/ viernes 1 de marzo de 2024

Sobre la ansiedad climática

“Estamos entrando en un periodo de consecuencias”

- Al Gore

Gracias a la inmediatez que ofrecen las nuevas tecnologías, las noticias corren como reguero de pólvora en cuestión de instantes. Un hecho o acontecimiento se produce en un sitio del mundo e, ipso facto, se conoce en el otro extremo. Internet en general, las redes sociales, las plataformas audiovisuales y los dispositivos móviles ocasionan que tengamos en la palma de nuestra mano acceso a fuentes de información muy variadas y, en este sentido, las noticias en materia de medio ambiente no son la excepción.

Notas informativas a nivel local, nacional e internacional sobre la crisis ecológica están a la orden del día. Incendios incontrolables, contaminación recurrente, cambio climático, calentamiento global, los fenómenos de “El Niño” y “La Niña”, sequías prolongadas en un lugar e inundaciones catastróficas en otro, calor en otoño e invierno, frío en primavera y verano, deforestación, escasez de alimentos, extinción de diversas especies animales o proclividad de muchas de ellas a desaparecer en un porvenir no tan lejano, falta de agua, aire poco saludable, entre muchos otros tópicos, son anunciados en diversos medios de comunicación con ecos a veces apocalípticos pero, en la mayoría de las ocasiones, equiparables al titular político del día, a la prensa rosa, a la farándula o a las competiciones deportivas que al día siguiente fácilmente se olvidan.

Sin embargo, a menos que carezcamos de escrúpulos o que seamos totalmente indolentes ante la Tierra que habitamos, es probable que en algún momento muchas y muchos de nosotros experimentemos lo que los expertos han denominado “ansiedad climática” o “eco-ansiedad”, caracterizada por el sentimiento de frustración, incertidumbre e incluso depresión no sólo ante el presente sino también ante el futuro del planeta, si es que en realidad hay algún futuro posible.

En un primer momento, un padre o madre de familia que piensa en el mundo donde vivirán sus hijos en años venideros -ya sea que los haya procreado o que estén en los planes para el corto, mediano o largo plazo- probablemente sea a quien más le afecte la ansiedad climática. Si el medio ambiente sano como derecho humano se entiende como un contrato entre generaciones, cobra sentido pensar en cómo vivirán los seres humanos más adelante, incluso cuando nosotros ya no estemos en este plano.

Pero en realidad, cualquier persona consciente puede ser susceptible a esa situación de angustia. Lo anterior es así porque la crisis medioambiental que vivimos a escala planetaria está ya teniendo consecuencias para el momento actual, no sólo a manera de escenarios de anticipación. Así que se trata de uno de los efectos colaterales de la referida crisis ecológica, la cual debemos entender bajo un pleno sentido de urgencia.

Ahora bien, y tal y como sucede con los trastornos de ansiedad en general como padecimiento psicológico, lo importante es atenderla. No hay mejor ansiolítico que la acción. Y en el caso del cambio climático, podemos empezar con las pequeñas cosas que ya sabemos pero que siempre es relevante tener en cuenta y replicar a nuestro alrededor: reducir nuestra huella ecológica, moderar el consumo de agua potable, no tirar basura, separar los residuos y, como mínimo, transitar a un estilo de vida verde, sustentable y ecosaludable. De esta manera, la ansiedad climática puede transformarse de manera positiva, siempre y cuando esas acciones que llevamos a cabo en nuestra individualidad se den también en un nivel macro. El tiempo se está agotando pero siempre podemos empezar, como no podía ser de otra manera, por nosotros mismos.

“Estamos entrando en un periodo de consecuencias”

- Al Gore

Gracias a la inmediatez que ofrecen las nuevas tecnologías, las noticias corren como reguero de pólvora en cuestión de instantes. Un hecho o acontecimiento se produce en un sitio del mundo e, ipso facto, se conoce en el otro extremo. Internet en general, las redes sociales, las plataformas audiovisuales y los dispositivos móviles ocasionan que tengamos en la palma de nuestra mano acceso a fuentes de información muy variadas y, en este sentido, las noticias en materia de medio ambiente no son la excepción.

Notas informativas a nivel local, nacional e internacional sobre la crisis ecológica están a la orden del día. Incendios incontrolables, contaminación recurrente, cambio climático, calentamiento global, los fenómenos de “El Niño” y “La Niña”, sequías prolongadas en un lugar e inundaciones catastróficas en otro, calor en otoño e invierno, frío en primavera y verano, deforestación, escasez de alimentos, extinción de diversas especies animales o proclividad de muchas de ellas a desaparecer en un porvenir no tan lejano, falta de agua, aire poco saludable, entre muchos otros tópicos, son anunciados en diversos medios de comunicación con ecos a veces apocalípticos pero, en la mayoría de las ocasiones, equiparables al titular político del día, a la prensa rosa, a la farándula o a las competiciones deportivas que al día siguiente fácilmente se olvidan.

Sin embargo, a menos que carezcamos de escrúpulos o que seamos totalmente indolentes ante la Tierra que habitamos, es probable que en algún momento muchas y muchos de nosotros experimentemos lo que los expertos han denominado “ansiedad climática” o “eco-ansiedad”, caracterizada por el sentimiento de frustración, incertidumbre e incluso depresión no sólo ante el presente sino también ante el futuro del planeta, si es que en realidad hay algún futuro posible.

En un primer momento, un padre o madre de familia que piensa en el mundo donde vivirán sus hijos en años venideros -ya sea que los haya procreado o que estén en los planes para el corto, mediano o largo plazo- probablemente sea a quien más le afecte la ansiedad climática. Si el medio ambiente sano como derecho humano se entiende como un contrato entre generaciones, cobra sentido pensar en cómo vivirán los seres humanos más adelante, incluso cuando nosotros ya no estemos en este plano.

Pero en realidad, cualquier persona consciente puede ser susceptible a esa situación de angustia. Lo anterior es así porque la crisis medioambiental que vivimos a escala planetaria está ya teniendo consecuencias para el momento actual, no sólo a manera de escenarios de anticipación. Así que se trata de uno de los efectos colaterales de la referida crisis ecológica, la cual debemos entender bajo un pleno sentido de urgencia.

Ahora bien, y tal y como sucede con los trastornos de ansiedad en general como padecimiento psicológico, lo importante es atenderla. No hay mejor ansiolítico que la acción. Y en el caso del cambio climático, podemos empezar con las pequeñas cosas que ya sabemos pero que siempre es relevante tener en cuenta y replicar a nuestro alrededor: reducir nuestra huella ecológica, moderar el consumo de agua potable, no tirar basura, separar los residuos y, como mínimo, transitar a un estilo de vida verde, sustentable y ecosaludable. De esta manera, la ansiedad climática puede transformarse de manera positiva, siempre y cuando esas acciones que llevamos a cabo en nuestra individualidad se den también en un nivel macro. El tiempo se está agotando pero siempre podemos empezar, como no podía ser de otra manera, por nosotros mismos.