/ miércoles 14 de julio de 2021

Balance de las elecciones pasadas

Tragicómicas. No encuentro mejor adjetivo para describir las elecciones del mes pasado. Cómicas, pero en su modalidad ridícula, por los vergonzosos espectáculos que los candidatos tuvieron que hacer para ganar la simpatía del electorado, cuando más bien lograron lo contrario, y el votante tuvo que tachar la boleta resignado.

Patéticos bailes, grotescas adaptaciones de canciones famosas para acoplarlas a su persona y eslóganes, declaraciones deliberadamente “polémicas” para generar ruido y buscar ser virales, fueron la constante, en sustitución de propuestas o la más mínima deliberación pública sobre los temas relevantes en nuestro país.

Viendo esos circos tan lamentables, hasta se extrañan los tiempos del político solemne, acartonado y falso, en comparación con estos numeritos que francamente dan pena ajena.

Trágicas, por la enorme cantidad de asesinatos, secuestros y amenazas que recibieron candidatos de todos los partidos y en todos los lugares. Uno solo de esos lamentables hechos, así ocurra en el lugar más alejado del mapa electoral, debería ser motivo no sólo para la indignación, sentimiento que ya perdimos los mexicanos, sino incluso para poner en entredicho la misma legitimidad de la democracia tal cual la vivimos.

Desde Calderón, pasando por Peña y ahora con AMLO, la idea de que todo hecho violento debe ser explicado con la muletilla “seguro andaba metido en algo”, o peor aún, “para qué competía, si no era el gallo del narco”, es muestra de la debilidad del Estado para garantizar una jornada electoral normal, si es que aún es posible distinguirlo de los grupos delictivos. Como en cada episodio electoral, se dijo que estas fueron “las elecciones más grandes de la historia”; y las más violentas, habría que añadir para completar correctamente la frase.

Pero no todo fue tragedia. Los conflictos postelectorales fueron menos y con más baja intensidad de lo que se esperaba. Ya es ganancia, por increíble que parezca decirlo así, que AMLO no haya desconocido los resultados allí donde le fueron adversos a su partido.

Todos ganaron algo y también perdieron otro tanto. Morena tuvo un avasallante triunfo en los estados, aunque perdió la mitad de la capital, bastión histórico de la “izquierda” (el entrecomillado es obligado), cuya derrota no ocurría desde hace 24 años. Por eso el coraje de AMLO con las clases medias, encono hace muchos años más o menos anunciado, pero ahora asumido a plenitud. Lo suyo son la clase baja y los ultra ricos, aquellos que antes eran de la mafia en el poder.

El PRIAN (qué alivio ya poder llamarlos así), más allá de su avance en CDMX, sólo puede presumir sus resultados por la vía negativa: logró que Morena y su coalición no tuvieran la mayoría calificada y que no ganaran todas las gubernaturas. Seguir perdiendo, pero perdiendo menos mal, es lo que parecen alardear con ese mediocre triunfalismo que no se antoja suficiente de cara a 2024.

MC, si bien exiguo su incremento en el número de curules en el Congreso, puede ser el peso que incline la balanza de un lado u otro a la hora de los forcejeos legislativos. Además, ya gobiernan los ricos estados de Jalisco y Nuevo León, lo que bien podría ser preámbulo para liderar una alianza regional que haga contrapeso al poderoso centralismo que aún detenta AMLO.

Triunfó el INE. No su presidente, sino los miles de funcionarios y ciudadanos que organizaron pulcramente la jornada electoral. A ellos AMLO no les otorgó ni un minuto de su misa matutina, tan concentrado en su cólera contra la clase media por no ser sumisa a su homilía. Claro, cree que la voluntad del pueblo solamente se encarna en él y que la democracia llegó junto con su victoria

Tragicómicas. No encuentro mejor adjetivo para describir las elecciones del mes pasado. Cómicas, pero en su modalidad ridícula, por los vergonzosos espectáculos que los candidatos tuvieron que hacer para ganar la simpatía del electorado, cuando más bien lograron lo contrario, y el votante tuvo que tachar la boleta resignado.

Patéticos bailes, grotescas adaptaciones de canciones famosas para acoplarlas a su persona y eslóganes, declaraciones deliberadamente “polémicas” para generar ruido y buscar ser virales, fueron la constante, en sustitución de propuestas o la más mínima deliberación pública sobre los temas relevantes en nuestro país.

Viendo esos circos tan lamentables, hasta se extrañan los tiempos del político solemne, acartonado y falso, en comparación con estos numeritos que francamente dan pena ajena.

Trágicas, por la enorme cantidad de asesinatos, secuestros y amenazas que recibieron candidatos de todos los partidos y en todos los lugares. Uno solo de esos lamentables hechos, así ocurra en el lugar más alejado del mapa electoral, debería ser motivo no sólo para la indignación, sentimiento que ya perdimos los mexicanos, sino incluso para poner en entredicho la misma legitimidad de la democracia tal cual la vivimos.

Desde Calderón, pasando por Peña y ahora con AMLO, la idea de que todo hecho violento debe ser explicado con la muletilla “seguro andaba metido en algo”, o peor aún, “para qué competía, si no era el gallo del narco”, es muestra de la debilidad del Estado para garantizar una jornada electoral normal, si es que aún es posible distinguirlo de los grupos delictivos. Como en cada episodio electoral, se dijo que estas fueron “las elecciones más grandes de la historia”; y las más violentas, habría que añadir para completar correctamente la frase.

Pero no todo fue tragedia. Los conflictos postelectorales fueron menos y con más baja intensidad de lo que se esperaba. Ya es ganancia, por increíble que parezca decirlo así, que AMLO no haya desconocido los resultados allí donde le fueron adversos a su partido.

Todos ganaron algo y también perdieron otro tanto. Morena tuvo un avasallante triunfo en los estados, aunque perdió la mitad de la capital, bastión histórico de la “izquierda” (el entrecomillado es obligado), cuya derrota no ocurría desde hace 24 años. Por eso el coraje de AMLO con las clases medias, encono hace muchos años más o menos anunciado, pero ahora asumido a plenitud. Lo suyo son la clase baja y los ultra ricos, aquellos que antes eran de la mafia en el poder.

El PRIAN (qué alivio ya poder llamarlos así), más allá de su avance en CDMX, sólo puede presumir sus resultados por la vía negativa: logró que Morena y su coalición no tuvieran la mayoría calificada y que no ganaran todas las gubernaturas. Seguir perdiendo, pero perdiendo menos mal, es lo que parecen alardear con ese mediocre triunfalismo que no se antoja suficiente de cara a 2024.

MC, si bien exiguo su incremento en el número de curules en el Congreso, puede ser el peso que incline la balanza de un lado u otro a la hora de los forcejeos legislativos. Además, ya gobiernan los ricos estados de Jalisco y Nuevo León, lo que bien podría ser preámbulo para liderar una alianza regional que haga contrapeso al poderoso centralismo que aún detenta AMLO.

Triunfó el INE. No su presidente, sino los miles de funcionarios y ciudadanos que organizaron pulcramente la jornada electoral. A ellos AMLO no les otorgó ni un minuto de su misa matutina, tan concentrado en su cólera contra la clase media por no ser sumisa a su homilía. Claro, cree que la voluntad del pueblo solamente se encarna en él y que la democracia llegó junto con su victoria