/ lunes 1 de agosto de 2022

El futuro del PRI

En las décadas de los 80 y 90 se escribieron centenares de libros y artículos referentes a la desaparición del PRI. Eran, claro, tiempos de la hegemonía del parido tricolor, pero su desprestigio iba creciendo en la opinión pública. La todavía marginal oposición empezaba a ganar alguna elección local y en no pocos países empezaron a derrocarse viejos sistemas dictatoriales y a transitar gradualmente a la democracia. Luego llegó el ominoso año 94, y tres años más tarde el partido oficial perdía por primera vez la mayoría en el Congreso. Lo demás es historia.

Pero creo que aquellos escritores, periodistas y académicos que hablaban sobre la inexorable extinción del PRI se referían más a esa institución como régimen que como partido propiamente hablando. Tuvieron razón quienes vaticinaron la llegada de la democracia a nuestro país, que por supuesto no ocurrió en 2018, ni tampoco en el 97 o en el 2000, porque la consolidación de un régimen democrático, por más defectuoso que sea, como es el caso nuestro, no se reduce a un episodio electoral particular, sino a diversos procesos y cambios sociales menos visibles que la llegada de tal o cual partido al poder.

Lo que no imaginaron algunos es que el PRI pudiera sobrevivir como un partido más dentro de la competencia democrática. Eso no quiere decir que como organización política haya dejado atrás sus viejas prácticas, continuadas por cierto por todos los partidos, pero es un hecho significativo que aceptara derrotas ahí donde esas viejas prácticas no podían contra la avalancha de votos, y que jugara el papel de opositor parlamentario a los gobiernos del PAN, hasta retomar el poder, ya en un contexto democrático, en el 2012.

Pasadas las elecciones de junio, y en puerta las del próximo año en Coahuila y el Estado de México (bastión electoral y simbólico del PRI), diversos analistas se preguntan sobre el futuro del partido que apenas hace cuatro años gobernaba el país y la mayoría de los estados, y ahora está al borde de perder el registro en algunos de ellos.

Algunos contestan a la cuestión diciendo que no está desapareciendo, sino migrando a Morena, dada la enorme cantidad de priistas que compiten abanderados por el partido en el poder, ya redimidos por el todopoderoso o por la dirigencia guinda. Pero ese es tema para otra columna.

Dudo de su inminente desaparición en el corto plazo. A pesar de sus derrotas electorales, tiene una intención de voto que hace difícil creer en su erradicación del mapa electoral. Además, si el cascajo que si no me falla la memoria se llama PRD sigue deambulando penosamente como el zombi que es, no veo por qué el PRI, con una base social arraigada por buenas o malas razones vaya a perecer pronto. El peor escenario que veo es que se convierta en un partido menor pero acomodaticio al poder en turno, al mejor estilo del PVEM.

El electorado tendrá sus razones para mantenerlo con vida, pero creo que ahí donde sigue ganando elecciones comete por lo menos un error de juicio, producto de la propaganda que impulsa el mismo partido. A saber, que a pesar de su demostrada eficacia para arrasar con las arcas públicas, se tenía una economía estable y abundaba la obra pública.

Pero lo que había era épocas de bonanza petrolera, cuyos dividendos por ley iban a caer en manos de los gobernadores, un arreglo fiscal permisivo para el despilfarro, y congresos locales serviles que aprobaban sin menor discusión deuda pública millonaria. Todo, con la anuencia de gobiernos federales panistas o priistas que preferían negociar o aliarse con los caciques locales. Esos tiempos se acabaron. La cruda realidad no tardará en imponerse.

Además, si el cascajo que si no me falla la memoria se llama PRD sigue deambulando penosamente como el zombi que es, no veo por qué el PRI, con una base social arraigada por buenas o malas razones vaya a perecer pronto. El peor escenario que veo es que se convierta en un partido menor pero acomodaticio al poder en turno, al mejor estilo del PVEM.

