/ lunes 3 de abril de 2023

De Murillo Karam a Norma Piña

Aquel día, Jesús Murillo Karam, quien por sus generales dijo ser procurador general de la República y juró conducirse con verdad en la retahíla de datos que iba a proporcionar y años después se comprobó que todo fue mentira.

El jefe del Ministerio Público era ametrallado por las preguntas de los reporteros que entre inquietos, incrédulos y boquiabiertos le exigían ampliara los detalles de lo sucedido a los estudiantes de Ayotzinapa.

El hombre cuya economía corporal es exigua puesto que con todo y zapatos su talla no rebasa el metro y medio, fingía un coctel entre tribulación, aburrimiento y fastidio hasta que ya no pudo más y aventó lo que sería su fatídica frase “ya estoy cansado” y terminó la conferencia de prensa con todo y el azoro de los concurrentes que no se dieron por satisfechos de lo que se les había contado. Debido a su cansancio poco tiempo después fue desechado de la dependencia y pasó al stock de desempleados. Años después o sea hace unos meses ingresó a las reservas carcelarias como consecuencia de las falacias que entonces profirió.

El cinco de febrero pasado, como se hace cada año después de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, se conmemoró en el Teatro de la República de Querétaro, recinto oficial del evento, el aniversario del patriótico acontecimiento. Se congregaron altos funcionarios, gobernadores y representantes de los Tres Poderes de la Unión. Por el Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador; por la Cámara de Senadores, Alejandro Armenta Mier; por la de Diputados Santiago Creel y por el Poder Judicial Norma, Lucía Piña Hernández presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Como usted lo sabe y por su acendrado espíritu mexicano lo sabe muy bien, en esos menesteres, arriba el presidente de la República y en un gesto de urbanidad todos los presentes se ponen de pie para recibirlo, si llega solo; o recibirlos, si los demás funcionarios, en ese momento son adláteres. En sincronía, los presentes se levantaron salvo una persona que se cansó o que ya estaba cansada, como Murillo Karam y permaneció apoltronada ante el espanto de la concurrencia que vio aquello como un agravio al fervoroso evento. Nadie dijo nada y dejaron que la mujer con apellido de fruta siguiera en lo suyo.

Pero yo le explicaré: La ministra, pertenece a un grupo político diferente al de Andrés Manuel y como en estos días se viven, perciben y libran furiosas batallas por el poder, sin descontar que el presidente día con día en su tribuna, que es la mañanera lanza diatribas a los jueces por su actuar en la impartición de justicia y no está lejos de la realidad toda vez que el sentir general del pueblo en forma directa, en medios de comunicación y en encuestas ponen en el rincón de los olvidados a ese organismo. Luego doña Norma quiso cobrar venganza y con el berrinche de marras se imaginó que el presidente haría algún reclamo en su espacio matinal, lo que no sucedió; por el contrario, dejó hacer y dejó pasar el hecho como algo sin importancia.

No quiero imaginarme lo que dirían, si eso vieran, Benito Juárez, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, José Santos Degollado, Ignacio Vallarta, que dieron prestigio como ministros a la Suprema Corte en los aciagos días de la revolución, cuando se conformaba nuestra patria como Estado Mexicano.

Por su estatura intelectual y espiritual no repararían en las minucias que nuestros actuales empleados públicos sacan a relucir y con ello afloran sus más vanos sentimientos. Para no irnos tan lejos qué pensarían Juan Manuel Terán Mata, Rafael Rojina Villegas, Juan José González Bustamante, Luis Bazdrech, Euquerio Guerrero, José Rivera Silva y muchos otros que dejaron su impronta en las resoluciones de los asuntos que les fueran planteados; todos ellos, en obras que son libros de texto obligados en gran parte de las escuelas y facultades de derecho.

Mejor hubiera sido que doña Norma Piña, sucesora de Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, mejor investigara los millonarios fondos que a la chita callando, tenía la Corte, rubricados para bonos, sueldos, sobresueldos, choferes y casas de altos funcionarios del Poder Judicial y destinarlos en todo caso a sostener los juzgados y tribunales colegiados que abruptamente fueron borrados del mapa, sin decir agua va, dejando a abnegadas secretarias, actuarios, secretarios y otros trabajadores en la calle sin siquiera decirles, gracias por sus servicios.

De lo antes dicho quedan al descubierto algunos pecadillos del máximo tribunal y uno de ellos es la falta de planeación y previsión. No me explico cómo se instalaron dos Tribunales Colegiados de Circuito en Durango de manera permanente y repentinamente los desaparezcan porque no había fondos para sostenerlos, al menos es lo que se dice en la calle.


