitado, con la pandemia que todos sufrimos, nos ha puesto frente a un sinnúmero de desafíos. Entre ellos, el de quedarnos en casa y transformar nuestro hogar en un lugar de encuentro, con nosotros mismos, con quienes convivimos a diario, y con Dios. Como nunca se hizo verdad encarnada, la expresión: “Iglesia doméstica”, porque la familia como pudo, mantuvo viva la llama del amor y de la esperanza. Fue una providencial ocasión para darnos cuenta que el Evangelio de la misericordia se vive en lo cotidiano, que nadie puede salir solo de las diversas situaciones y que la familia es importantísima para caminar en la fe.

Jesús, la palabra del Padre, nacido del sí bendito de María, en la fragilidad de un niño recostado en el pesebre, ilumina todas las oscuridades más hondas vividas de este tiempo, superando el miedo, la angustia y el desconcierto. Él es la verdad y la vida, Él nos muestra que aún en las situaciones más difíciles el amor nos hace más fuerte, siempre sana y fortalece. Además, cuando su palabra resuena en el silencio de nuestro corazón, la angustia pierde su fuerza, el llanto se hace felicidad y esperanza madura.

Que firmes mirando el cielo, con los pies sobre la tierra, guiados por la estrella de Belén, lleguemos al pesebre donde todos los años se renueva el milagro de amor más grande, donde Dios se hace uno de nosotros.

Nos confiamos a María, madre de la palabra de vida, que Ella nos ayude a balbucear su “hágase” y a conservar todo lo que no entendemos en nuestro corazón (Cf. Lc. 1,38; 2,51). Que su maternal ejemplo nos ayude a escuchar siempre al Señor, a encender la luz de la fe y hacer presente la ternura de su Hijo, en todos los ambientes necesitados de nuestro testimonio y compromiso fraterno.

“Este año nos esperan restricciones e inconvenientes; pero pensemos en la Navidad de la Virgen María y de San José: ¡No eran rosas y flores! ¡Cuántas dificultades! ¡Cuántas preocupaciones! Sin embargo, la fe, la esperanza y el amor los guiaron y sostuvieron.

¡Feliz Navidad para todos!