/ martes 14 de mayo de 2019

Triunfo electoral no es cuestión de casualidad sino de dignidad

Para llegar al conocimiento de la verdad hay un camino sencillamente humano y singular a la vez: la humildad.

De ahí que no debemos asumir aires de grandeza, pues pocas cosas sacan de quicio con mayor frecuencia como el de aparentar una imagen de suficiencia, de sabiduría suprema, de indiscutible superioridad. Es más grato ser humildes; en la humildad se encuentra la verdadera grandeza.

Para tratar de ser una buena persona es preciso tener siempre desarrolladas las cualidades del amor, la modestia y la humildad y, no juzgar solamente porque se tenga tales virtudes sino fundamentalmente por la manera de practicarlas.

Todo alabo que no va seguido de los hechos, de una razón, no tiene valor alguno. Cuántas veces se arrepiente uno de haber hablado pero muy poco de haber callado. Una persona cabalmente honesta hace de su vida lo mejor y sanamente que puede, sin importarle lo que piensen los demás.

El verdadero honor es ser justo. Si nos desestimamos u odiamos es porque no nos comprendemos y, no nos entendemos porque no hemos tomado la decisión de conocernos. Dios ama a los que dominan su cólera, a los indulgentes (que tienen capacidad de perdonar) y a los que cultivan la caridad (el amor, la misericordia, la piedad, la compasión). La ingratitud es hija de la soberbia y hermana de la traición.

Cada persona es un sujeto, no un objeto o instrumento que se usa al capricho de deshonestos. Una persona vale por lo que es, no por lo que tiene o sabe y, merece ser respetada, comprendida y reconocida en su labor. La palabra persona significa dignidad.

En la vida podemos caer, pero el error no está en desplomarse, sino en la falta de valor para soportar el golpe, levantarse y con decisión y entereza comenzar de nuevo. La vida, para poderla entender, hay que saber vivirla. Persona que se levanta, es más grande aún, que aquella que no ha caído. Nunca nos demos por vencidos si sentimos que podemos seguir luchando.

La vida no es un día de fiesta ni un día de luto, sino un día de trabajo y de amor. Porque amar es participar con el espíritu, es dialogar, es poner en común lo que se piensa, lo que se espera, incluso lo que se teme. Amor es hablar con la verdad y sin ánimos de ofender. Amor es luchar juntos, avanzar juntos y madurar juntos, pero también sufrir juntos.

El amor hay que alimentarlo, cuidarlo como se cuida una semilla que se arroja al surco para que crezca y se desarrolle, florezca y se convierta en espiga dorada. Sea lo que sea, lo que la vida nos ha dado es solamente un préstamo; por eso lo que hagamos, que sea sinceramente guiados por nuestra conciencia.

Las oportunidades, al igual que el hierro, hay que martillarlas en caliente; pues quien tiene una oportunidad y no la aprovecha, después sucede que se arrepiente. No tengamos miedo al futuro ni lloremos por el pasado, que el tiempo puede cambiar a los humanos, pero los humanos no podemos cambiar el tiempo. La vida es una constante batalla entre el amor y el odio. No rehuyamos la lucha cuando se trata de perseverar el derecho y la dignidad humana.

Sólo así podremos congratularnos de pertenecer a la humanidad. Tener fuerza de voluntad es necesario para cumplir bien con nuestros deberes. Amemos a nuestros prójimos por lo que son, pensando siempre en su bien. Para lograr la plenitud es suficiente tener algo que hacer, alguien a quien amar y algo que desear. Hay que ver siempre oportunidades.

Ahora bien, tomando en consideración el momento que estamos viviendo con las campañas electorales y el esperado nombramiento del próximo presidente municipal, podemos asegurar que ya quedó atrás la época en que la arrogancia, la altivez y el orgullo, eran apreciaciones indispensables en un político. Por el contrario, las circunstancias actuales y el avance de la sociedad demandan del candidato sencillez para acercarse a su gente, humildad para crear compromisos; así como hablar con la verdad y cumplir generosamente con lo que promete.

Al referirme a estas cualidades, pretendo también señalar que debe tener una mentalidad abierta para reconocer sus errores, aceptarlos y mejorar cada día su responsabilidad. Sólo así logrará el respeto y la confianza de sus seguidores. La empatía y la simpatía son indispensables para lograr la excelencia en un liderazgo.

Un buen líder considera los problemas y los conflictos como oportunidades para demostrar su capacidad e ir superándose. La sinceridad, la justicia y la lealtad son primordiales en su personalidad. La justicia es la virtud que se inclina a dar a cada quien lo que le pertenece. El respeto y la admiración de los subordinados están en relación directa con la imparcialidad que haya en el liderazgo. Un buen político tiene la aptitud para encontrar el lado positivo de toda situación, confiando en el futuro y en su gente, así como aprendiendo de los fracasos y de sus errores. La ignorancia se nota más, hablando que escuchando.

En un debido movimiento electoral es conveniente apreciar que la oposición está enfrente, en cambio el enemigo está detrás. El pasado no es precisamente lo que interesa sino lo que ahora es y lo que se ha decidido ser. No seamos nosotros mismos los que argumentamos y alabemos nuestros actos, sino que sean nuestros hechos los que demuestren nuestras acciones.

La confianza en sí mismo es la primera condición de las grandes conquistas. Y que no se olvide que los aduladores tienen apariencia de amigos, como los lobos tienen apariencia de perros. De nada podemos sacar más provecho que de la prudencia y de un consejo sabio. Una persona idealista ayuda a otra igual a ser próspera.

El primer paso para que un niño tenga una buena educación moral, es que en su casa haya un verdadero amor familiar. La familia es la primera escuela de las virtudes. No consideremos el estudio como un deber, más bien como una oportunidad para entrar en el bello y maravilloso mundo del saber.