/ jueves 3 de septiembre de 2020

Los extremos se tocan

Que la sociedad mexicana está polarizada, es una verdad de Perogrullo. Y no lo es solamente porque así nos lo advierten con gravedad los opinadores profesionales, sino porque ese perenne encono entre dos bandos lo padecemos cotidianamente en grupos de Whatsapp o publicaciones de Facebook que se tornan en verdaderos concursos donde quien escriba más insultos con las peores ortografía y sintaxis posibles, se lleva el tan codiciado premio de recibir más likes.

Una de los pocos beneficios de la atroz e interminable pandemia es que ha reducido considerablemente las riñas de cantina que a menudo terminan en golpes y griterío, todo ello por defender o atacar al predicador en campaña perpetua, quien precisamente gana mientras más hostil sea la “conversación” (es inevitable entrecomillar) pública. Su triunfo no se explica sin esa división social, rasgo central del populismo, según nos informan los manuales del tema.

A manera de paréntesis: La cada vez más enardecida polarización es un fenómeno global, producto de la crisis del sistema neoliberal, si se quiere, o del auge del populismo, si así se le acomoda mejor. O quizá sea el encierro el que enciende los ánimos. Como sea, otros países viven también una guerra civil virtual, como España o Estados Unidos.

Pero la polarización, la división, el descrédito moral al que piense distinto, no es patrimonio exclusivo del presidente ni de sus seguidores. En el bando rival a ellos hay un sector de la sociedad cada vez más radicalizado. Puede o no identificarse con algún partido. Las siglas y la ideología es lo que menos importa cuando se trata de salvar a México del comunismo, nos advierten con vehemencia.

No se trata de aquel ciudadano desencantado y crítico de una gestión mediocre, sino un sector de la sociedad al que todo lo que huela a antilopezobradorismo merece ciega adhesión. Son poseedores de un discurso igual de esquemático del que se quejan. Su concepción del mundo, de la sociedad, de la economía, de la política es igualmente binaria y ramplona, porque no es más que una retahíla de sentencias y lugares comunes cuya única gracia es defender lo contrario de lo que diga o haga el presidente. La misma gata, pero revolcada.

Así, se les infla el pecho de orgullo de ser neoliberales. No tienen mucha idea de lo que eso significa y la verdad es que ni les interesa saberlo. No hay un balance histórico, alguna ponderación sobre los beneficios o perjuicios al país de ese periodo. Lo que importa es asumirse neoliberal, hablar del PIB (Producto Interno Bruto), los datos duros, la magia del libre mercado.

Ellos no lo saben, y por su salud mental mejor que ni se enteren, pero pocos tan neoliberales como López Obrador: Su desprecio a la burocracia, a la intermediación estatal, su aversión a endeudarse y a proponer la tan necesaria reforma fiscal que uno esperaría de un gobierno de izquierda. Las edades no terminan de cuadrar, pero juro que yo lo creo hijo de Thatcher y Reagan producto de alguna aventurilla en playa mexicana cuando venían a imponernos su milagroso modelo.

Esos ultras a los que hago referencia, que no llamaré ni derechistas ni conservadores porque quien nos gobierna tiene poco de izquierdista y casi nada de liberal, extrapolan su rijosidad antipejista hacia las guerras culturales, a las que consideran como un producto de una sociedad quejumbrosa e ignorante, la misma que llevó a López al poder y que se inventa terminajos como el racismo, el machismo o el clasismo.

Y así como Obrador y sus secuaces hacen gala de su desprecio a nociones básicas en temas económicos o jurídicos, por mencionar los casos más escandalosos, nuestros mesías neoliberales muestran su ignorancia de lo que las ciencias sociales dicen sobre esos temas. No importa la investigación de décadas, la contundente evidencia empírica que demuestra la enorme dificultad de sectores sociales histórica y estructuralmente marginados para acceder a los mismos derechos y beneficios que gozan otros segmentos de la sociedad privilegiados. No, nada de eso, son pretextos y necesidad de victimización, nos advierten los políticamente incorrectos. Todo está en el esfuerzo. “¿Qué no ven lo que yo he logrado?” nos espeta el teórico del echeleganismo.

Si todo se redujera a hacerles contrapeso en los circos virtuales a los coléricos defensores de López Obrador, podríamos tomarlos por tontos necesarios. Pero poco a poco se va extendiendo su influencia, amalgamando en la opinión sus peroratas, escuchándose cada vez más su llamado a la mano dura, a la derecha extrema que nos rescate del socialismo y la escasez. Un Felipe Calderón recargado, que no le tiemble la mano (síntoma recurrente en las duras resacas) para aplacar a los progres. Ya digámoslo de una vez, andan buscando un Bolsonaro mexicano.

