/ jueves 27 de mayo de 2021

La historia del Calpuleque Zapata

De acuerdo al diccionario náhuatl, en las comunidades indígenas los que podían prender a quienes cometían delitos eran unos hombres que estaban señalados por los barrios, les llamaban “Calpuleque”, que quiere decir “señores o guardas de barrios”, los cuales, eran cargos que se heredaban de padres a hijos y a éstos dan las varas de alguaciles por elección el año nuevo.

A principios del siglo XX, en el México porfirista, cuando el robo y despojo de tierras por parte de las haciendas era ley, se lleva a cabo una votación. El 12 de septiembre de 1909, en Anenecuilco, un antiguo pueblo de Morenos, se llevó a cabo una asamblea callada, pero discreta donde se congregan los habitantes en el corredor de los portales del pueblo y donde los más viejos del lugar convocan para entregar el cargo de recuperar las tierras de la comunidad a un relevo más joven.

Por mayoría abrumadora, gana un hombre de 30 años: Emiliano Zapata Salazar. A quien le entregan a resguardo una caja de metal-llena de folios con cédulas reales, peticiones y un viejo mapa en náhuatl-, y lo nombran jefe, calpuleque en náhuatl, de la Junta de Defensa de Anenecuilco.

De acuerdo al libro Raíz y razón de Zapata, escrito en 1943, fueron los que animaron el alzamiento revolucionario de Emiliano Zapata, según su autor, Jesús Sotelo Inclán, quien nació en 1913 y falleció el 3 de octubre de 1989. Había estudiado para ser profesor normalista y también algo de derecho y en un curso universitario de historia de México se topó con Antonio Díaz Soto y Gama, cuyas cátedras ensalzaban la figura de Zapata, el apóstol justiciero del agrarismo, comenzó a viajar a Anenecuilco a conversar con la gente, eventualmente conoció a Chico Franco, quien a principios de los años 40’s, Franco le mostró los papeles y dejó que los estudiara.

Lo que Sotelo leyó y entendió cambiaría el guion de su obra, que iba a ser una obra de teatro sobre el revolucionario y también el de la historiografía de la Revolución Mexicana.

Sotelo Inclán hiló un relato asombroso, dramático, conmovedor: el de un pueblo indígena muy antiguo que ya aparecía en el Códice Mendoza, de propiedad comunal y “espíritu colectivista”, que por casi siete siglos había luchado unido ininterrumpidamente para defender sus tierras y su integridad en contra de las pretensiones de los terratenientes expoliadores de turno. La historia de Anenecuilco escribió: “es la historia de esos despojos y de los esfuerzos que hizo para defenderse y poder vivir”, la saga de “una lucha sin cuartel: pueblos o haciendas”.

Era también la historia de todos aquellos líderes electos popularmente que habían encabezado la resistencia y resguardado los testimonios de sus antiguos derechos: “El destino de Anenecuilco ha sido pelear siempre por sus tierras y los hombres que nacen en él están unidos a ese duro e inflexible destino”.

Primero los calpuleques prehispánicos, luego los gobernadores y principales coloniales, más adelante los alcaldes, regidores y representantes, todos desde el más remoto pasado forman una línea recta que llega a Emiliano Zapata, el último, “el digno hijo de su gran padre el pueblo”, del cual heredó una potencia concentrada a través de los siglos. Por todo eso, el pueblo es el verdadero héroe, el hombre una simple expresión de aquel heroísmo;

Zapata es un destino de raza y tradición, un hombre surgido y sumergido en la vida de su pueblo. Ya como jefe del Ejército Libertador del Sur, Zapata conservó la caja y repartió tierras, procurando la creación de una especie de gobierno comunal en Morelos.

Es tiempo de retomar nuestra historia y dar su justo valor a quienes nos antecedieron.

De acuerdo al diccionario náhuatl, en las comunidades indígenas los que podían prender a quienes cometían delitos eran unos hombres que estaban señalados por los barrios, les llamaban “Calpuleque”, que quiere decir “señores o guardas de barrios”, los cuales, eran cargos que se heredaban de padres a hijos y a éstos dan las varas de alguaciles por elección el año nuevo.

A principios del siglo XX, en el México porfirista, cuando el robo y despojo de tierras por parte de las haciendas era ley, se lleva a cabo una votación. El 12 de septiembre de 1909, en Anenecuilco, un antiguo pueblo de Morenos, se llevó a cabo una asamblea callada, pero discreta donde se congregan los habitantes en el corredor de los portales del pueblo y donde los más viejos del lugar convocan para entregar el cargo de recuperar las tierras de la comunidad a un relevo más joven.

Por mayoría abrumadora, gana un hombre de 30 años: Emiliano Zapata Salazar. A quien le entregan a resguardo una caja de metal-llena de folios con cédulas reales, peticiones y un viejo mapa en náhuatl-, y lo nombran jefe, calpuleque en náhuatl, de la Junta de Defensa de Anenecuilco.

De acuerdo al libro Raíz y razón de Zapata, escrito en 1943, fueron los que animaron el alzamiento revolucionario de Emiliano Zapata, según su autor, Jesús Sotelo Inclán, quien nació en 1913 y falleció el 3 de octubre de 1989. Había estudiado para ser profesor normalista y también algo de derecho y en un curso universitario de historia de México se topó con Antonio Díaz Soto y Gama, cuyas cátedras ensalzaban la figura de Zapata, el apóstol justiciero del agrarismo, comenzó a viajar a Anenecuilco a conversar con la gente, eventualmente conoció a Chico Franco, quien a principios de los años 40’s, Franco le mostró los papeles y dejó que los estudiara.

Lo que Sotelo leyó y entendió cambiaría el guion de su obra, que iba a ser una obra de teatro sobre el revolucionario y también el de la historiografía de la Revolución Mexicana.

Sotelo Inclán hiló un relato asombroso, dramático, conmovedor: el de un pueblo indígena muy antiguo que ya aparecía en el Códice Mendoza, de propiedad comunal y “espíritu colectivista”, que por casi siete siglos había luchado unido ininterrumpidamente para defender sus tierras y su integridad en contra de las pretensiones de los terratenientes expoliadores de turno. La historia de Anenecuilco escribió: “es la historia de esos despojos y de los esfuerzos que hizo para defenderse y poder vivir”, la saga de “una lucha sin cuartel: pueblos o haciendas”.

Era también la historia de todos aquellos líderes electos popularmente que habían encabezado la resistencia y resguardado los testimonios de sus antiguos derechos: “El destino de Anenecuilco ha sido pelear siempre por sus tierras y los hombres que nacen en él están unidos a ese duro e inflexible destino”.

Primero los calpuleques prehispánicos, luego los gobernadores y principales coloniales, más adelante los alcaldes, regidores y representantes, todos desde el más remoto pasado forman una línea recta que llega a Emiliano Zapata, el último, “el digno hijo de su gran padre el pueblo”, del cual heredó una potencia concentrada a través de los siglos. Por todo eso, el pueblo es el verdadero héroe, el hombre una simple expresión de aquel heroísmo;

Zapata es un destino de raza y tradición, un hombre surgido y sumergido en la vida de su pueblo. Ya como jefe del Ejército Libertador del Sur, Zapata conservó la caja y repartió tierras, procurando la creación de una especie de gobierno comunal en Morelos.

Es tiempo de retomar nuestra historia y dar su justo valor a quienes nos antecedieron.