/ lunes 18 de enero de 2021

La parroquia, instancia básica para comunicar el evangelio

La cuestión es saber si podemos responder a la pregunta de que si el hombre de nuestro tiempo es capaz de creer. Pero creer propiamente en la divinidad del Hijo de Dios, en Cristo Jesús. En esto, de hecho, está toda la fe.

Son palabras cargadas de provocación. Esto por supuesto comporta necesariamente otra cuestión alterna: si el hombre de hoy siente todavía la necesidad de la salvación. Aquí está todo el problema para nosotros los creyentes, nuestra credibilidad en el mundo de hoy; pero también el problema para cuantos no creen y desean darle un significado pleno a su vida. La respuesta que hemos de dar de manera contundente es que, delante de la posibilidad de el encuentro personal con Jesucristo, no se puede permanecer neutral; se debe ofrecer una respuesta si se quiere dar un sentido a la propia vida.

Jesús de Nazareth ha querido la Iglesia para que fuera continuación viva de su presencia en medio del mundo. En los dos mil años transcurridos desde aquel mandato de ir por el mundo entero para anunciar el Evangelio y hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra (Mc 16, 15-18), la Iglesia nunca abandonó esta obligación tan esencial para su propia vida. Ella ha nacido con la misión de evangelizar, y si renunciase a esta tarea, empobrecería su propia naturaleza.

Anunciar el Evangelio de Jesús no nos hace mejores que los otros, pero ciertamente nos impulsa a ser más responsables. Esta es una misión que se manifiesta sobre todo en un momento de crisis como el que estamos atravesando. Estamos al final de una época que, para bien o para mal, ha marcado la historia de estos últimos siglos. Estamos entrando a un momento todavía incierto en sus primeros pasos y que parece vacilar por la debilidad del pensamiento. Por este motivo, el rol de los católicos adquiere mayor importancia por la riqueza de la tradición que supimos construir en el pasado. De hecho, los discípulos del Señor estamos llamados a ser “sal” y “luz” para dar sabor a la vida e iluminar a quienes están a la búsqueda de sentido (cfr. Mt. 5, 13-16).

Recuperar el espíritu misionero DESDE LAS COMUNIDADES PARROQUIALES, con el cual estamos llamados a llevar el Evangelio a toda persona que encontramos en nuestro camino, es una consecuencia inevitable a causa del deseo de compartir con otros la misma alegría reencontrada en la fe. El apóstol Pedro en su primera carta nos recuerda que debemos estar siempre listos para “dar razón de la esperanza que tenemos” (1 Pe. 3,15). Más aún en un momento como el actual, somos invitados a ser misioneros con la fuerza de la razón.

Mostrar que ella y sus conquistas no se contraponen a los contenidos de la fe, porque la búsqueda de la verdad es común, y no se puede aislar en uno sólo de sus componentes; esto es tal vez lo que nuestros contemporáneos esperan. Se impone pues el concepto de nueva evangelización. Esto vale sobre todo en el contexto de globalización, en el que estamos insertos y que ve la dimensión de la comunicación como uno de los elementos fundamentales para definir nuestra cultura. No se puede negar que nuestra sociedad, está profundamente marcada por la información.

La Iglesia vive por la misión encomendada por su maestro, de llevar al mundo la hermosa noticia que se realiza en el misterio de la encarnación. La parroquia es en este sentido, presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Ella representa por mucho, la primera y magnifica instancia pastoral, para que los hombres y mujeres de buena voluntad vivan con intensidad el encuentro personal con Jesucristo vivo.



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La cuestión es saber si podemos responder a la pregunta de que si el hombre de nuestro tiempo es capaz de creer. Pero creer propiamente en la divinidad del Hijo de Dios, en Cristo Jesús. En esto, de hecho, está toda la fe.

Son palabras cargadas de provocación. Esto por supuesto comporta necesariamente otra cuestión alterna: si el hombre de hoy siente todavía la necesidad de la salvación. Aquí está todo el problema para nosotros los creyentes, nuestra credibilidad en el mundo de hoy; pero también el problema para cuantos no creen y desean darle un significado pleno a su vida. La respuesta que hemos de dar de manera contundente es que, delante de la posibilidad de el encuentro personal con Jesucristo, no se puede permanecer neutral; se debe ofrecer una respuesta si se quiere dar un sentido a la propia vida.

Jesús de Nazareth ha querido la Iglesia para que fuera continuación viva de su presencia en medio del mundo. En los dos mil años transcurridos desde aquel mandato de ir por el mundo entero para anunciar el Evangelio y hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra (Mc 16, 15-18), la Iglesia nunca abandonó esta obligación tan esencial para su propia vida. Ella ha nacido con la misión de evangelizar, y si renunciase a esta tarea, empobrecería su propia naturaleza.

Anunciar el Evangelio de Jesús no nos hace mejores que los otros, pero ciertamente nos impulsa a ser más responsables. Esta es una misión que se manifiesta sobre todo en un momento de crisis como el que estamos atravesando. Estamos al final de una época que, para bien o para mal, ha marcado la historia de estos últimos siglos. Estamos entrando a un momento todavía incierto en sus primeros pasos y que parece vacilar por la debilidad del pensamiento. Por este motivo, el rol de los católicos adquiere mayor importancia por la riqueza de la tradición que supimos construir en el pasado. De hecho, los discípulos del Señor estamos llamados a ser “sal” y “luz” para dar sabor a la vida e iluminar a quienes están a la búsqueda de sentido (cfr. Mt. 5, 13-16).

Recuperar el espíritu misionero DESDE LAS COMUNIDADES PARROQUIALES, con el cual estamos llamados a llevar el Evangelio a toda persona que encontramos en nuestro camino, es una consecuencia inevitable a causa del deseo de compartir con otros la misma alegría reencontrada en la fe. El apóstol Pedro en su primera carta nos recuerda que debemos estar siempre listos para “dar razón de la esperanza que tenemos” (1 Pe. 3,15). Más aún en un momento como el actual, somos invitados a ser misioneros con la fuerza de la razón.

Mostrar que ella y sus conquistas no se contraponen a los contenidos de la fe, porque la búsqueda de la verdad es común, y no se puede aislar en uno sólo de sus componentes; esto es tal vez lo que nuestros contemporáneos esperan. Se impone pues el concepto de nueva evangelización. Esto vale sobre todo en el contexto de globalización, en el que estamos insertos y que ve la dimensión de la comunicación como uno de los elementos fundamentales para definir nuestra cultura. No se puede negar que nuestra sociedad, está profundamente marcada por la información.

La Iglesia vive por la misión encomendada por su maestro, de llevar al mundo la hermosa noticia que se realiza en el misterio de la encarnación. La parroquia es en este sentido, presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Ella representa por mucho, la primera y magnifica instancia pastoral, para que los hombres y mujeres de buena voluntad vivan con intensidad el encuentro personal con Jesucristo vivo.



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