/ viernes 10 de abril de 2020

¿Quién mato a Jesus?

¿Acaso fue Judas? Recibió el mismo lavamiento de pies y comió del mismo plato, pero la codicia ya había entrado en el discípulo quien no alcanzó a dimensionar el alto costo de su error y lo pagó con suicidio. Treinta monedas de plata fue el precio del soborno para entregar al maestro. Fue responsable de la traición. Pero no fue el Iscariote quien mató a Jesús.

¿Acaso fue Caifás? El sumo sacerdote llevó adelante un juicio sin garantías, con testigos falsos y un proceso apresurado. Abusó de su posición y deshonró su investidura. Se arrogó el poder de acusar al inocente. Denigró siglos de tradición sin saber que estaba evidenciando la realidad de que la religión no puede salvarnos. Pero Caifás no mató a Jesús.

¿Acaso fue Pilato? El gobernador en turno creyó que podía congraciarse con la multitud, pero los principales religiosos habían convencido a ésta de soltar a Barrabás. No pudo con esa jugada política. Además desoyó la voz de su esposa y optó por “lavarse las manos”, transfiriendo al pueblo una responsabilidad que le competía. Pero Pilato no mató a Jesús.

¿Acaso fue el pueblo? Los mismos que hace una semana recibían a Jesús con palmas y exclamaciones de alabanza, ahora gritan: “¡crucifícale!”. La “turba” cae en la tentación de ejercer el poder y lo hace mal: sueltan al culpable y crucifican al inocente. Por si fuera poco se jacta de su responsabilidad y la hereda para con sus hijos. Con todo, no fue el pueblo quien mató a Jesús…

¿Acaso fue el centurión? Los soldados también se burlaron y lo maltrataron hasta más no poder: corona de espinas, escupidas, burlas, patadas. Cuando expiró, hubo tinieblas a plena luz del día; muertos resucitados que predicaron a sus parientes y el velo del templo se rasgó en dos. Fue el capitán romano el encargado de firmar con su declaración el certificado de defunción: ¡verdaderamente este era Hijo de Dios! Pero el centurión tampoco mató a Jesús.

Entonces… ¿Quién mató a Jesús? Todos y ninguno de estos. Porque Él mismo dice que entregó su vida por amor a nosotros. Así lo registra el evangelio de Juan: "El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre." (Juan 10:17-18 DHH)

En la cruz, Jesús cumplió con la justicia divina y pagó el precio de nuestra libertad. Por eso, ¡al tercer día se levantó triunfante! Si creemos en Él podemos ser libres del poder del pecado y del miedo a la muerte, y de la tiranía de los poderes de este mundo que “creyeron” matar a Jesús.

En esta Semana Santa que nos quedaremos en casa, ¡te invito a que celebres una pascua diferente, una de verdad! Si aún no lo has hecho, recibe a Jesús como tu único y suficiente Salvador, arrepiéntete de tus pecados, deja que marque el dintel de tu corazón con Su sangre, y que sea el Señor de tu vida y de tu familia. ¡Felices Pascuas!

¿Acaso fue Judas? Recibió el mismo lavamiento de pies y comió del mismo plato, pero la codicia ya había entrado en el discípulo quien no alcanzó a dimensionar el alto costo de su error y lo pagó con suicidio. Treinta monedas de plata fue el precio del soborno para entregar al maestro. Fue responsable de la traición. Pero no fue el Iscariote quien mató a Jesús.

¿Acaso fue Caifás? El sumo sacerdote llevó adelante un juicio sin garantías, con testigos falsos y un proceso apresurado. Abusó de su posición y deshonró su investidura. Se arrogó el poder de acusar al inocente. Denigró siglos de tradición sin saber que estaba evidenciando la realidad de que la religión no puede salvarnos. Pero Caifás no mató a Jesús.

¿Acaso fue Pilato? El gobernador en turno creyó que podía congraciarse con la multitud, pero los principales religiosos habían convencido a ésta de soltar a Barrabás. No pudo con esa jugada política. Además desoyó la voz de su esposa y optó por “lavarse las manos”, transfiriendo al pueblo una responsabilidad que le competía. Pero Pilato no mató a Jesús.

¿Acaso fue el pueblo? Los mismos que hace una semana recibían a Jesús con palmas y exclamaciones de alabanza, ahora gritan: “¡crucifícale!”. La “turba” cae en la tentación de ejercer el poder y lo hace mal: sueltan al culpable y crucifican al inocente. Por si fuera poco se jacta de su responsabilidad y la hereda para con sus hijos. Con todo, no fue el pueblo quien mató a Jesús…

¿Acaso fue el centurión? Los soldados también se burlaron y lo maltrataron hasta más no poder: corona de espinas, escupidas, burlas, patadas. Cuando expiró, hubo tinieblas a plena luz del día; muertos resucitados que predicaron a sus parientes y el velo del templo se rasgó en dos. Fue el capitán romano el encargado de firmar con su declaración el certificado de defunción: ¡verdaderamente este era Hijo de Dios! Pero el centurión tampoco mató a Jesús.

Entonces… ¿Quién mató a Jesús? Todos y ninguno de estos. Porque Él mismo dice que entregó su vida por amor a nosotros. Así lo registra el evangelio de Juan: "El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre." (Juan 10:17-18 DHH)

En la cruz, Jesús cumplió con la justicia divina y pagó el precio de nuestra libertad. Por eso, ¡al tercer día se levantó triunfante! Si creemos en Él podemos ser libres del poder del pecado y del miedo a la muerte, y de la tiranía de los poderes de este mundo que “creyeron” matar a Jesús.

En esta Semana Santa que nos quedaremos en casa, ¡te invito a que celebres una pascua diferente, una de verdad! Si aún no lo has hecho, recibe a Jesús como tu único y suficiente Salvador, arrepiéntete de tus pecados, deja que marque el dintel de tu corazón con Su sangre, y que sea el Señor de tu vida y de tu familia. ¡Felices Pascuas!

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