/ domingo 7 de abril de 2024

Dichosos nosotros

”Ocho días después, los discípulos estaban juntos de nuevo, y esa vez Tomás se encontraba con ellos. Las puertas estaban bien cerradas; pero de pronto, igual que antes, Jesús estaba de pie en medio de ellos y dijo: «La paz sea con ustedes». Entonces le dijo a Tomás: —Pon tu dedo aquí y mira mis manos; mete tu mano en la herida de mi costado. Ya no seas incrédulo. ¡Cree! —¡Mi Señor y mi Dios! —exclamó Tomás. Entonces Jesús le dijo: —Tú crees porque me has visto; benditos son los que creen sin verme.“ (Juan‬ ‭20‬:‭26‬-‭29‬ ‭NTV‬‬)

Tomás era el analítico del grupo. El necesitaba una explicación para todo como lo muestran otros pasajes del mismo evangelio. Pero a la vez era valiente y decidido. El no estaba presente cuando Jesús se había aparecido a sus discípulos en el aposento la primera vez. Así que a los ocho días Jesús se aparece nuevamente para satisfacer el sincero y atrevido requerimiento de Tomás: tocar sus manos y pies horadados por los clavos y su costado por la lanza.

Pudiéramos estar pensando: “¡Qué irrespetuoso! ¿Cómo se atreve a semejante cosa?” Pero Jesús no se molestó. Porque Tomás fue osado, e hizo lo que muchos del grupo no se atrevieron a hacer aquella primera vez. Tomás desenmascaró la necesidad de tener una prueba palpable, contundente, para todas las generaciones venideras, de que la resurrección había sido era real. El la tuvo, y todos los demás discípulos participaron del beneficio de su “aparente incredulidad”. Luego cayó rendido a los pies de Jesús, y exclamó ¡Señor Mío y Dios mío! Una de las declaraciones de fe más contundentes de todos los tiempos.

Pudiéramos pensar nosotros “¡Que privilegiado Tomás que tuvo esa experiencia!” Pero esa es una bienaventuranza que corresponde a otro grupo según el mismo Jesús: “…benditos son los que creen sin verme”. Ahí estamos nosotros, los millones de cristianos, de todas las latitudes, naciones y expresiones culturales, a través de más de dos mil años de historia que hemos creído sin verle, con los ojos naturales, porque en realidad sí le hemos visto, como dice Marcos Vidal: “Pero no he visto a nadie como Tu, No he conocido a nadie como Tu, Que sabiendo que soy como, Soy me quisiera salvar por amor”. ¡Dichosos nosotros!


leonardolombar@gmail.com

”Ocho días después, los discípulos estaban juntos de nuevo, y esa vez Tomás se encontraba con ellos. Las puertas estaban bien cerradas; pero de pronto, igual que antes, Jesús estaba de pie en medio de ellos y dijo: «La paz sea con ustedes». Entonces le dijo a Tomás: —Pon tu dedo aquí y mira mis manos; mete tu mano en la herida de mi costado. Ya no seas incrédulo. ¡Cree! —¡Mi Señor y mi Dios! —exclamó Tomás. Entonces Jesús le dijo: —Tú crees porque me has visto; benditos son los que creen sin verme.“ (Juan‬ ‭20‬:‭26‬-‭29‬ ‭NTV‬‬)

Tomás era el analítico del grupo. El necesitaba una explicación para todo como lo muestran otros pasajes del mismo evangelio. Pero a la vez era valiente y decidido. El no estaba presente cuando Jesús se había aparecido a sus discípulos en el aposento la primera vez. Así que a los ocho días Jesús se aparece nuevamente para satisfacer el sincero y atrevido requerimiento de Tomás: tocar sus manos y pies horadados por los clavos y su costado por la lanza.

Pudiéramos estar pensando: “¡Qué irrespetuoso! ¿Cómo se atreve a semejante cosa?” Pero Jesús no se molestó. Porque Tomás fue osado, e hizo lo que muchos del grupo no se atrevieron a hacer aquella primera vez. Tomás desenmascaró la necesidad de tener una prueba palpable, contundente, para todas las generaciones venideras, de que la resurrección había sido era real. El la tuvo, y todos los demás discípulos participaron del beneficio de su “aparente incredulidad”. Luego cayó rendido a los pies de Jesús, y exclamó ¡Señor Mío y Dios mío! Una de las declaraciones de fe más contundentes de todos los tiempos.

Pudiéramos pensar nosotros “¡Que privilegiado Tomás que tuvo esa experiencia!” Pero esa es una bienaventuranza que corresponde a otro grupo según el mismo Jesús: “…benditos son los que creen sin verme”. Ahí estamos nosotros, los millones de cristianos, de todas las latitudes, naciones y expresiones culturales, a través de más de dos mil años de historia que hemos creído sin verle, con los ojos naturales, porque en realidad sí le hemos visto, como dice Marcos Vidal: “Pero no he visto a nadie como Tu, No he conocido a nadie como Tu, Que sabiendo que soy como, Soy me quisiera salvar por amor”. ¡Dichosos nosotros!


leonardolombar@gmail.com

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