/ lunes 27 de junio de 2022

Balance de las elecciones pasadas

Los resultados de las elecciones pasadas pueden y deben leerse desde diversas aristas. Hay que tratar de evitar las simplificaciones que los polos políticos quieren mostrarnos. Habrá indicios, tendencias, pero no hay un mensaje claro ni la contienda fue proemio de nada.

Empiezo con una obviedad. Las elecciones no se trataron solamente de López Obrador. Quizá sea el actor (y factor) de mayor relevancia para una considerable parte de la ciudadanía, pero de ninguna manera fue el presidente lo único que el electorado tuvo en mente a la hora de emitir su voto, aun cuando adeptos y malquerientes quieran ver cada elección como un referéndum a su gobierno. Para tal efecto, ya tuvo su costoso, soberbio e irrelevante ejercicio de revocación (en los hechos, ratificación) de mandato.

Otro error común, ligado al anterior, entre analistas y políticos es mirar lo ocurrido el 5 de junio desde una perspectiva centralista. Cada disputa local tiene su lógica propia aun cuando, de nuevo, el influjo de la polarización nacional pese de manera significativa. Existe un voto duro, por supuesto, y habrá quien, sean quien sean los candidatos o alianzas en disputa, votarán para beneficiar o perjudicar al señor que les favorece o les quita el sueño, según sea el caso. Pero, de acuerdo con las mediciones serias, la intención de voto a los partidos es baja como para decidir una elección de antemano.

El pluralismo, por fortuna aún presente en la sociedad mexicana, puede hacer que un elector que simpatice en mayor o menor medida con AMLO pueda votar a nivel local por la alianza opositora, ya sea porque le agrade el candidato o porque la dedocracia venida de Palacio Nacional haya errado fatalmente a la hora de seleccionar el suyo.

Para pensar mejor, hay que agotar todas las instancias de manera escalonada. Así, los recientes comicios hay que interpretarlos primero como si fueran una ratificación al mandatario saliente (nuestro caso se presta a una curiosa paradoja, porque no sabemos si es una ratificación a quien en septiembre deja el poder, o una rectificación del electorado, porque el ganador fue precisamente su rival hace seis años.)

Luego ya podemos especular sobre el 24, sobre la efectividad o no de las alianzas, o si el control territorial cada vez más pintado de guinda asegurará a Morena retener el poder (el PRI perdió la presidencia gobernando la mayoría de los estados).

Dos errores de cálculo previo a las elecciones y de interpretación posterior a éstas, son los que deberían enmendar los dos principales bandos contendientes. Desde el oficialismo, creer que la alta popularidad de AMLO se transfiere en automático a su partido en general y a sus candidatos en particular. Del bloque opositor, pensar que la suma de la intención de voto de cada partido aliancista se verá reflejada en el resultado final. Las encuestas nos muestran un fuerte rechazo a las alianzas, vengan de donde vengan, no se diga en enemigos históricos como lo fueron el PRI y el PAN. De ahí su infantil reproche a MC por no unirse con ellos, creyendo ingenuamente que los simpatizantes de ese partido tacharían sin reparos la boleta a favor de su coalición.

Sólo un apunte final: Un poco de cautela ante las expectativas. La regeneración bien puede traer, preservar, o empeorar la degeneración saliente, y los flamantes y valientes opositores al todopoderoso, no tardarán algunos en negociar impunidad y morralla del presupuesto federal, porque la gallina de los huevos de oro ya no empolla lo que antes daba, a cambio quizá de allanar el camino para la corcholata favorecida.

El pluralismo puede hacer que un elector que simpatice en mayor o menor medida con AMLO pueda votar a nivel local por la alianza opositora.

Las encuestas nos muestran un fuerte rechazo a las alianzas, vengan de donde vengan, no se diga en enemigos históricos como lo fueron el PRI y el PAN.

Los resultados de las elecciones pasadas pueden y deben leerse desde diversas aristas. Hay que tratar de evitar las simplificaciones que los polos políticos quieren mostrarnos. Habrá indicios, tendencias, pero no hay un mensaje claro ni la contienda fue proemio de nada.

Empiezo con una obviedad. Las elecciones no se trataron solamente de López Obrador. Quizá sea el actor (y factor) de mayor relevancia para una considerable parte de la ciudadanía, pero de ninguna manera fue el presidente lo único que el electorado tuvo en mente a la hora de emitir su voto, aun cuando adeptos y malquerientes quieran ver cada elección como un referéndum a su gobierno. Para tal efecto, ya tuvo su costoso, soberbio e irrelevante ejercicio de revocación (en los hechos, ratificación) de mandato.

Otro error común, ligado al anterior, entre analistas y políticos es mirar lo ocurrido el 5 de junio desde una perspectiva centralista. Cada disputa local tiene su lógica propia aun cuando, de nuevo, el influjo de la polarización nacional pese de manera significativa. Existe un voto duro, por supuesto, y habrá quien, sean quien sean los candidatos o alianzas en disputa, votarán para beneficiar o perjudicar al señor que les favorece o les quita el sueño, según sea el caso. Pero, de acuerdo con las mediciones serias, la intención de voto a los partidos es baja como para decidir una elección de antemano.

El pluralismo, por fortuna aún presente en la sociedad mexicana, puede hacer que un elector que simpatice en mayor o menor medida con AMLO pueda votar a nivel local por la alianza opositora, ya sea porque le agrade el candidato o porque la dedocracia venida de Palacio Nacional haya errado fatalmente a la hora de seleccionar el suyo.

Para pensar mejor, hay que agotar todas las instancias de manera escalonada. Así, los recientes comicios hay que interpretarlos primero como si fueran una ratificación al mandatario saliente (nuestro caso se presta a una curiosa paradoja, porque no sabemos si es una ratificación a quien en septiembre deja el poder, o una rectificación del electorado, porque el ganador fue precisamente su rival hace seis años.)

Luego ya podemos especular sobre el 24, sobre la efectividad o no de las alianzas, o si el control territorial cada vez más pintado de guinda asegurará a Morena retener el poder (el PRI perdió la presidencia gobernando la mayoría de los estados).

Dos errores de cálculo previo a las elecciones y de interpretación posterior a éstas, son los que deberían enmendar los dos principales bandos contendientes. Desde el oficialismo, creer que la alta popularidad de AMLO se transfiere en automático a su partido en general y a sus candidatos en particular. Del bloque opositor, pensar que la suma de la intención de voto de cada partido aliancista se verá reflejada en el resultado final. Las encuestas nos muestran un fuerte rechazo a las alianzas, vengan de donde vengan, no se diga en enemigos históricos como lo fueron el PRI y el PAN. De ahí su infantil reproche a MC por no unirse con ellos, creyendo ingenuamente que los simpatizantes de ese partido tacharían sin reparos la boleta a favor de su coalición.

Sólo un apunte final: Un poco de cautela ante las expectativas. La regeneración bien puede traer, preservar, o empeorar la degeneración saliente, y los flamantes y valientes opositores al todopoderoso, no tardarán algunos en negociar impunidad y morralla del presupuesto federal, porque la gallina de los huevos de oro ya no empolla lo que antes daba, a cambio quizá de allanar el camino para la corcholata favorecida.

El pluralismo puede hacer que un elector que simpatice en mayor o menor medida con AMLO pueda votar a nivel local por la alianza opositora.

Las encuestas nos muestran un fuerte rechazo a las alianzas, vengan de donde vengan, no se diga en enemigos históricos como lo fueron el PRI y el PAN.