/ martes 7 de marzo de 2023

De “El Duque” a Genaro García Luna

Pedrito Ávila Nevárez, como bien se le conocía en todos los confines del estado; aquí, allá, acullá y todavía más allá. Su nombre no debe pasarse por alto en cuanta alusión se haga de los hombres ilustres de Durango. Su efusividad le inspiraba una peculiar facundia que hacía vibrar de emoción a los oidores de sus profundos discursos; si bien algún lapsus arrancaba de repente una socarrona carcajada en su auditorio.


Lamentablemente hace pocos años fue requerido por el creador y reivindicado al lugar que en la bóveda celestial se le tenía reservado.


Pues bien, uno de sus tantos biógrafos verbales fue don Carlos Galindo Martínez, de feliz memoria que como rector de nuestra máxima casa de estudios, como secretario general de Gobierno, como presidente del Tribunal Superior de Justicia y en otros cargos, escuchó los reclamos de justicia en boca de Pedrito, para sus descalzos y descamisados según el retórico calificativo social.


Conoció de las peripecias y andadas del carismático líder popular; esta es una de ellas: Aquel día envuelto por uno de los mágicos amaneceres de Durango, Pedrito abordó el tren que lo llevaría a Tepehuanes, convidado con el carácter de invitado especial a un evento de carácter político social.


No recordamos si para entonces ya lo acompañaba “la karateca” su fiel seguidora, que al mismo tiempo hacía las veces de ama de llaves en la oficina montada por el frente revolucionario comandado por nuestro hombre ahí en Carlos León de la Peña y Santa María.


No sabemos si iba también el guardián de las instalaciones “Memo Alambres”, lo que sí estamos en condiciones de afirmar de que al jolgorio se dirigía también “el duque” su fiel perro de hocico feroz, cola traviesa, orejas movedizas, más no sabemos si a la hora de la hora era entrón, pero reitero sí era integrante de su séquito.


Una vez allá, inadvertidamente pasaron las horas entre brindis, bocados y loas al personaje central, sin faltar las cápsulas informativas de Pedrito, en las que a punto de que las lágrimas afloraran en sus acuciosos ojos, narraba las principales hazañas del Centauro del Norte.


Pero como todo tiene un principio y un fin, quien manejaba su agenda lo instó a regresar a la estación ya que el ferromóvil estaba a punto de arrancar de regreso a Durango. Ante su renuencia y en calidad de carga liviana se lo llevaron como pudieron.


A regañadientes lo treparon al convoy al tiempo que el tren avanzaba lentamente. Su instinto le aviso que algo faltaba, que se notaba una ausencia a su alrededor. Veía y veía el vagón hasta que de repente cayó en la cuenta de cuál era el faltante. Acertó, faltaba… ¡El Duque! Lleno de ansiedad exigió que se detuviera el artefacto y al no tener respuesta se introdujo a la locomotora zarandeando al maquinista y exigiendo que se echara un “reversazo”.


Al llamado del conductor apareció un piquete de soldados y cortaron cartucho. Ante tan convincente invitación de los militares no le quedó otra alternativa y con resignación dijo… ¡que se chingue El Duque!, vámonos.


Esto me lleva a Genaro García Luna que iniciara su carrera de bandido en el antiguo Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), con una temporada de diez años. Su estrella relumbró más el primero de diciembre de dos mil uno, cuando el error de Guanajuato Vicente Fox lo llamó a la Agencia Federal de Investigación, hasta dos mil seis que terminó el fatídico sexenio de bizonte.


La suerte le siguió sonriendo a Genaro y al arribo de Felipe Calderón Hinojosa, ascendió a la Secretaría de Seguridad Pública donde estuvo los seis años, desconocemos si en su juicio o en el mismo estado etílico de Calderón.


Aunque no es necesario informarle, sí le comentaremos que de inmediato se convirtió en el secretario más poderoso del gabinete y tenía azorrillados a todos los integrantes, incluido el otrora influyente secretario de Gobernación.


Muy pronto trascendieron las corruptelas de Genaro, en publicaciones de prestigio se daba por hecho y se reseñaban sus tropelías como comparsa de los diferentes grupos del crimen organizado. Alguna vez salió a la luz “el levantón” de que fue objeto, por parte de los Beltrán Leyva.


Se afirma que Arturo le dio varios moquetazos en virtud de que a la gente de Sinaloa le había jurado fidelidad pero les hacía de chivo los tamales con los del Golfo y otros más. Aún así su fuerza no decayó. Periodistas, políticos, ministros de la Suprema Corte y toda la cohorte palaciega se le hincaban.


Como no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se llegue, los gringos lo atoraron. Hasta unos días antes de que el jurado que conoce de su caso lo declarara culpable, buen número de sus corifeos hablaban maravillas de él.

