/ martes 8 de enero de 2019

Los últimos días de Velezzi en Villa Ocampo, Durango

Hace algunos años, la bailarina Patricia Aulestia le dedicó algunas páginas en un ensayo, para destacar su importancia y aportación a la danza mexicana, entresaco de su trabajo parte de la brillante labor dancística de Velezzi.

Su pasión por las artes lo orientó a tomar clases con la prestigiada bailarina italiana Amelia Costa y la bailarina persa, Armen Ohanian, hasta inmiscuirlo a la esfera artística de la danza, la actuación y declamación.

El centenario del natalicio de Enrique Vela Quintero, mejor conocido en el argot de la danza mexicana y el ballet como “Velezzi”, pasó desapercibido en México y en Durango. El lector, quizá se preguntará acerca de la trascendencia del personaje respecto a Durango y su contexto nacional.

La biografía de Vela Quintero se encuentra vinculada a esta entidad federativa a través de Nellie Campobello, toda vez que formó parte del cuerpo docente y primer bailarín de la Escuela Nacional de Danza, desde la década de los treinta del siglo XX, esa institución dancística que fue dirigida por la propia Campobello hasta la década de los ochenta. El destino condujo a Velezzi al estado de Durango, pasando sus últimos años de vida en Villa Ocampo, acompañado de su fiel amigo José Sura, ambos colaboradores cercanos de Nellie y Gloria Campobello, en la Ciudad de México.

Conocí y conversé con el maestro Enrique Vela Quintero en Villa Ocampo, poco antes de su muerte a principios de los noventa, fue un hombre de amplia cultura y de excelente conversación. Vestía de manera impecable, e invariablemente era acompañado por su amigo “Che” Sura. Por su avanzada edad, se encontraba postrado a una silla de ruedas.

En sus conversaciones abordaba sus glorias en la danza mexicana y extranjera. Su mirada era de tristeza y melancolía. José Sura, al verlo sumido en la soledad del quehacer artístico y desprotegido de la familia en la orbe capitalina, como suele suceder con las grandes luminarias del arte, decidió invitarlo a vivir a Villa Ocampo, donde Velezzi pasó sus últimos días de vida compartiendo con la gente, interesantes historias y homenajeando a la gran poetiza y escritora durangueña nativa de Villa Ocampo.

Velezzi le sobrevivió un lustro a Nellie, y dicho de su propia voz, su mayor satisfacción era estar en el terruño de quien por décadas fue su amiga y confidente. Cuando Velezzi falleció en Villa Ocampo, el pueblo lo acompañó a su última morada, su sepulcro se inundó de flores como fue su deseo.

A los días de su muerte, se presentaron dos señoritas provenientes de la Ciudad de México, no dijeron nada, varias personas las observaron llorando en el camposanto del lugar.

Así como llegaron se marcharon, sin decir ni una palabra, solo sus lágrimas acompañaron aquel montículo de tierra donde reposaban los restos de este gran mexicano, que quiso descansar en la tierra de quien alguna vez le tendió la mano franca. Posteriormente, fue del conocimiento popular que habían sido sus alumnas en la Escuela Nacional de Danza.

Hace algunos años, la bailarina Patricia Aulestia le dedicó algunas páginas en un ensayo, para destacar su importancia y aportación a la danza mexicana, entresaco de su trabajo parte de la brillante labor dancística de Velezzi.

Enrique Vela Quintero nació en 1908 en la Ciudad de México. A los 7 años de edad aprendió diferentes danzas españolas, como la jota aragonesa, sevillana y fandangos asturianos, gracias a su estrecha convivencia con algunas familias de origen español especializándose inicialmente con las castañuelas.

Al concluir sus estudios básicos, ingresó a la Academia de Comercio, además de estudiar alternamente en la Escuela Superior Nocturna de Música, dependiente del Conservatorio Nacional. Su pasión por las artes lo orientó a tomar clases con la prestigiada bailarina italiana Amelia Costa y la bailarina persa, Armen Ohanian, hasta inmiscuirlo a la esfera artística de la danza, la actuación y declamación.