En las décadas de los 80 y 90 se escribieron centenares de libros y artículos referentes a la desaparición del PRI. Eran, claro, tiempos de la hegemonía del parido tricolor, pero su desprestigio iba creciendo en la opinión pública. La todavía marginal oposición empezaba a ganar alguna elección local y en no pocos países empezaron a derrocarse viejos sistemas dictatoriales y a transitar gradualmente a la democracia. Luego llegó el ominoso año 94, y tres años más tarde el partido oficial perdía por primera vez la mayoría en el Congreso. Lo demás es historia.

Pero creo que aquellos escritores, periodistas y académicos que hablaban sobre la inexorable extinción del PRI se referían más a esa institución como régimen que como partido propiamente hablando. Tuvieron razón quienes vaticinaron la llegada de la democracia a nuestro país, que por supuesto no ocurrió en 2018, ni tampoco en el 97 o en el 2000, porque la consolidación de un régimen democrático, por más defectuoso que sea, como es el caso nuestro, no se reduce a un episodio electoral particular, sino a diversos procesos y cambios sociales menos visibles que la llegada de tal o cual partido al poder.

Lo que no imaginaron algunos es que el PRI pudiera sobrevivir como un partido más dentro de la competencia democrática. Eso no quiere decir que como organización política haya dejado atrás sus viejas prácticas, continuadas por cierto por todos los partidos, pero es un hecho significativo que aceptara derrotas ahí donde esas viejas prácticas no podían contra la avalancha de votos, y que jugara el papel de opositor parlamentario a los gobiernos del PAN, hasta retomar el poder, ya en un contexto democrático, en el 2012.

Pasadas las elecciones de junio, y en puerta las del próximo año en Coahuila y el Estado de México (bastión electoral y simbólico del PRI), diversos analistas se preguntan sobre el futuro del partido que apenas hace cuatro años gobernaba el país y la mayoría de los estados, y ahora está al borde de perder el registro en algunos de ellos.

Algunos contestan a la cuestión diciendo que no está desapareciendo, sino migrando a Morena, dada la enorme cantidad de priistas que compiten abanderados por el partido en el poder, ya redimidos por el todopoderoso o por la dirigencia guinda. Pero ese es tema para otra columna.

Dudo de su inminente desaparición en el corto plazo. A pesar de sus derrotas electorales, tiene una intención de voto que hace difícil creer en su erradicación del mapa electoral. Además, si el cascajo que si no me falla la memoria se llama PRD sigue deambulando penosamente como el zombi que es, no veo por qué el PRI, con una base social arraigada por buenas o malas razones vaya a perecer pronto. El peor escenario que veo es que se convierta en un partido menor pero acomodaticio al poder en turno, al mejor estilo del PVEM.

El electorado tendrá sus razones para mantenerlo con vida, pero creo que ahí donde sigue ganando elecciones comete por lo menos un error de juicio, producto de la propaganda que impulsa el mismo partido. A saber, que a pesar de su demostrada eficacia para arrasar con las arcas públicas, se tenía una economía estable y abundaba la obra pública.

Pero lo que había era épocas de bonanza petrolera, cuyos dividendos por ley iban a caer en manos de los gobernadores, un arreglo fiscal permisivo para el despilfarro, y congresos locales serviles que aprobaban sin menor discusión deuda pública millonaria. Todo, con la anuencia de gobiernos federales panistas o priistas que preferían negociar o aliarse con los caciques locales. Esos tiempos se acabaron. La cruda realidad no tardará en imponerse.

Además, si el cascajo que si no me falla la memoria se llama PRD sigue deambulando penosamente como el zombi que es, no veo por qué el PRI, con una base social arraigada por buenas o malas razones vaya a perecer pronto. El peor escenario que veo es que se convierta en un partido menor pero acomodaticio al poder en turno, al mejor estilo del PVEM.