/ domingo 26 de enero de 2020

La invaluable presencia de los laicos en la Iglesia

Leyendo la realidad de la Iglesia y apoyados en el saber teológico sabemos de la importancia de los laicos en el proceso de la evangelización.

Los laicos no son sólo colaboradores, sino algo más trascendente todavía: Son corresponsables del ser y del actuar de la iglesia; tienen, como católicos, el compromiso de hacer que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres del mundo. (Cfr. CIC c. 225). Es inaplazable y urgente el reconocer y valorar la presencia de laicado en el marco de la corresponsabilidad eclesial y social.

Necesitamos consolidar un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su propio aporte específico a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la iglesia y, siempre, en cordial comunión con quienes dirigen sus destinos.

Junto a los laicos, vigorizándolos con el ejemplo, la palabra y el perdón, podremos vivir en comunión profunda el espíritu y la verdad esencia de la Iglesia, característica de la comunidad cristiana naciente.

Así lo vemos reflejado en los hechos de los apóstoles: “Los que cogieron su palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas. Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la Fracción del PAN y a las oraciones [...] los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común “(Hech 4,41-44).

El papa Francisco nos hace un llamado a evitar la “tentación de pensar que es laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia, o en las cosas de la parroquia o de los diócesis, y poco hemos reflexionado sobre cómo acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana “(Cfr. Laicos en la vida pública, Iglesia y mundo).

Nos pide el santo padre que “tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual”. En conclusión, los ministros de Jesús estamos llamados a asumir un compromiso serio con el laicado para que juntos trabajemos por la misión de la Iglesia y por su permanencia entre los hombres.

Hoy como ayer, debemos escudarnos en la oración, para vivificar y hacer productivos el estudio y la participación activa en la vida eclesial. Un verdadero compromiso de los ministros con el laicado conlleva obligatoriamente una mirada limpia, positiva, atenta y reflexiva de los aconteceres del mundo y una madurez cristiana que nos permita leer con acierto, los signos de los tiempos.

Un laico comprometido con su Iglesia debe sentirse llamado hacer un testigo valiente y creíble en todos los ámbitos de la sociedad; debe caracterizarse por ser una persona transparente y guiada por el evangelio, para vivir su encuentro con Cristo. Ahora nos corresponde, junto a nuestros laicos, asumir compartir las opciones pastorales de nuestra arquidiócesis y de las parroquias, mediante los momentos de encuentro y de sincera participación con quienes hacen viva y fructífera la evangelización, creando relaciones de estima y comunión con los sacerdotes, para lograr tener una comunidad ministerial y misionera; es necesario, además, cultivar sanas relaciones personales auténticas con todos.

Leyendo la realidad de la Iglesia y apoyados en el saber teológico sabemos de la importancia de los laicos en el proceso de la evangelización.

Los laicos no son sólo colaboradores, sino algo más trascendente todavía: Son corresponsables del ser y del actuar de la iglesia; tienen, como católicos, el compromiso de hacer que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres del mundo. (Cfr. CIC c. 225). Es inaplazable y urgente el reconocer y valorar la presencia de laicado en el marco de la corresponsabilidad eclesial y social.

Necesitamos consolidar un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su propio aporte específico a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la iglesia y, siempre, en cordial comunión con quienes dirigen sus destinos.

Junto a los laicos, vigorizándolos con el ejemplo, la palabra y el perdón, podremos vivir en comunión profunda el espíritu y la verdad esencia de la Iglesia, característica de la comunidad cristiana naciente.

Así lo vemos reflejado en los hechos de los apóstoles: “Los que cogieron su palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas. Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la Fracción del PAN y a las oraciones [...] los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común “(Hech 4,41-44).

El papa Francisco nos hace un llamado a evitar la “tentación de pensar que es laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia, o en las cosas de la parroquia o de los diócesis, y poco hemos reflexionado sobre cómo acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana “(Cfr. Laicos en la vida pública, Iglesia y mundo).

Nos pide el santo padre que “tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual”. En conclusión, los ministros de Jesús estamos llamados a asumir un compromiso serio con el laicado para que juntos trabajemos por la misión de la Iglesia y por su permanencia entre los hombres.

Hoy como ayer, debemos escudarnos en la oración, para vivificar y hacer productivos el estudio y la participación activa en la vida eclesial. Un verdadero compromiso de los ministros con el laicado conlleva obligatoriamente una mirada limpia, positiva, atenta y reflexiva de los aconteceres del mundo y una madurez cristiana que nos permita leer con acierto, los signos de los tiempos.

Un laico comprometido con su Iglesia debe sentirse llamado hacer un testigo valiente y creíble en todos los ámbitos de la sociedad; debe caracterizarse por ser una persona transparente y guiada por el evangelio, para vivir su encuentro con Cristo. Ahora nos corresponde, junto a nuestros laicos, asumir compartir las opciones pastorales de nuestra arquidiócesis y de las parroquias, mediante los momentos de encuentro y de sincera participación con quienes hacen viva y fructífera la evangelización, creando relaciones de estima y comunión con los sacerdotes, para lograr tener una comunidad ministerial y misionera; es necesario, además, cultivar sanas relaciones personales auténticas con todos.