Que la sociedad mexicana está polarizada, es una verdad de Perogrullo. Y no lo es solamente porque así nos lo advierten con gravedad los opinadores profesionales, sino porque ese perenne encono entre dos bandos lo padecemos cotidianamente en grupos de Whatsapp o publicaciones de Facebook que se tornan en verdaderos concursos donde quien escriba más insultos con las peores ortografía y sintaxis posibles, se lleva el tan codiciado premio de recibir más likes.

Una de los pocos beneficios de la atroz e interminable pandemia es que ha reducido considerablemente las riñas de cantina que a menudo terminan en golpes y griterío, todo ello por defender o atacar al predicador en campaña perpetua, quien precisamente gana mientras más hostil sea la “conversación” (es inevitable entrecomillar) pública. Su triunfo no se explica sin esa división social, rasgo central del populismo, según nos informan los manuales del tema.

A manera de paréntesis: La cada vez más enardecida polarización es un fenómeno global, producto de la crisis del sistema neoliberal, si se quiere, o del auge del populismo, si así se le acomoda mejor. O quizá sea el encierro el que enciende los ánimos. Como sea, otros países viven también una guerra civil virtual, como España o Estados Unidos.

Pero la polarización, la división, el descrédito moral al que piense distinto, no es patrimonio exclusivo del presidente ni de sus seguidores. En el bando rival a ellos hay un sector de la sociedad cada vez más radicalizado. Puede o no identificarse con algún partido. Las siglas y la ideología es lo que menos importa cuando se trata de salvar a México del comunismo, nos advierten con vehemencia.

No se trata de aquel ciudadano desencantado y crítico de una gestión mediocre, sino un sector de la sociedad al que todo lo que huela a antilopezobradorismo merece ciega adhesión. Son poseedores de un discurso igual de esquemático del que se quejan. Su concepción del mundo, de la sociedad, de la economía, de la política es igualmente binaria y ramplona, porque no es más que una retahíla de sentencias y lugares comunes cuya única gracia es defender lo contrario de lo que diga o haga el presidente. La misma gata, pero revolcada.

Así, se les infla el pecho de orgullo de ser neoliberales. No tienen mucha idea de lo que eso significa y la verdad es que ni les interesa saberlo. No hay un balance histórico, alguna ponderación sobre los beneficios o perjuicios al país de ese periodo. Lo que importa es asumirse neoliberal, hablar del PIB (Producto Interno Bruto), los datos duros, la magia del libre mercado.

Ellos no lo saben, y por su salud mental mejor que ni se enteren, pero pocos tan neoliberales como López Obrador: Su desprecio a la burocracia, a la intermediación estatal, su aversión a endeudarse y a proponer la tan necesaria reforma fiscal que uno esperaría de un gobierno de izquierda. Las edades no terminan de cuadrar, pero juro que yo lo creo hijo de Thatcher y Reagan producto de alguna aventurilla en playa mexicana cuando venían a imponernos su milagroso modelo.

Esos ultras a los que hago referencia, que no llamaré ni derechistas ni conservadores porque quien nos gobierna tiene poco de izquierdista y casi nada de liberal, extrapolan su rijosidad antipejista hacia las guerras culturales, a las que consideran como un producto de una sociedad quejumbrosa e ignorante, la misma que llevó a López al poder y que se inventa terminajos como el racismo, el machismo o el clasismo.

Y así como Obrador y sus secuaces hacen gala de su desprecio a nociones básicas en temas económicos o jurídicos, por mencionar los casos más escandalosos, nuestros mesías neoliberales muestran su ignorancia de lo que las ciencias sociales dicen sobre esos temas. No importa la investigación de décadas, la contundente evidencia empírica que demuestra la enorme dificultad de sectores sociales histórica y estructuralmente marginados para acceder a los mismos derechos y beneficios que gozan otros segmentos de la sociedad privilegiados. No, nada de eso, son pretextos y necesidad de victimización, nos advierten los políticamente incorrectos. Todo está en el esfuerzo. “¿Qué no ven lo que yo he logrado?” nos espeta el teórico del echeleganismo.

Si todo se redujera a hacerles contrapeso en los circos virtuales a los coléricos defensores de López Obrador, podríamos tomarlos por tontos necesarios. Pero poco a poco se va extendiendo su influencia, amalgamando en la opinión sus peroratas, escuchándose cada vez más su llamado a la mano dura, a la derecha extrema que nos rescate del socialismo y la escasez. Un Felipe Calderón recargado, que no le tiemble la mano (síntoma recurrente en las duras resacas) para aplacar a los progres. Ya digámoslo de una vez, andan buscando un Bolsonaro mexicano.