En 1925, Enrique Vela, audicionó ante los directores de danza Andreas Pavley y Serge Oukrainsky, siendo aprobado por ellos y de esa manera ingresa oficialmente a la Escuela Ballet del grupo oficial de la “Chicago Civic Opera” en su temporada en México, formando parte de la “Primera Compañía Americana de Ballet”. Su talento y destreza dancística por diversas ciudades de la Unión Americana, trajo consigo el seudónimo de “Velezzi”, en una de sus giras en la Ciudad de Boston, Massachusetts. En 1928, concluyó su temporada en esa agrupación.

A finales de 1928, debutó en el teatro Iris de la Ciudad de México con su cuadro infantil de ballet. Durante algún tiempo se desempeñó como maestro de danza de ballet, acrobacia y bailes mexicanos. En 1931, es nombrado profesor de la Escuela “Ignacio Manuel Altamirano” y “Benito Juárez García”, dependiente de la Secretaría de Educación Pública.

Ese año de 1931, la SEP aprobó la creación de un grupo de danza, alternando como primera figura en el Ballet “Árbol” al lado de Nellie y Gloria Campobello, con la coreografía de Hipólito Zybín.

De 1933 a 1940, dirigió su propia academia de danza particular, como resultado de su labor, se presentó en diversos escenarios públicos de la talla del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México. En 1938, reingresó como docente en la Escuela Nacional de Danza, impartiendo la cátedra de Ballet Clásico, Calistenia, Ballet Español, Baile Internacional, Baile Regional, Historia y Teoría de la Danza.

Dentro de sus alumnos destacan Amalia Hernández, Rosa Reyna, Roberto Ximénez, Socorro Bastida, Gloria Albert, Lupe Serrano, Felipe Segura, Roberto Iglesias, Sonia Castañeda, Sonia Amelio, Martha Pimentel y Eva María Ortiz.

Fue autor de diversas coreografías presentadas por la “Escuela Nacional de Danza” y el “Ballet de la Ciudad de México”, descollando entre ellas, las versiones de “Scheherazade”, “Capricho Español”, “El Sombrero de Tres Picos”, “Coppelia”, “El Cascanueces”, “Bodas de Aurora”, ”El Amor Brujo” , “El Lago de los Cisnes”, “El 30-30” entre otras obras de creatividad personal como “Impresiones Orientales”, “En un Harem Persa”, “Ballet Español” y “Tandis mutandis”. Falleció en Villa Ocampo, Durango en 1990, y sepultado en el panteón municipal del lugar.

Hace algunos años, la bailarina Patricia Aulestia le dedicó algunas páginas en un ensayo, para destacar su importancia y aportación a la danza mexicana, entresaco de su trabajo parte de la brillante labor dancística de Velezzi.

Su pasión por las artes lo orientó a tomar clases con la prestigiada bailarina italiana Amelia Costa y la bailarina persa, Armen Ohanian, hasta inmiscuirlo a la esfera artística de la danza, la actuación y declamación.

El centenario del natalicio de Enrique Vela Quintero, mejor conocido en el argot de la danza mexicana y el ballet como “Velezzi”, pasó desapercibido en México y en Durango. El lector, quizá se preguntará acerca de la trascendencia del personaje respecto a Durango y su contexto nacional.

La biografía de Vela Quintero se encuentra vinculada a esta entidad federativa a través de Nellie Campobello, toda vez que formó parte del cuerpo docente y primer bailarín de la Escuela Nacional de Danza, desde la década de los treinta del siglo XX, esa institución dancística que fue dirigida por la propia Campobello hasta la década de los ochenta. El destino condujo a Velezzi al estado de Durango, pasando sus últimos años de vida en Villa Ocampo, acompañado de su fiel amigo José Sura, ambos colaboradores cercanos de Nellie y Gloria Campobello, en la Ciudad de México.

Conocí y conversé con el maestro Enrique Vela Quintero en Villa Ocampo, poco antes de su muerte a principios de los noventa, fue un hombre de amplia cultura y de excelente conversación. Vestía de manera impecable, e invariablemente era acompañado por su amigo “Che” Sura. Por su avanzada edad, se encontraba postrado a una silla de ruedas.

En sus conversaciones abordaba sus glorias en la danza mexicana y extranjera. Su mirada era de tristeza y melancolía. José Sura, al verlo sumido en la soledad del quehacer artístico y desprotegido de la familia en la orbe capitalina, como suele suceder con las grandes luminarias del arte, decidió invitarlo a vivir a Villa Ocampo, donde Velezzi pasó sus últimos días de vida compartiendo con la gente, interesantes historias y homenajeando a la gran poetiza y escritora durangueña nativa de Villa Ocampo.

