/ lunes 8 de enero de 2024

Tres Durangos

La luz del día de año nuevo siempre es un reflejo cándido que se expande como un espejo en las ciudades. Enero es así, está hecho de viento y de nieve, inaugural y repleto de deseos renovados para los buenos comienzos. Una casa soñada en Durango puede tener muchas ventanas que dan al cielo que tocan las ramas de un nogal, con un pájaro carpintero que llega a estos días primeros del año huyendo del silencio gélido de la sierra madre occidental, de muchos lugares del municipio de Guanaceví donde reciben las tormentas invernales del color blanco.

Mirar en enero por una ventana de la ciudad mexicana de Durango ofrece una invitación a recorrer sus calles con las luces más nuevas. En el centro histórico de la Nueva Vizcaya, las orillas de las distintas plazas congregan a los puestos de comida que son tradición para los comensales de toda hora y condición. Hay familias tepehuanas que se reúnen en las bancas de Baca Ortiz, con sus cedros centenarios, para compartir los rayos del mediodía. Esta ciudad con tradición de western cinematográfico tiene en el viento a uno de sus símbolos más reconocibles, Durango es muy grande, cuenta con 123.451 kilómetros cuadrados, es más grande que Portugal, y en sus carreteras más antiguas se ven pasar las bolas de matojos de cardo que atraviesan la carretera como un signo del transcurso del viento, se conocen como rodamundo o estepicursor, nadie sabe de donde provienen y cuál es su destino, igual que la nieve.

El frío de enero cuando llega se hace sentir con un peso de siglos, Boreas en la mitología griega era el dios amigo de los caballos, por eso se identifica muchas veces la velocidad de un corcel con las rachas del viento más huracanado, el mismo que silba a esta misma hora en muchas ventanas de Colorado. En la Durango del norte extremo, hay doce pulgadas de nieve que se anunciaron por el Herald, en las cuencas de los ríos Ánimas y San Juan, incluyendo Durango, Bayfield y Pagosa Springs. El viento norteamericano se redobla en las laderas y los prados de Horse Gulch, un lugar mágico que abarca 1,519 acres, con 57,2 millas de senderos naturales, allí se encuentra la Quebrada del Caballo. Boreas, el dios griego, si fuera un vecino más de la ciudad estadounidense, se haría embajador voluntario con los muchos amigos que invitan a recorrer los senderos naturales de Durango Mesa Park. La nieve a veces se convierte en avalancha, como un torrente de luz que se aleja hacia ningún lugar, así sucede entre Wolf Creek Pass y Molas Lake, la naturaleza se vuelve incómoda y los pastos verdes quedan bajo el blanco más esplendoroso, como una huella extraña que camina hacia la primavera por venir.

En Euskal Herria, en el Duranguesado vasco, el año nuevo se tiñe de la misma luz que trenza ermitas y puentes. Cada caserío, llamado baserri en lengua euskera, reluce bajo el sol del aguanieve, como pasado por el velo arcaico de miles y miles de lunas. Allí las horas de Mapimí, pueblo mágico mexicano, son el otro extremo de una misma ciudad donde la casa soñada invita a mirar por la ventana, para imaginar senderos que se unen por una predestinación del viento, igual que los mapas de las estrellas.

En estas fechas del año nuevo, hay vecinos de la Vieja Vizcaya que se reúnen también para seguir los pasos de Boreas, en la llamada “Ermitak Bide Durangaldea Bizi”, un club alpino convoca a los caminantes de los kilómetros hiperbóreos que seguirán en estos días las luces del mediodía que bordea el cementerio de Zelaieta, en dirección a Keixperri, en Gaztelua, hasta llegar a lugares de nombres pretéritos como Aramiño o Argiñeta, donde hay una necrópolis con sepulcros. Y hasta una fuente de aguas sulfurosas, “Uratsa”, podrá ser vista durante el camino, ideal para imaginar desde la ventana de una casa soñada de las tres Durangos este mismo enero providencial, con su viento unido por la luz de los amaneceres de la cima de Arteagabaso en Euskadi, las nieves árticas de la céntrica Main Avenue de Colorado y los nidos del pájaro carpintero, en las alamedas mexicanas que llevan hacia San Juan de Analco, voz náhuatl que quiere decir, al otro lado del río, across the river, ibaian zehar.

