/ domingo 29 de noviembre de 2020

Una barbarie, la violencia contra las mujeres

El miércoles anterior se conmemoró el Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, motivo por el cual se abrió un amplio análisis en la opinión pública y el sector académico sobre este fenómeno sociológico criminal que muestra un alto grado de descomposición de la relación en la necesaria cohabitación de los dos géneros; desafortunadamente es la mujer la víctima de un comportamiento poco razonable del sexo masculino. Cuando creemos que la norma jurídica nos iguala, que los avances legislativos, los tratados y las políticas públicas de los Estados nacionales y locales pueden detener la constante agresión, nos damos cuenta que la realidad rebasa estos esfuerzos.

Son innumerables casos los que han estremecido al mundo sobre la violencia contra las mujeres, en los que se manifiesta una agresividad tan inexplicable como irracional; a esta realidad no escapa México, en la que como sociedad tenemos un tarea urgente y delicada que atender, abordando el problema desde diversos matices: ampliar las acciones orientadas a hacer conciencia en la vida familiar y la convivencia social; implementar mecanismos eficaces de prevención; la denuncia y el castigo a los culpables de estas agresiones. La mira debe estar más alta a la que hoy nos enfocamos: visibilizar el problema; debemos ir más a fondo para consolidar los cimientos de la sociedad a fin de erradicar la triste realidad que nos golpea: 10 mujeres son asesinadas cada día en nuestro país, según las cifras oficiales, sin considerar la violencia contra ellas escondidas en el anonimato, ésta última sigue aumentando tras la sombra del confinamiento domiciliario.

El último informe del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, revela que de enero a octubre de este año hay 81 mil 919 víctimas mujeres, el 58.94% corresponde a lesiones dolosas, el resto lo constituyen delitos como tráfico y corrupción de menores, trata de personas, homicidio culposo, extorsión y feminicidio.

En esas cifras del espanto subyace otra realidad: la mayoría de los agresores conocen a sus víctimas y su círculo con el que conviven en el día a día, a pesar de lo cual -o quizá por ello- ejerce contra ellas violencia física, emocional, verbal, económica, patrimonial, entre otras que desembocan en muchos casos en el rostro más crudo: el feminicidio.

El círculo íntimo de la vida de las mujeres revela cifras alarmantes: a nivel global, 243 millones de mujeres adultas y adolescentes entre 15 y 49 años -casi la población total de Estados Unidos, uno de los países más poblados del planeta- han sido víctimas de violencia física y/o sexual a manos de su pareja; 137 mujeres son asesinadas a diario en el mundo por un miembro de su familia. A pesar de estas cifras de espanto, menos del 40% de las mujeres que sufren violencia buscan algún tipo de ayuda; menos del 10% de quienes lo hacen, recurren a los cuerpos policiacos, circunstancia que coadyuva a que prevalezca la impunidad.

En este contexto de por sí adverso, hay otro agravante: la pandemia del COVID-19 emerge y ahonda las vulnerabilidades sistémicas de las que las mujeres han intentado emanciparse desde hace décadas: la desigualdad social y económica que ayuda a fortalecer el yugo de los agresores.

Las repercusiones de la pandemia, aunque han significado desventajas para todos los sectores de la población, para las mujeres implica un retroceso que podría tardar décadas de recuperación al no haber políticas públicas suficientes ni un andamiaje institucional que las ayude a reponerse e incorporarse a las tareas productivas donde ellas cada vez más contribuyen a elevar la producción y el bienestar.

Para ONU-Mujeres la violencia crece en estos tiempos de pandemia con mayor estrés, falta de empleo, disminución de ingresos, inseguridad alimentaria, así como la convivencia constante con sus agresores; con todo ello, las mujeres ven aumentar los obstáculos para salir del círculo violento que las asfixia. Aún así, no dejan de intentar avanzar en todos los ámbitos: educativo, laboral, social y familiar para hacer de su entorno más cordial.

Es momento de acentuar el impulso para delinear una sociedad humanista, la que mediante una educación integral que conduzca a la formación de la persona en toda su complejidad, que propicie el aumento de los estándares de tolerancia, que provoque un entendimiento basado en valores universales inmanentes como la fraternidad, el respeto, la comprensión, el comportamiento ético, moral y la solidaridad permanente.

La solución no está en los discursos ni los días conmemorativos, sino en las respuestas: educación, salud, igualdad social, refugios, estancias infantiles, esquemas productivos y sobre todo, Estado de derecho y un tejido social que encamine las aspiraciones de todas.

Recordemos las palabras de Simone de Beauvoir: “Le cortan las alas y luego la culpan por no saber volar”.