¿Con base en qué se crearon?

Aquel día, Jesús Murillo Karam, quien por sus generales dijo ser procurador general de la República y juró conducirse con verdad en la retahíla de datos que iba a proporcionar y años después se comprobó que todo fue mentira.

El jefe del Ministerio Público era ametrallado por las preguntas de los reporteros que entre inquietos, incrédulos y boquiabiertos le exigían ampliara los detalles de lo sucedido a los estudiantes de Ayotzinapa.

El hombre cuya economía corporal es exigua puesto que con todo y zapatos su talla no rebasa el metro y medio, fingía un coctel entre tribulación, aburrimiento y fastidio hasta que ya no pudo más y aventó lo que sería su fatídica frase “ya estoy cansado” y terminó la conferencia de prensa con todo y el azoro de los concurrentes que no se dieron por satisfechos de lo que se les había contado. Debido a su cansancio poco tiempo después fue desechado de la dependencia y pasó al stock de desempleados. Años después o sea hace unos meses ingresó a las reservas carcelarias como consecuencia de las falacias que entonces profirió.

El cinco de febrero pasado, como se hace cada año después de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, se conmemoró en el Teatro de la República de Querétaro, recinto oficial del evento, el aniversario del patriótico acontecimiento. Se congregaron altos funcionarios, gobernadores y representantes de los Tres Poderes de la Unión. Por el Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador; por la Cámara de Senadores, Alejandro Armenta Mier; por la de Diputados Santiago Creel y por el Poder Judicial Norma, Lucía Piña Hernández presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Como usted lo sabe y por su acendrado espíritu mexicano lo sabe muy bien, en esos menesteres, arriba el presidente de la República y en un gesto de urbanidad todos los presentes se ponen de pie para recibirlo, si llega solo; o recibirlos, si los demás funcionarios, en ese momento son adláteres. En sincronía, los presentes se levantaron salvo una persona que se cansó o que ya estaba cansada, como Murillo Karam y permaneció apoltronada ante el espanto de la concurrencia que vio aquello como un agravio al fervoroso evento. Nadie dijo nada y dejaron que la mujer con apellido de fruta siguiera en lo suyo.

Pero yo le explicaré: La ministra, pertenece a un grupo político diferente al de Andrés Manuel y como en estos días se viven, perciben y libran furiosas batallas por el poder, sin descontar que el presidente día con día en su tribuna, que es la mañanera lanza diatribas a los jueces por su actuar en la impartición de justicia y no está lejos de la realidad toda vez que el sentir general del pueblo en forma directa, en medios de comunicación y en encuestas ponen en el rincón de los olvidados a ese organismo. Luego doña Norma quiso cobrar venganza y con el berrinche de marras se imaginó que el presidente haría algún reclamo en su espacio matinal, lo que no sucedió; por el contrario, dejó hacer y dejó pasar el hecho como algo sin importancia.

No quiero imaginarme lo que dirían, si eso vieran, Benito Juárez, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, José Santos Degollado, Ignacio Vallarta, que dieron prestigio como ministros a la Suprema Corte en los aciagos días de la revolución, cuando se conformaba nuestra patria como Estado Mexicano.

Por su estatura intelectual y espiritual no repararían en las minucias que nuestros actuales empleados públicos sacan a relucir y con ello afloran sus más vanos sentimientos. Para no irnos tan lejos qué pensarían Juan Manuel Terán Mata, Rafael Rojina Villegas, Juan José González Bustamante, Luis Bazdrech, Euquerio Guerrero, José Rivera Silva y muchos otros que dejaron su impronta en las resoluciones de los asuntos que les fueran planteados; todos ellos, en obras que son libros de texto obligados en gran parte de las escuelas y facultades de derecho.

Mejor hubiera sido que doña Norma Piña, sucesora de Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, mejor investigara los millonarios fondos que a la chita callando, tenía la Corte, rubricados para bonos, sueldos, sobresueldos, choferes y casas de altos funcionarios del Poder Judicial y destinarlos en todo caso a sostener los juzgados y tribunales colegiados que abruptamente fueron borrados del mapa, sin decir agua va, dejando a abnegadas secretarias, actuarios, secretarios y otros trabajadores en la calle sin siquiera decirles, gracias por sus servicios.

De lo antes dicho quedan al descubierto algunos pecadillos del máximo tribunal y uno de ellos es la falta de planeación y previsión. No me explico cómo se instalaron dos Tribunales Colegiados de Circuito en Durango de manera permanente y repentinamente los desaparezcan porque no había fondos para sostenerlos, al menos es lo que se dice en la calle.


¿Con base en qué se crearon?