/ lunes 14 de septiembre de 2020

Intellego ut credam

Valorar nuestra existencia cristiana

“Dios nunca decepciona”. Los seres humanos en nuestra capacidad de relacionarnos tenemos grandiosas experiencias de vida que nos realizan; pero también hay experiencias que nos decepcionan.

Con frecuencia vivimos en relación a nuestros seres queridos, amigos o compañeros de la vida muy cercanos experiencias de decepción. Es parte de nuestra naturaleza frágil, débil, quebradiza. Sentirnos pequeños, y proyectar nuestra conducta con el complejo de superioridad, o de inferioridad, según sea el caso. La celotipia que destruye, que aniquila en el mismísimo nombre de la religión o de algún interés mezquino en los grupos tan humanos.

El papa Francisco nos ha recordado: “Dios es fiel, es un padre fiel, es un amigo fiel, es un aliado fiel”. Su mirada es una “mirada benéfica y afectuosa que permanece cotidianamente en vigilia por nuestras vidas; vidas que transcurren bajo el peso de tantas preocupaciones que amenazan con quitarnos la serenidad y el equilibrio. Pero esta ansiedad es, a menudo, inútil, porque no puede cambiar el curso de los acontecimientos.

Jesús nos exhorta con insistencia a no preocuparnos del mañana, pues por encima de todo, hay un Padre amoroso que no se olvida nunca de sus hijos. Es nuestro refugio, la fuente de nuestra serenidad y de nuestra paz. Es la roca de nuestra salvación. Dios es para nosotros el gran amigo, el aliado, el padre, pero no siempre nos damos cuenta. Preferimos apoyarnos en bienes inmediatos y contingentes, olvidando, y algunas veces incluso refutando, el bien supremo que es el amor paterno de Dios.

Francisco Papa, alguna vez dijo: “…No nos volvamos esclavos de una conciencia casi paranoica de nuestra verdad. La oportunidad de la vida es un don que nos acrecienta, nos supera, nos eleva”. Si educar es elegir la vida, entrar en esta bella experiencia de vivirla; es elegir los mejores modos para reacomodar la vida personal.

Viene a ser el lapso idóneo para regresar al camino que nos acerca a Dios. En la Biblia se cuenta de un hijo pródigo que se entusiasmó, lejos de su padre, en aventuras insospechadas. Pero, llegado el sufrimiento, tuvo tiempo de reaccionar; hizo su discurso para el regreso, cuando volviera a ver a su padre: “He pecado contra el cielo y contra ti… ya no merezco llamarme hijo tuyo”… El padre lo abrazó y le ofreció un vestido de fiesta.

Hay una frase de San Francisco de Asís, que dice: “Los pecados del mundo no son obstáculo, puesto que cada cual puede tener un mundo de regreso”. El único requisito es entrar al silencio del alma propia. Cuando un pobre se acerca a la mesa del rico, dice el papa que “el pobre, en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida”. Así mismo, la existencia cristiana es el ampliado momento de darle espacio a Dios, en cada corazón.

Valorar nuestra existencia cristiana

“Dios nunca decepciona”. Los seres humanos en nuestra capacidad de relacionarnos tenemos grandiosas experiencias de vida que nos realizan; pero también hay experiencias que nos decepcionan.

Con frecuencia vivimos en relación a nuestros seres queridos, amigos o compañeros de la vida muy cercanos experiencias de decepción. Es parte de nuestra naturaleza frágil, débil, quebradiza. Sentirnos pequeños, y proyectar nuestra conducta con el complejo de superioridad, o de inferioridad, según sea el caso. La celotipia que destruye, que aniquila en el mismísimo nombre de la religión o de algún interés mezquino en los grupos tan humanos.

El papa Francisco nos ha recordado: “Dios es fiel, es un padre fiel, es un amigo fiel, es un aliado fiel”. Su mirada es una “mirada benéfica y afectuosa que permanece cotidianamente en vigilia por nuestras vidas; vidas que transcurren bajo el peso de tantas preocupaciones que amenazan con quitarnos la serenidad y el equilibrio. Pero esta ansiedad es, a menudo, inútil, porque no puede cambiar el curso de los acontecimientos.

Jesús nos exhorta con insistencia a no preocuparnos del mañana, pues por encima de todo, hay un Padre amoroso que no se olvida nunca de sus hijos. Es nuestro refugio, la fuente de nuestra serenidad y de nuestra paz. Es la roca de nuestra salvación. Dios es para nosotros el gran amigo, el aliado, el padre, pero no siempre nos damos cuenta. Preferimos apoyarnos en bienes inmediatos y contingentes, olvidando, y algunas veces incluso refutando, el bien supremo que es el amor paterno de Dios.

Francisco Papa, alguna vez dijo: “…No nos volvamos esclavos de una conciencia casi paranoica de nuestra verdad. La oportunidad de la vida es un don que nos acrecienta, nos supera, nos eleva”. Si educar es elegir la vida, entrar en esta bella experiencia de vivirla; es elegir los mejores modos para reacomodar la vida personal.

Viene a ser el lapso idóneo para regresar al camino que nos acerca a Dios. En la Biblia se cuenta de un hijo pródigo que se entusiasmó, lejos de su padre, en aventuras insospechadas. Pero, llegado el sufrimiento, tuvo tiempo de reaccionar; hizo su discurso para el regreso, cuando volviera a ver a su padre: “He pecado contra el cielo y contra ti… ya no merezco llamarme hijo tuyo”… El padre lo abrazó y le ofreció un vestido de fiesta.

Hay una frase de San Francisco de Asís, que dice: “Los pecados del mundo no son obstáculo, puesto que cada cual puede tener un mundo de regreso”. El único requisito es entrar al silencio del alma propia. Cuando un pobre se acerca a la mesa del rico, dice el papa que “el pobre, en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida”. Así mismo, la existencia cristiana es el ampliado momento de darle espacio a Dios, en cada corazón.