/ martes 27 de julio de 2021

La alianza opositora

A decir verdad, Javier Corral Jurado ha sido excelente legislador. Con el dominio del discurso parlamentario es irónico cuando debe serlo, firme cuando así lo exigen las circunstancias y prudente cuando se requiere.

Entre otras, tuvo etapas en las que más bien parecía un aguerrido hombre de izquierda; como cuando hizo mancuerna con Manuel Bartlett Díaz para oponerse denodadamente a la voracidad de las grandes televisoras que exigían una legislación ad hoc a su privilegiada posición y de esta forma continuar allegándose cuantiosas fortunas, monopolizando ese gran sector de la sociedad, que bien vistas las cosas desempeña un papel importantísimo de manera particular en la educación del pueblo.

Por desgracia como gobernador de Chihuahua fue un fiasco. Le arrebataron de las manos la sucesión gubernamental que tenía destinada para Gustavo Madero, que si hemos de ser justos tampoco hizo nada por su causa, sino tirarse al suelo con quien quisiera emularlo como señal de protesta en algún renglón con el que no comulgaba.

Chamaquearon feo al bueno de Corral los acaparadores del agua creando un conflicto internacional, cuando que por cuestiones naturales y diplomáticas deben compartirse las aguas del Río Bravo con el vecino país, al grado de enfrentarse abiertamente con el amigo Andrés Manuel López Obrador. Más lo que definitivamente se convirtió en su mayor pifia y en el adiós a sus aspiraciones presidenciales, fue la alianza opositora al Gobierno Federal que resultó un rotundo fracaso.

José Rodríguez Calderón, mejor conocido como “El Bronco”, no pasó de ser un consumado fanfarrón, boquiflojo y asustapen…santes. Juró que llevaría todavía más al cenit, a la de por sí industriosa Sultana del Norte. Con esas balandronadas convenció a los regiomontanos y venció a sus opositores alzándose como jefe del ejecutivo de Nuevo León. Pero muy pronto los norteños descubrieron que se trató exclusivamente de poses de campaña. Ahí tienen al personaje, esperando terminar su mandato para pasar a la posteridad sin pena ni gloria, uno más.

Miguel Riquelme Solís, antiguo alumno de quien esto escribe, y le agradezco el detalle de recordarlo, nieto de mi ex vecino que en gloria esté, don Crispín Solís, sobrio, mesurado y atingente líder de los choferes cetemistas. Miguel se unió a los gobernadores inconformes más bien por solidaridad ya que astutamente supo guardar las formas y distancias con el Gobierno Federal. Junto con los mandatarios de oposición de Sinaloa, Sonora, Oaxaca obtuvo buenos beneficios de la cuarta transformación al no tirarse a la yugular lopezobradorista.

Francisco García Cabeza de Vaca, gobernador de Tamaulipas alentado por su pasado, presente y futuro delincuencial, estimulado seguramente por los alcaloides que trafica adoptó una actitud pendenciera, frontal contra todo lo que huela a cuarta transformación y contra Andrés Manuel; en su intento de liderar el grupo de gobernadores que en su imaginación, estaba llamado a convertirse en la piedra del zapato, hasta que afloró su cuantiosa fortuna que nunca pudo explicar, pero en cambio los tamaulipecos sí pueden detallar y resumir. Es la suma de lo caudaloso de sus ingresos producidos por la delincuencia organizada, tan es así que allá en el norte no lo miran como un integrante más, sino como el cabecilla y pronto huésped de las rejas mexicanas o estadounidenses.


Silvano Aureoles Conejo, más conejo que Aureoles y Silvano juntos. El tipo es un político de generación espontánea. No es conocido algo en lo que haya descollado en su tierra. Su llegada al Gobierno del Estado fue circunstancial ante el rechazo a los últimos mandatarios, pero no su carisma, que no lo tiene y por el contrario desborda antipatía. Desde que llegó se dedicó a la “dolche vita”.

Se le vio en plena pandemia y en uno de los conciliábulos de sus pares para implementar estrategias contra la 4T, imitando a Juan Colorado. Ya bien acharandado se arrancó con un narcocorrido, pues no niega la cruz de su parroquia, toda vez que los laboriosos purépechas, también y para variar un poco, lo ligan con los traviesos que tienen asolados a los autodefensas.

Como colofón de la efímera cruzada de la no menos breve cofradía de gobernadores, como lección para los políticos es que de una vez por todas deben entender que se viven otros tiempos. Ya no funciona el periodicazo, el borrego, el plantón, el chisme. Estamos en la era de la internet, de las redes sociales. Nos guste o no, de un nuevo periodismo que ha superado al tradicional, normado por reglas y cánones que a estas alturas resultan obsoletas.

La raza reclama un periodismo donde la verdad aflore, donde al mal político se le miente la madre, se hagan saber todas sus triquiñuelas. La filosofía política, la ciencia política, la sociología y la psicología social seguramente ya ampliaron sus miras y sus campos de estudio para analizar esta sociedad convulsionada.