La luz del día de año nuevo siempre es un reflejo cándido que se expande como un espejo en las ciudades. Enero es así, está hecho de viento y de nieve, inaugural y repleto de deseos renovados para los buenos comienzos. Una casa soñada en Durango puede tener muchas ventanas que dan al cielo que tocan las ramas de un nogal, con un pájaro carpintero que llega a estos días primeros del año huyendo del silencio gélido de la sierra madre occidental, de muchos lugares del municipio de Guanaceví donde reciben las tormentas invernales del color blanco.

Mirar en enero por una ventana de la ciudad mexicana de Durango ofrece una invitación a recorrer sus calles con las luces más nuevas. En el centro histórico de la Nueva Vizcaya, las orillas de las distintas plazas congregan a los puestos de comida que son tradición para los comensales de toda hora y condición. Hay familias tepehuanas que se reúnen en las bancas de Baca Ortiz, con sus cedros centenarios, para compartir los rayos del mediodía. Esta ciudad con tradición de western cinematográfico tiene en el viento a uno de sus símbolos más reconocibles, Durango es muy grande, cuenta con 123.451 kilómetros cuadrados, es más grande que Portugal, y en sus carreteras más antiguas se ven pasar las bolas de matojos de cardo que atraviesan la carretera como un signo del transcurso del viento, se conocen como rodamundo o estepicursor, nadie sabe de donde provienen y cuál es su destino, igual que la nieve.

El frío de enero cuando llega se hace sentir con un peso de siglos, Boreas en la mitología griega era el dios amigo de los caballos, por eso se identifica muchas veces la velocidad de un corcel con las rachas del viento más huracanado, el mismo que silba a esta misma hora en muchas ventanas de Colorado. En la Durango del norte extremo, hay doce pulgadas de nieve que se anunciaron por el Herald, en las cuencas de los ríos Ánimas y San Juan, incluyendo Durango, Bayfield y Pagosa Springs. El viento norteamericano se redobla en las laderas y los prados de Horse Gulch, un lugar mágico que abarca 1,519 acres, con 57,2 millas de senderos naturales, allí se encuentra la Quebrada del Caballo. Boreas, el dios griego, si fuera un vecino más de la ciudad estadounidense, se haría embajador voluntario con los muchos amigos que invitan a recorrer los senderos naturales de Durango Mesa Park. La nieve a veces se convierte en avalancha, como un torrente de luz que se aleja hacia ningún lugar, así sucede entre Wolf Creek Pass y Molas Lake, la naturaleza se vuelve incómoda y los pastos verdes quedan bajo el blanco más esplendoroso, como una huella extraña que camina hacia la primavera por venir.

En Euskal Herria, en el Duranguesado vasco, el año nuevo se tiñe de la misma luz que trenza ermitas y puentes. Cada caserío, llamado baserri en lengua euskera, reluce bajo el sol del aguanieve, como pasado por el velo arcaico de miles y miles de lunas. Allí las horas de Mapimí, pueblo mágico mexicano, son el otro extremo de una misma ciudad donde la casa soñada invita a mirar por la ventana, para imaginar senderos que se unen por una predestinación del viento, igual que los mapas de las estrellas.

En estas fechas del año nuevo, hay vecinos de la Vieja Vizcaya que se reúnen también para seguir los pasos de Boreas, en la llamada “Ermitak Bide Durangaldea Bizi”, un club alpino convoca a los caminantes de los kilómetros hiperbóreos que seguirán en estos días las luces del mediodía que bordea el cementerio de Zelaieta, en dirección a Keixperri, en Gaztelua, hasta llegar a lugares de nombres pretéritos como Aramiño o Argiñeta, donde hay una necrópolis con sepulcros. Y hasta una fuente de aguas sulfurosas, “Uratsa”, podrá ser vista durante el camino, ideal para imaginar desde la ventana de una casa soñada de las tres Durangos este mismo enero providencial, con su viento unido por la luz de los amaneceres de la cima de Arteagabaso en Euskadi, las nieves árticas de la céntrica Main Avenue de Colorado y los nidos del pájaro carpintero, en las alamedas mexicanas que llevan hacia San Juan de Analco, voz náhuatl que quiere decir, al otro lado del río, across the river, ibaian zehar.

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