/ sábado 20 de enero de 2024

La extrema derecha más viva que nunca

"Al radicalismo ya no lo destruye nadie"

-Carlos Pellegrini


Dos sucesos que han tenido verificativo de manera muy reciente demuestran que la extrema derecha no se irá pronto del espectro político en el mundo, tanto en occidente como en lejano oriente, tanto en latitudes septentrionales como australes. Nos referimos, por un lado, a la victoria de Donald Trump en los caucus de Iowa, lo cual apuntala su condición como muy probable candidato del Partido Republicando en la próxima elección presidencial estadounidense, en una reedición de la batalla de 2020 contra el alicaído presidente Joe Biden; por otra parte, al triunfo de Javier Milei en la elección argentina para la primera magistratura. Veamos de manera muy breve uno y otro caso, con todo lo que representan como símbolo para la geopolítica global.

Varias veces en estas páginas editoriales de El Sol de Durango hemos escrito que la derrota de Donald Trump no suponía en modo alguno la caída del trumpismo y de las ideologías radicales que lo acuerpan. Ya sea a través del propio Trump o de otra persona que lograra aglomerar a las millones de personas que en Estados Unidos se declaran seguidoras del nacionalismo más recalcitrante y de políticas que pueden rayar en el protofascismo, la extrema derecha difícilmente habría de erradicarse en un escenario donde la polarización es cosa de todos los días. No sólo no se erradicó sino que el mismo empresario populista aprovechó la falta de cuadros competitivos en el Partido Republicano para ir tejiendo su nueva candidatura, la cual tiene prácticamente en la bolsa.

Ni los muy cuestionables planes y programas de acción durante su primer mandato como presidente de la máxima potencia del orbe, ni sus ataques al corazón de la democracia norteamericana -el Capitolio- al verse perdido hace cuatro años, ni su histrionismo más propio de un reality show que de la conducción de la vida pública estadounidense han servido para aniquilar políticamente a Trump. Las propias instituciones se han empeñado en sacarlo de sus cenizas, en revivirlo cuando quizá ya no tenía mucho qué hacer, pues al determinar causas judiciales muy cuestionables en su contra y pretender encarcelarlo sin demasiado fundamento lo que en realidad han hecho ha sido victimizarlo, empoderarlo y otorgarle un status de mártir que le va muy bien a su discurso grandilocuente. Querer sacarlo a la mala de las boletas produce exactamente el efecto contrario.

Mientras tanto, en Argentina las cosas tampoco van muy bien que digamos, pues el electorado de esta otrora potencia latinoamericana se decantó en segunda vuelta por un personaje que literalmente salió de la televisión para vender cortinas de humo y falsos buques de salvación ante una enorme crisis económica en la que está sumergido este país del cono sur desde hace varios años. El mal desempeño en esta materia de Alberto Fernández terminó por dinamitar los logros sociales del kirchnerismo, por lo que una figura locuaz, con habilidad discursiva e igualmente capaz para el debate y la confrontación retórica logró conquistar a millones de argentinas y argentinos que quizá hayan cometido un error garrafal al elegir a este economista que lleva a la dolarización y la eliminación del Banco Central como estandartes, además de una agenda retrógrada en temas como el aborto.

A Trump y Milei se le une una larga lista de políticas y políticos conservadores, negacionistas de derechos fundamentales y libertades públicas que han costado enormes batallas bélicas, sociales y culturales. En lugares como Brasil, España, Hungría, Francia, Italia, Alemania o Finlandia hay movimientos amplios y bastante representativos que se aglutinan en torno al conservadurismo radical; algunos de ellos ya han gobernado dichos países o han tenido opciones robustas al respecto. En este sentido, resulta imprescindible proteger a los derechos y libertades ya referidas como un coto vedado que debe quedar a salvo de la acción de este tipo de posiciones tan extremas. Y como decíamos con anterioridad, la batalla también debe librarse en el plano cultural, en aras de que prevalezca el imperio de la ley. Esperemos que así sea.

