/ domingo 21 de julio de 2019

INTELLEGO UT CREDAM

Hermosa tradición católica del Señor del Santo Entierro

Un año más para celebrar las tradicionales fiestas de Santiago Papasquiaro. Una hermosa tradición, aunque de origen católico cristiano, que se ha ido contaminando de expresiones meramente paganas en no pocos de los que acuden en estos días a este bello y pintoresco pueblo de nuestra hermosa geografía duranguense.

Afortunadamente, se puede seguir rescatando el fervor de miles de lugareños que con extraordinario esfuerzo mantienen viva la auténtica tradición de venerar la bendita imagen del Señor del Santo Entierro, la que un 22 de julio de 1766 sudó gotas de sangre, portento que la gente católica de Santiago Papasquiaro recuerda y celebra con devoción y amor a Jesucristo.

Recogiendo de los diversos escritos que se han vertido sobre la venerable imagen del Señor del Santo Entierro, podemos decir ahora que esta bendita imagen representa a Jesucristo en el momento en que es bajado de la cruz y puesto en el sepulcro. Un momento que nos lleva a meditar en el grandioso amor de Dios que ha entregado a su Hijo para redimirnos. Un momento que nos habla de la entrega generosa del hijo de Dios por todos nosotros. Un momento que nos identifica con ese Cristo del Padre, que sufre lo indecible, que experimenta el dolor extremo como lo experimentamos tantos de nosotros y nuestros propios pueblos que siguen cargando la cruz de la pobreza, de la marginación.

Esta imagen significa especialmente para el pueblo de Santiago Papasquiaro y los pueblos de la región un icono de la fe cristiana. Se trata desde la fe simple y sencilla tratar de entender la presencia de Jesús que desea perpetuar su presencia entre esta gente. Es una enseñanza divina cuya pedagogía más contundente nos sigue mostrando que el único camino e inevitable es la cruz.

Esta imagen representa para los propios y extraños el propio rostro del sufrimiento que conlleva la propia muerte, pero ahora con la esperanza de la resurrección. Esta imagen representa la fuerza de la fe de ese pueblo católico enclavado en la geografía de nuestro México que lo lleva convencido a afirmar que Santiago Papasquiaro, sin el Señor del Santo Entierro, no es Santiago Papasquiaro.

En los avatares de la historia de esta venerada imagen se puede concluir según las variadas versiones que narran el origen de su presencia en varios puntos de la Republica mexicana, que fueron los padres Jesuitas quienes introdujeron esta hermosa devoción del culto y veneración a esta imagen en México. A decir del historiador Andrés Pérez de Rivas, quien refiere la obra jesuita inculcando esta bella práctica a lo largo del territorio nacional.

Particularmente esta imagen asume diversa nomenclatura en los municipios de nuestro Durango, sin embargo, se trata de la misma imagen que representa al Señor Jesús después de la crucifixión puesto en un sepulcro. Llámesele en nuestro estado al Señor de Mapimí, el Divino Pastor, el Señor de la Expiración en El Nayar, Durango, el Señor del Santo Entierro, entre otros. Según la tradición que se viene repitiendo de generación en generación, entre la gente de Santiago.

Corría el año de 1625, en una humilde casa, ubicada en la calle Leyva, del antiguo barrio del pueblo vivía una anciana a la que no se le conocía pariente alguno y que, para subsistir, realizaba labores domésticas en las casas de la gente rica, el tiempo que le quedaba libre lo pasaba rezando en la iglesia de Santo Santiago. Un viernes por la tarde llegaron un grupo de siete arrieros conduciendo animales de carga, con mercancías que venderían en la sierra y en la región de las quebradas.

Uno de los arrieros le pidió de favor les permitiera dejarle encargada una caja grande de madera, que traía sobre el lomo de una mula, prometiéndole regresar en una o dos semanas. La anciana accedió de buena gana indicándoles pusieran la caja en un rincón de la habitación cerca de donde se encontraba su cama, los arrieros se despidieron prometiéndole regresar pronto.

Pasaron los días y las semanas y los arrieros, ni razón. Algunos de los vecinos que acudían a visitarla percibían una fragancia, como la que despedir las azucenas silvestres, una de las vecinas que les tenía más confianza, guiada por el aroma descubrió que venía de la caja encargada por los arrieros.

La anciana se negó rotundamente a abrirla por ser cosa ajena. Intrigados los vecinos y temiendo que dentro de la caja se encontrara un cadáver, dieron parte a la autoridad: (Alcalde, capitán de guerra) y al sacerdote (jesuita) encargado de la parroquia, y ya reunidos procedieron abrir la caja, solo para encontrar dentro de ella la belleza imagen de Jesucristo cuando este fue bajado de la cruz y puesto en el Santo Sepulcro.