El miércoles anterior se conmemoró el Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, motivo por el cual se abrió un amplio análisis en la opinión pública y el sector académico sobre este fenómeno sociológico criminal que muestra un alto grado de descomposición de la relación en la necesaria cohabitación de los dos géneros; desafortunadamente es la mujer la víctima de un comportamiento poco razonable del sexo masculino. Cuando creemos que la norma jurídica nos iguala, que los avances legislativos, los tratados y las políticas públicas de los Estados nacionales y locales pueden detener la constante agresión, nos damos cuenta que la realidad rebasa estos esfuerzos.

Son innumerables casos los que han estremecido al mundo sobre la violencia contra las mujeres, en los que se manifiesta una agresividad tan inexplicable como irracional; a esta realidad no escapa México, en la que como sociedad tenemos un tarea urgente y delicada que atender, abordando el problema desde diversos matices: ampliar las acciones orientadas a hacer conciencia en la vida familiar y la convivencia social; implementar mecanismos eficaces de prevención; la denuncia y el castigo a los culpables de estas agresiones. La mira debe estar más alta a la que hoy nos enfocamos: visibilizar el problema; debemos ir más a fondo para consolidar los cimientos de la sociedad a fin de erradicar la triste realidad que nos golpea: 10 mujeres son asesinadas cada día en nuestro país, según las cifras oficiales, sin considerar la violencia contra ellas escondidas en el anonimato, ésta última sigue aumentando tras la sombra del confinamiento domiciliario.

El último informe del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, revela que de enero a octubre de este año hay 81 mil 919 víctimas mujeres, el 58.94% corresponde a lesiones dolosas, el resto lo constituyen delitos como tráfico y corrupción de menores, trata de personas, homicidio culposo, extorsión y feminicidio.

En esas cifras del espanto subyace otra realidad: la mayoría de los agresores conocen a sus víctimas y su círculo con el que conviven en el día a día, a pesar de lo cual -o quizá por ello- ejerce contra ellas violencia física, emocional, verbal, económica, patrimonial, entre otras que desembocan en muchos casos en el rostro más crudo: el feminicidio.

El círculo íntimo de la vida de las mujeres revela cifras alarmantes: a nivel global, 243 millones de mujeres adultas y adolescentes entre 15 y 49 años -casi la población total de Estados Unidos, uno de los países más poblados del planeta- han sido víctimas de violencia física y/o sexual a manos de su pareja; 137 mujeres son asesinadas a diario en el mundo por un miembro de su familia. A pesar de estas cifras de espanto, menos del 40% de las mujeres que sufren violencia buscan algún tipo de ayuda; menos del 10% de quienes lo hacen, recurren a los cuerpos policiacos, circunstancia que coadyuva a que prevalezca la impunidad.

En este contexto de por sí adverso, hay otro agravante: la pandemia del COVID-19 emerge y ahonda las vulnerabilidades sistémicas de las que las mujeres han intentado emanciparse desde hace décadas: la desigualdad social y económica que ayuda a fortalecer el yugo de los agresores.

Las repercusiones de la pandemia, aunque han significado desventajas para todos los sectores de la población, para las mujeres implica un retroceso que podría tardar décadas de recuperación al no haber políticas públicas suficientes ni un andamiaje institucional que las ayude a reponerse e incorporarse a las tareas productivas donde ellas cada vez más contribuyen a elevar la producción y el bienestar.

Para ONU-Mujeres la violencia crece en estos tiempos de pandemia con mayor estrés, falta de empleo, disminución de ingresos, inseguridad alimentaria, así como la convivencia constante con sus agresores; con todo ello, las mujeres ven aumentar los obstáculos para salir del círculo violento que las asfixia. Aún así, no dejan de intentar avanzar en todos los ámbitos: educativo, laboral, social y familiar para hacer de su entorno más cordial.

Es momento de acentuar el impulso para delinear una sociedad humanista, la que mediante una educación integral que conduzca a la formación de la persona en toda su complejidad, que propicie el aumento de los estándares de tolerancia, que provoque un entendimiento basado en valores universales inmanentes como la fraternidad, el respeto, la comprensión, el comportamiento ético, moral y la solidaridad permanente.

La solución no está en los discursos ni los días conmemorativos, sino en las respuestas: educación, salud, igualdad social, refugios, estancias infantiles, esquemas productivos y sobre todo, Estado de derecho y un tejido social que encamine las aspiraciones de todas.

Recordemos las palabras de Simone de Beauvoir: “Le cortan las alas y luego la culpan por no saber volar”.