Pedrito Ávila Nevárez, como bien se le conocía en todos los confines del estado; aquí, allá, acullá y todavía más allá. Su nombre no debe pasarse por alto en cuanta alusión se haga de los hombres ilustres de Durango. Su efusividad le inspiraba una peculiar facundia que hacía vibrar de emoción a los oidores de sus profundos discursos; si bien algún lapsus arrancaba de repente una socarrona carcajada en su auditorio.


Lamentablemente hace pocos años fue requerido por el creador y reivindicado al lugar que en la bóveda celestial se le tenía reservado.


Pues bien, uno de sus tantos biógrafos verbales fue don Carlos Galindo Martínez, de feliz memoria que como rector de nuestra máxima casa de estudios, como secretario general de Gobierno, como presidente del Tribunal Superior de Justicia y en otros cargos, escuchó los reclamos de justicia en boca de Pedrito, para sus descalzos y descamisados según el retórico calificativo social.


Conoció de las peripecias y andadas del carismático líder popular; esta es una de ellas: Aquel día envuelto por uno de los mágicos amaneceres de Durango, Pedrito abordó el tren que lo llevaría a Tepehuanes, convidado con el carácter de invitado especial a un evento de carácter político social.


No recordamos si para entonces ya lo acompañaba “la karateca” su fiel seguidora, que al mismo tiempo hacía las veces de ama de llaves en la oficina montada por el frente revolucionario comandado por nuestro hombre ahí en Carlos León de la Peña y Santa María.


No sabemos si iba también el guardián de las instalaciones “Memo Alambres”, lo que sí estamos en condiciones de afirmar de que al jolgorio se dirigía también “el duque” su fiel perro de hocico feroz, cola traviesa, orejas movedizas, más no sabemos si a la hora de la hora era entrón, pero reitero sí era integrante de su séquito.


Una vez allá, inadvertidamente pasaron las horas entre brindis, bocados y loas al personaje central, sin faltar las cápsulas informativas de Pedrito, en las que a punto de que las lágrimas afloraran en sus acuciosos ojos, narraba las principales hazañas del Centauro del Norte.


Pero como todo tiene un principio y un fin, quien manejaba su agenda lo instó a regresar a la estación ya que el ferromóvil estaba a punto de arrancar de regreso a Durango. Ante su renuencia y en calidad de carga liviana se lo llevaron como pudieron.


A regañadientes lo treparon al convoy al tiempo que el tren avanzaba lentamente. Su instinto le aviso que algo faltaba, que se notaba una ausencia a su alrededor. Veía y veía el vagón hasta que de repente cayó en la cuenta de cuál era el faltante. Acertó, faltaba… ¡El Duque! Lleno de ansiedad exigió que se detuviera el artefacto y al no tener respuesta se introdujo a la locomotora zarandeando al maquinista y exigiendo que se echara un “reversazo”.


Al llamado del conductor apareció un piquete de soldados y cortaron cartucho. Ante tan convincente invitación de los militares no le quedó otra alternativa y con resignación dijo… ¡que se chingue El Duque!, vámonos.


Esto me lleva a Genaro García Luna que iniciara su carrera de bandido en el antiguo Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), con una temporada de diez años. Su estrella relumbró más el primero de diciembre de dos mil uno, cuando el error de Guanajuato Vicente Fox lo llamó a la Agencia Federal de Investigación, hasta dos mil seis que terminó el fatídico sexenio de bizonte.


La suerte le siguió sonriendo a Genaro y al arribo de Felipe Calderón Hinojosa, ascendió a la Secretaría de Seguridad Pública donde estuvo los seis años, desconocemos si en su juicio o en el mismo estado etílico de Calderón.


Aunque no es necesario informarle, sí le comentaremos que de inmediato se convirtió en el secretario más poderoso del gabinete y tenía azorrillados a todos los integrantes, incluido el otrora influyente secretario de Gobernación.


Muy pronto trascendieron las corruptelas de Genaro, en publicaciones de prestigio se daba por hecho y se reseñaban sus tropelías como comparsa de los diferentes grupos del crimen organizado. Alguna vez salió a la luz “el levantón” de que fue objeto, por parte de los Beltrán Leyva.


Se afirma que Arturo le dio varios moquetazos en virtud de que a la gente de Sinaloa le había jurado fidelidad pero les hacía de chivo los tamales con los del Golfo y otros más. Aún así su fuerza no decayó. Periodistas, políticos, ministros de la Suprema Corte y toda la cohorte palaciega se le hincaban.


Como no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se llegue, los gringos lo atoraron. Hasta unos días antes de que el jurado que conoce de su caso lo declarara culpable, buen número de sus corifeos hablaban maravillas de él.