Cuenta la leyenda que el sacerdote pidió a la anciana le permitiera llevar la bendita imagen a la iglesia, diciéndole que cuando regresaran los dueños se las entregaría. Muy a pesar de la anciana permitió que la sacaran la imagen y fuera llevada a la iglesia, colocándola sobre el altar (principal).

Al siguiente cuando el sacerdote se presentó a oficiar misa, se percató de que la sagrada imagen ya no se encontraba, preguntando algunos feligreses que llegaron temprano a misa, si la habían visto, pero ninguno le dio razón, imaginando que la anciana se la había llevado durante la noche, ya que la puerta de la iglesia se cerraba solo con un pequeño picaporte de madera.

El párroco y algunos feligreses se trasladaron a la casa de la anciana. Al llegar la comitiva le preguntaron dónde se encontraba la imagen; asustada y asombrada dijo que en la iglesia. Uno de los acompañantes del sacerdote penetró al cuarto, dirigiéndose a la caja la abrió, asombrado vio que la bendita imagen se encontraba ahí. Convencido el sacerdote que la imagen no quería estar en la iglesia, ordenó que la llevaran a la casa de la anciana donde permaneció corto tiempo, dos años, hasta que murió. Después de sepultarla fue llevada la imagen a la iglesia de Santo Santiago Apóstol, donde hasta la actualidad se encuentra.

El 22 de julio de 1766, estando celebrando el sacerdote la misa y al recibir los feligreses las sagradas comuniones, observaron la bendita imagen que se encontraba en un nicho sobre el altar mayor, que de su sacrosanto rostro, de su frente, salían gruesas gotas de agua que al bajar por su boca y barba se convertirían en sangre, portento que duró por más de dos horas.

De esto dieron fe bajo juramento más de 100 testigos presenciales, levantándose un documento judicial, después de cerciorarse personalmente don Matías Joaquín de Escobar y Rojas, alcalde mayor y capitán de guerra, y el cura don José Ignacio Irigoyen. El nombre propio con el que ha sido venerada esta sagrada imagen por los santiagueros es el Señor del Santo Entierro y no como algunas personas lo llaman Santo Entierro.

Hermosa tradición católica del Señor del Santo Entierro

Un año más para celebrar las tradicionales fiestas de Santiago Papasquiaro. Una hermosa tradición, aunque de origen católico cristiano, que se ha ido contaminando de expresiones meramente paganas en no pocos de los que acuden en estos días a este bello y pintoresco pueblo de nuestra hermosa geografía duranguense.

Afortunadamente, se puede seguir rescatando el fervor de miles de lugareños que con extraordinario esfuerzo mantienen viva la auténtica tradición de venerar la bendita imagen del Señor del Santo Entierro, la que un 22 de julio de 1766 sudó gotas de sangre, portento que la gente católica de Santiago Papasquiaro recuerda y celebra con devoción y amor a Jesucristo.

Recogiendo de los diversos escritos que se han vertido sobre la venerable imagen del Señor del Santo Entierro, podemos decir ahora que esta bendita imagen representa a Jesucristo en el momento en que es bajado de la cruz y puesto en el sepulcro. Un momento que nos lleva a meditar en el grandioso amor de Dios que ha entregado a su Hijo para redimirnos. Un momento que nos habla de la entrega generosa del hijo de Dios por todos nosotros. Un momento que nos identifica con ese Cristo del Padre, que sufre lo indecible, que experimenta el dolor extremo como lo experimentamos tantos de nosotros y nuestros propios pueblos que siguen cargando la cruz de la pobreza, de la marginación.

Esta imagen significa especialmente para el pueblo de Santiago Papasquiaro y los pueblos de la región un icono de la fe cristiana. Se trata desde la fe simple y sencilla tratar de entender la presencia de Jesús que desea perpetuar su presencia entre esta gente. Es una enseñanza divina cuya pedagogía más contundente nos sigue mostrando que el único camino e inevitable es la cruz.

Esta imagen representa para los propios y extraños el propio rostro del sufrimiento que conlleva la propia muerte, pero ahora con la esperanza de la resurrección. Esta imagen representa la fuerza de la fe de ese pueblo católico enclavado en la geografía de nuestro México que lo lleva convencido a afirmar que Santiago Papasquiaro, sin el Señor del Santo Entierro, no es Santiago Papasquiaro.