Velezzi le sobrevivió un lustro a Nellie, y dicho de su propia voz, su mayor satisfacción era estar en el terruño de quien por décadas fue su amiga y confidente. Cuando Velezzi falleció en Villa Ocampo, el pueblo lo acompañó a su última morada, su sepulcro se inundó de flores como fue su deseo.

A los días de su muerte, se presentaron dos señoritas provenientes de la Ciudad de México, no dijeron nada, varias personas las observaron llorando en el camposanto del lugar.

Así como llegaron se marcharon, sin decir ni una palabra, solo sus lágrimas acompañaron aquel montículo de tierra donde reposaban los restos de este gran mexicano, que quiso descansar en la tierra de quien alguna vez le tendió la mano franca. Posteriormente, fue del conocimiento popular que habían sido sus alumnas en la Escuela Nacional de Danza.

Hace algunos años, la bailarina Patricia Aulestia le dedicó algunas páginas en un ensayo, para destacar su importancia y aportación a la danza mexicana, entresaco de su trabajo parte de la brillante labor dancística de Velezzi.

Enrique Vela Quintero nació en 1908 en la Ciudad de México. A los 7 años de edad aprendió diferentes danzas españolas, como la jota aragonesa, sevillana y fandangos asturianos, gracias a su estrecha convivencia con algunas familias de origen español especializándose inicialmente con las castañuelas.

Al concluir sus estudios básicos, ingresó a la Academia de Comercio, además de estudiar alternamente en la Escuela Superior Nocturna de Música, dependiente del Conservatorio Nacional. Su pasión por las artes lo orientó a tomar clases con la prestigiada bailarina italiana Amelia Costa y la bailarina persa, Armen Ohanian, hasta inmiscuirlo a la esfera artística de la danza, la actuación y declamación.

En 1925, Enrique Vela, audicionó ante los directores de danza Andreas Pavley y Serge Oukrainsky, siendo aprobado por ellos y de esa manera ingresa oficialmente a la Escuela Ballet del grupo oficial de la “Chicago Civic Opera” en su temporada en México, formando parte de la “Primera Compañía Americana de Ballet”. Su talento y destreza dancística por diversas ciudades de la Unión Americana, trajo consigo el seudónimo de “Velezzi”, en una de sus giras en la Ciudad de Boston, Massachusetts. En 1928, concluyó su temporada en esa agrupación.

A finales de 1928, debutó en el teatro Iris de la Ciudad de México con su cuadro infantil de ballet. Durante algún tiempo se desempeñó como maestro de danza de ballet, acrobacia y bailes mexicanos. En 1931, es nombrado profesor de la Escuela “Ignacio Manuel Altamirano” y “Benito Juárez García”, dependiente de la Secretaría de Educación Pública.

Ese año de 1931, la SEP aprobó la creación de un grupo de danza, alternando como primera figura en el Ballet “Árbol” al lado de Nellie y Gloria Campobello, con la coreografía de Hipólito Zybín.

De 1933 a 1940, dirigió su propia academia de danza particular, como resultado de su labor, se presentó en diversos escenarios públicos de la talla del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México. En 1938, reingresó como docente en la Escuela Nacional de Danza, impartiendo la cátedra de Ballet Clásico, Calistenia, Ballet Español, Baile Internacional, Baile Regional, Historia y Teoría de la Danza.

Dentro de sus alumnos destacan Amalia Hernández, Rosa Reyna, Roberto Ximénez, Socorro Bastida, Gloria Albert, Lupe Serrano, Felipe Segura, Roberto Iglesias, Sonia Castañeda, Sonia Amelio, Martha Pimentel y Eva María Ortiz.

Fue autor de diversas coreografías presentadas por la “Escuela Nacional de Danza” y el “Ballet de la Ciudad de México”, descollando entre ellas, las versiones de “Scheherazade”, “Capricho Español”, “El Sombrero de Tres Picos”, “Coppelia”, “El Cascanueces”, “Bodas de Aurora”, ”El Amor Brujo” , “El Lago de los Cisnes”, “El 30-30” entre otras obras de creatividad personal como “Impresiones Orientales”, “En un Harem Persa”, “Ballet Español” y “Tandis mutandis”. Falleció en Villa Ocampo, Durango en 1990, y sepultado en el panteón municipal del lugar.