A decir verdad, Javier Corral Jurado ha sido excelente legislador. Con el dominio del discurso parlamentario es irónico cuando debe serlo, firme cuando así lo exigen las circunstancias y prudente cuando se requiere.

Entre otras, tuvo etapas en las que más bien parecía un aguerrido hombre de izquierda; como cuando hizo mancuerna con Manuel Bartlett Díaz para oponerse denodadamente a la voracidad de las grandes televisoras que exigían una legislación ad hoc a su privilegiada posición y de esta forma continuar allegándose cuantiosas fortunas, monopolizando ese gran sector de la sociedad, que bien vistas las cosas desempeña un papel importantísimo de manera particular en la educación del pueblo.

Por desgracia como gobernador de Chihuahua fue un fiasco. Le arrebataron de las manos la sucesión gubernamental que tenía destinada para Gustavo Madero, que si hemos de ser justos tampoco hizo nada por su causa, sino tirarse al suelo con quien quisiera emularlo como señal de protesta en algún renglón con el que no comulgaba.

Chamaquearon feo al bueno de Corral los acaparadores del agua creando un conflicto internacional, cuando que por cuestiones naturales y diplomáticas deben compartirse las aguas del Río Bravo con el vecino país, al grado de enfrentarse abiertamente con el amigo Andrés Manuel López Obrador. Más lo que definitivamente se convirtió en su mayor pifia y en el adiós a sus aspiraciones presidenciales, fue la alianza opositora al Gobierno Federal que resultó un rotundo fracaso.

José Rodríguez Calderón, mejor conocido como “El Bronco”, no pasó de ser un consumado fanfarrón, boquiflojo y asustapen…santes. Juró que llevaría todavía más al cenit, a la de por sí industriosa Sultana del Norte. Con esas balandronadas convenció a los regiomontanos y venció a sus opositores alzándose como jefe del ejecutivo de Nuevo León. Pero muy pronto los norteños descubrieron que se trató exclusivamente de poses de campaña. Ahí tienen al personaje, esperando terminar su mandato para pasar a la posteridad sin pena ni gloria, uno más.

Miguel Riquelme Solís, antiguo alumno de quien esto escribe, y le agradezco el detalle de recordarlo, nieto de mi ex vecino que en gloria esté, don Crispín Solís, sobrio, mesurado y atingente líder de los choferes cetemistas. Miguel se unió a los gobernadores inconformes más bien por solidaridad ya que astutamente supo guardar las formas y distancias con el Gobierno Federal. Junto con los mandatarios de oposición de Sinaloa, Sonora, Oaxaca obtuvo buenos beneficios de la cuarta transformación al no tirarse a la yugular lopezobradorista.

Francisco García Cabeza de Vaca, gobernador de Tamaulipas alentado por su pasado, presente y futuro delincuencial, estimulado seguramente por los alcaloides que trafica adoptó una actitud pendenciera, frontal contra todo lo que huela a cuarta transformación y contra Andrés Manuel; en su intento de liderar el grupo de gobernadores que en su imaginación, estaba llamado a convertirse en la piedra del zapato, hasta que afloró su cuantiosa fortuna que nunca pudo explicar, pero en cambio los tamaulipecos sí pueden detallar y resumir. Es la suma de lo caudaloso de sus ingresos producidos por la delincuencia organizada, tan es así que allá en el norte no lo miran como un integrante más, sino como el cabecilla y pronto huésped de las rejas mexicanas o estadounidenses.


Silvano Aureoles Conejo, más conejo que Aureoles y Silvano juntos. El tipo es un político de generación espontánea. No es conocido algo en lo que haya descollado en su tierra. Su llegada al Gobierno del Estado fue circunstancial ante el rechazo a los últimos mandatarios, pero no su carisma, que no lo tiene y por el contrario desborda antipatía. Desde que llegó se dedicó a la “dolche vita”.

Se le vio en plena pandemia y en uno de los conciliábulos de sus pares para implementar estrategias contra la 4T, imitando a Juan Colorado. Ya bien acharandado se arrancó con un narcocorrido, pues no niega la cruz de su parroquia, toda vez que los laboriosos purépechas, también y para variar un poco, lo ligan con los traviesos que tienen asolados a los autodefensas.

Como colofón de la efímera cruzada de la no menos breve cofradía de gobernadores, como lección para los políticos es que de una vez por todas deben entender que se viven otros tiempos. Ya no funciona el periodicazo, el borrego, el plantón, el chisme. Estamos en la era de la internet, de las redes sociales. Nos guste o no, de un nuevo periodismo que ha superado al tradicional, normado por reglas y cánones que a estas alturas resultan obsoletas.

La raza reclama un periodismo donde la verdad aflore, donde al mal político se le miente la madre, se hagan saber todas sus triquiñuelas. La filosofía política, la ciencia política, la sociología y la psicología social seguramente ya ampliaron sus miras y sus campos de estudio para analizar esta sociedad convulsionada.