/ domingo 3 de noviembre de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

La dignidad de la persona

El papa Benedicto XVI, ha dicho: “El desarrollo humano, para ser auténtico, debe encarar al hombre en su totalidad, y debe realizarse en la caridad y la verdad. La persona humana está, de hecho, en el centro de la acción política, y su crecimiento moral y espiritual debe ser la primera preocupación para aquellos que fueron llamados a administrar la comunidad civil”.

En este momento de caos, de desorden, de deterioro personal, familiar y social, las personas, dice el Papa Benedicto XVI “… quieren saber quién es el hombre y cuál es su destino y, de esta forma, buscan respuestas capaces de indicarles el camino a ser recorrido para fundamentar su existencia sobre valores permanentes”. Esto es lo que buscan los hombres y mujeres de sus gobernantes.

La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo. Es a todo hombre, y a todos los hombres, a quien la Iglesia se dirige y le presta su servicio más alto recordándole constantemente su vocación, para que sea cada vez más consciente y digno de ella. Cristo, el hijo de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre, por ello, la Iglesia reconoce como su tarea principal hacer que esta unión pueda actuarse y renovarse continuamente. Toda la vida social es expresión de su protagonista: la persona humana.

La iglesia es intérprete autorizada de esta centralidad de la persona, además, ha reconocido y afirmado la centralidad de la persona humana en todos los ámbitos de la vida social. Así, la Iglesia afirma que “lejos de ser un objeto y un elemento puramente pasivo de la vida social, el hombre es, por el contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin”.

Del hombre tiene su origen la vida social que no puede renunciar a reconocerlo como sujeto activo y responsable, y a él se deben orientar todas las expresiones de la sociedad. El hombre representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica. Esta doctrina se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. La Iglesia ha buscado tutelar la dignidad humana frente a todo intento de proponer imágenes reductivas y distorsionadas; y además, ha denunciado repetidamente sus muchas violaciones.

La Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de Dios (Sal 139,14-18) y señala con claridad el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de Dios: Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó (Gn 1,27). Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación.

Es alguien capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor. Entre todas las criaturas del mundo visible, sólo el hombre es “capaz” de Dios. La persona humana es un ser personal creado por Dios para la relación con Él.

La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana. El hombre no es un ser solitario, por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás. Es significativo el hecho de que Dios haya creado al ser humano como hombre y mujer.

Es en la relación con la mujer, con quien puede satisfacer la exigencia de diálogo interpersonal que es vital para la existencia humana. El hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino porque también el “nosotros” de la pareja humana es imagen de Dios.

El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas. La relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e inviolable. El quinto mandamiento: “No matarás” (Dt 5,17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la muerte.

El respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de la vida física tiene su culmen en el mandamiento positivo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18), con el cual Jesucristo obliga a hacerse cargo del prójimo (Mt 22,37-40). Con esta particular vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a todas las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad de explotación arbitraria y egoísta.

El hombre está también en relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo. La Sagrada Escritura habla a este respecto del corazón del hombre. El corazón designa precisamente la interioridad espiritual del hombre, es decir, en cuanto se distingue de cualquier otra criatura: Dios “ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el afán en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin” (Qo 3,11).

El corazón indica las facultades espirituales propias del hombre, sus cualidades en cuanto creado a imagen de su Creador: la razón, el discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre, esto es lo que lo distingue de los demás seres de la creación.

La dignidad de la persona

El papa Benedicto XVI, ha dicho: “El desarrollo humano, para ser auténtico, debe encarar al hombre en su totalidad, y debe realizarse en la caridad y la verdad. La persona humana está, de hecho, en el centro de la acción política, y su crecimiento moral y espiritual debe ser la primera preocupación para aquellos que fueron llamados a administrar la comunidad civil”.

En este momento de caos, de desorden, de deterioro personal, familiar y social, las personas, dice el Papa Benedicto XVI “… quieren saber quién es el hombre y cuál es su destino y, de esta forma, buscan respuestas capaces de indicarles el camino a ser recorrido para fundamentar su existencia sobre valores permanentes”. Esto es lo que buscan los hombres y mujeres de sus gobernantes.

La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo. Es a todo hombre, y a todos los hombres, a quien la Iglesia se dirige y le presta su servicio más alto recordándole constantemente su vocación, para que sea cada vez más consciente y digno de ella. Cristo, el hijo de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre, por ello, la Iglesia reconoce como su tarea principal hacer que esta unión pueda actuarse y renovarse continuamente. Toda la vida social es expresión de su protagonista: la persona humana.

La iglesia es intérprete autorizada de esta centralidad de la persona, además, ha reconocido y afirmado la centralidad de la persona humana en todos los ámbitos de la vida social. Así, la Iglesia afirma que “lejos de ser un objeto y un elemento puramente pasivo de la vida social, el hombre es, por el contrario, y debe ser y permanecer, su sujeto, su fundamento y su fin”.

Del hombre tiene su origen la vida social que no puede renunciar a reconocerlo como sujeto activo y responsable, y a él se deben orientar todas las expresiones de la sociedad. El hombre representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica. Esta doctrina se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. La Iglesia ha buscado tutelar la dignidad humana frente a todo intento de proponer imágenes reductivas y distorsionadas; y además, ha denunciado repetidamente sus muchas violaciones.

La Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de Dios (Sal 139,14-18) y señala con claridad el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de Dios: Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó (Gn 1,27). Dios coloca la criatura humana en el centro y en la cumbre de la creación.

Es alguien capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor. Entre todas las criaturas del mundo visible, sólo el hombre es “capaz” de Dios. La persona humana es un ser personal creado por Dios para la relación con Él.

La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana. El hombre no es un ser solitario, por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás. Es significativo el hecho de que Dios haya creado al ser humano como hombre y mujer.

Es en la relación con la mujer, con quien puede satisfacer la exigencia de diálogo interpersonal que es vital para la existencia humana. El hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino porque también el “nosotros” de la pareja humana es imagen de Dios.

El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas. La relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e inviolable. El quinto mandamiento: “No matarás” (Dt 5,17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la muerte.

El respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de la vida física tiene su culmen en el mandamiento positivo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18), con el cual Jesucristo obliga a hacerse cargo del prójimo (Mt 22,37-40). Con esta particular vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a todas las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad de explotación arbitraria y egoísta.

El hombre está también en relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo. La Sagrada Escritura habla a este respecto del corazón del hombre. El corazón designa precisamente la interioridad espiritual del hombre, es decir, en cuanto se distingue de cualquier otra criatura: Dios “ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el afán en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin” (Qo 3,11).

El corazón indica las facultades espirituales propias del hombre, sus cualidades en cuanto creado a imagen de su Creador: la razón, el discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre, esto es lo que lo distingue de los demás seres de la creación.