En los avatares de la historia de esta venerada imagen se puede concluir según las variadas versiones que narran el origen de su presencia en varios puntos de la Republica mexicana, que fueron los padres Jesuitas quienes introdujeron esta hermosa devoción del culto y veneración a esta imagen en México. A decir del historiador Andrés Pérez de Rivas, quien refiere la obra jesuita inculcando esta bella práctica a lo largo del territorio nacional.

Particularmente esta imagen asume diversa nomenclatura en los municipios de nuestro Durango, sin embargo, se trata de la misma imagen que representa al Señor Jesús después de la crucifixión puesto en un sepulcro. Llámesele en nuestro estado al Señor de Mapimí, el Divino Pastor, el Señor de la Expiración en El Nayar, Durango, el Señor del Santo Entierro, entre otros. Según la tradición que se viene repitiendo de generación en generación, entre la gente de Santiago.

Corría el año de 1625, en una humilde casa, ubicada en la calle Leyva, del antiguo barrio del pueblo vivía una anciana a la que no se le conocía pariente alguno y que, para subsistir, realizaba labores domésticas en las casas de la gente rica, el tiempo que le quedaba libre lo pasaba rezando en la iglesia de Santo Santiago. Un viernes por la tarde llegaron un grupo de siete arrieros conduciendo animales de carga, con mercancías que venderían en la sierra y en la región de las quebradas.

Uno de los arrieros le pidió de favor les permitiera dejarle encargada una caja grande de madera, que traía sobre el lomo de una mula, prometiéndole regresar en una o dos semanas. La anciana accedió de buena gana indicándoles pusieran la caja en un rincón de la habitación cerca de donde se encontraba su cama, los arrieros se despidieron prometiéndole regresar pronto.

Pasaron los días y las semanas y los arrieros, ni razón. Algunos de los vecinos que acudían a visitarla percibían una fragancia, como la que despedir las azucenas silvestres, una de las vecinas que les tenía más confianza, guiada por el aroma descubrió que venía de la caja encargada por los arrieros.

La anciana se negó rotundamente a abrirla por ser cosa ajena. Intrigados los vecinos y temiendo que dentro de la caja se encontrara un cadáver, dieron parte a la autoridad: (Alcalde, capitán de guerra) y al sacerdote (jesuita) encargado de la parroquia, y ya reunidos procedieron abrir la caja, solo para encontrar dentro de ella la belleza imagen de Jesucristo cuando este fue bajado de la cruz y puesto en el Santo Sepulcro.

Cuenta la leyenda que el sacerdote pidió a la anciana le permitiera llevar la bendita imagen a la iglesia, diciéndole que cuando regresaran los dueños se las entregaría. Muy a pesar de la anciana permitió que la sacaran la imagen y fuera llevada a la iglesia, colocándola sobre el altar (principal).

Al siguiente cuando el sacerdote se presentó a oficiar misa, se percató de que la sagrada imagen ya no se encontraba, preguntando algunos feligreses que llegaron temprano a misa, si la habían visto, pero ninguno le dio razón, imaginando que la anciana se la había llevado durante la noche, ya que la puerta de la iglesia se cerraba solo con un pequeño picaporte de madera.

El párroco y algunos feligreses se trasladaron a la casa de la anciana. Al llegar la comitiva le preguntaron dónde se encontraba la imagen; asustada y asombrada dijo que en la iglesia. Uno de los acompañantes del sacerdote penetró al cuarto, dirigiéndose a la caja la abrió, asombrado vio que la bendita imagen se encontraba ahí. Convencido el sacerdote que la imagen no quería estar en la iglesia, ordenó que la llevaran a la casa de la anciana donde permaneció corto tiempo, dos años, hasta que murió. Después de sepultarla fue llevada la imagen a la iglesia de Santo Santiago Apóstol, donde hasta la actualidad se encuentra.

El 22 de julio de 1766, estando celebrando el sacerdote la misa y al recibir los feligreses las sagradas comuniones, observaron la bendita imagen que se encontraba en un nicho sobre el altar mayor, que de su sacrosanto rostro, de su frente, salían gruesas gotas de agua que al bajar por su boca y barba se convertirían en sangre, portento que duró por más de dos horas.

De esto dieron fe bajo juramento más de 100 testigos presenciales, levantándose un documento judicial, después de cerciorarse personalmente don Matías Joaquín de Escobar y Rojas, alcalde mayor y capitán de guerra, y el cura don José Ignacio Irigoyen. El nombre propio con el que ha sido venerada esta sagrada imagen por los santiagueros es el Señor del Santo Entierro y no como algunas personas lo llaman Santo Entierro.