A Trump y Milei se le une una larga lista de políticas y políticos que han costado enormes batallas bélicas, sociales y culturales

"Al radicalismo ya no lo destruye nadie"

-Carlos Pellegrini


Dos sucesos que han tenido verificativo de manera muy reciente demuestran que la extrema derecha no se irá pronto del espectro político en el mundo, tanto en occidente como en lejano oriente, tanto en latitudes septentrionales como australes. Nos referimos, por un lado, a la victoria de Donald Trump en los caucus de Iowa, lo cual apuntala su condición como muy probable candidato del Partido Republicando en la próxima elección presidencial estadounidense, en una reedición de la batalla de 2020 contra el alicaído presidente Joe Biden; por otra parte, al triunfo de Javier Milei en la elección argentina para la primera magistratura. Veamos de manera muy breve uno y otro caso, con todo lo que representan como símbolo para la geopolítica global.

Varias veces en estas páginas editoriales de El Sol de Durango hemos escrito que la derrota de Donald Trump no suponía en modo alguno la caída del trumpismo y de las ideologías radicales que lo acuerpan. Ya sea a través del propio Trump o de otra persona que lograra aglomerar a las millones de personas que en Estados Unidos se declaran seguidoras del nacionalismo más recalcitrante y de políticas que pueden rayar en el protofascismo, la extrema derecha difícilmente habría de erradicarse en un escenario donde la polarización es cosa de todos los días. No sólo no se erradicó sino que el mismo empresario populista aprovechó la falta de cuadros competitivos en el Partido Republicano para ir tejiendo su nueva candidatura, la cual tiene prácticamente en la bolsa.

Ni los muy cuestionables planes y programas de acción durante su primer mandato como presidente de la máxima potencia del orbe, ni sus ataques al corazón de la democracia norteamericana -el Capitolio- al verse perdido hace cuatro años, ni su histrionismo más propio de un reality show que de la conducción de la vida pública estadounidense han servido para aniquilar políticamente a Trump. Las propias instituciones se han empeñado en sacarlo de sus cenizas, en revivirlo cuando quizá ya no tenía mucho qué hacer, pues al determinar causas judiciales muy cuestionables en su contra y pretender encarcelarlo sin demasiado fundamento lo que en realidad han hecho ha sido victimizarlo, empoderarlo y otorgarle un status de mártir que le va muy bien a su discurso grandilocuente. Querer sacarlo a la mala de las boletas produce exactamente el efecto contrario.

Mientras tanto, en Argentina las cosas tampoco van muy bien que digamos, pues el electorado de esta otrora potencia latinoamericana se decantó en segunda vuelta por un personaje que literalmente salió de la televisión para vender cortinas de humo y falsos buques de salvación ante una enorme crisis económica en la que está sumergido este país del cono sur desde hace varios años. El mal desempeño en esta materia de Alberto Fernández terminó por dinamitar los logros sociales del kirchnerismo, por lo que una figura locuaz, con habilidad discursiva e igualmente capaz para el debate y la confrontación retórica logró conquistar a millones de argentinas y argentinos que quizá hayan cometido un error garrafal al elegir a este economista que lleva a la dolarización y la eliminación del Banco Central como estandartes, además de una agenda retrógrada en temas como el aborto.

A Trump y Milei se le une una larga lista de políticas y políticos conservadores, negacionistas de derechos fundamentales y libertades públicas que han costado enormes batallas bélicas, sociales y culturales. En lugares como Brasil, España, Hungría, Francia, Italia, Alemania o Finlandia hay movimientos amplios y bastante representativos que se aglutinan en torno al conservadurismo radical; algunos de ellos ya han gobernado dichos países o han tenido opciones robustas al respecto. En este sentido, resulta imprescindible proteger a los derechos y libertades ya referidas como un coto vedado que debe quedar a salvo de la acción de este tipo de posiciones tan extremas. Y como decíamos con anterioridad, la batalla también debe librarse en el plano cultural, en aras de que prevalezca el imperio de la ley. Esperemos que así sea.

A Trump y Milei se le une una larga lista de políticas y políticos que han costado enormes batallas bélicas, sociales y culturales