/ domingo 14 de noviembre de 2021

Centros, periferias y malestar de África

Mientras de este lado del globo se disfruta de las ventajas que tiene el capitalismo y, con él, la globalización, en el hemisferio oriental la calidad de vida de sus habitantes muestra el otro lado de la moneda de la configuración del sistema internacional. Si bien la hegemonía occidental ha traído beneficios económicos, políticos y comerciales, los países periferia dentro del continente africano señalan los efectos colaterales de este orden mundial. Ya no sólo son las secuelas que el colonialismo deja en las distintas esferas para el funcionamiento de un Estado, sino los problemas medioambientales a los que millones de africanos se tienen que enfrentar.

No cabe duda de que un desarrollo económico para países como Níger, Chad, Sierra Leona, la República Democrática del Congo (RDC), y otros, es imprescindible. Sin embargo, “la maldición de los recursos” de la que tanto se habla ha demostrado rebasar los límites de un bienestar social. Si se analizan estos casos desde un enfoque sistema-mundo, el saqueo de los recursos naturales de los centros a las periferias, siendo las naciones ya mencionadas, ha generado una calidad de vida baja. Aunque no existen altos niveles de emisiones de CO2 por parte de estos actores, las industrias minera, tele comunicativa y petroquímica impulsadas por las potencias hacen del continente un blanco para el calentamiento global.

De acuerdo con la ONU, el 2020 fue uno de los años más calientes para África. En Túnez, por ejemplo, el pasado 12 de agosto se registró la temperatura más alta de su historia, siendo esta de 50.2 °C. Esto a la vez ha contribuido a una crisis humanitaria que ha obligado a aproximadamente 24.5 millones de africanos a desplazarse forzosamente alrededor del continente. Problemas como la inseguridad alimentaria han sido exacerbados por las alzas en las temperaturas, sequías, inundaciones y toda una pérdida masiva de la biodiversidad.

Sin embargo, los intereses nacionales de las potencias se han mostrado más importantes que la lucha contra el calentamiento global. Aunque existen esfuerzos internacionales por combatir este problema medioambiental, como el Acuerdo de París, pareciera que a los países africanos no reciben los beneficios.

Es bien sabido que la RDC ha sido víctima de la explotación de recursos naturales por parte de las empresas extranjeras. No sólo se ha sobreexplotado sus reservas de coltán para la elaboración de celulares, televisiones, computadoras, entre otros, sino que se ha alimentado un mercado de sangre que la cultura consumista muchas veces no deja ver.

Asimismo, el uso abusivo de los recursos naturales de África ha aumentado el número de conflictos armados. Si bien este continente ya tenía problemas étnicos, políticos o económicos al interior de los países, ahora la escasez de agua, la deforestación y la falta de alimentos terminan por contribuir a la crisis humanitaria. Se informa que, aunque hay académicos con propuestas para combatir las cuestiones medioambientales, los gobiernos no han apostado por su inclusión. Esto ha desencadenado el que los Estados carezcan de las medidas eficientes que abarquen, no sólo sus intereses nacionales, sino también las necesidades de las comunidades más rezagadas.

El 84.5% de la pobreza mundial se concentra en esta región y no es sorpresa que el colonialismo sea uno de los factores más influyentes en esta realidad. Sin duda el desarrollo de los países más pobres de África merece ser materializado para subsanar la calidad de vida de millones de personas. Sin embargo, las condiciones medioambientales requieren políticas económicas que tomen en cuenta el cuidado al planeta Tierra y esto no es negociable. Es claro que la interacción entre actores ha sido uno de carácter autófago y que hoy la calidad de vida de los africanos sea el resultado del abuso de los centros a periferias.

*Estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad Anáhuac en la Ciudad de México.

Mientras de este lado del globo se disfruta de las ventajas que tiene el capitalismo y, con él, la globalización, en el hemisferio oriental la calidad de vida de sus habitantes muestra el otro lado de la moneda de la configuración del sistema internacional. Si bien la hegemonía occidental ha traído beneficios económicos, políticos y comerciales, los países periferia dentro del continente africano señalan los efectos colaterales de este orden mundial. Ya no sólo son las secuelas que el colonialismo deja en las distintas esferas para el funcionamiento de un Estado, sino los problemas medioambientales a los que millones de africanos se tienen que enfrentar.

No cabe duda de que un desarrollo económico para países como Níger, Chad, Sierra Leona, la República Democrática del Congo (RDC), y otros, es imprescindible. Sin embargo, “la maldición de los recursos” de la que tanto se habla ha demostrado rebasar los límites de un bienestar social. Si se analizan estos casos desde un enfoque sistema-mundo, el saqueo de los recursos naturales de los centros a las periferias, siendo las naciones ya mencionadas, ha generado una calidad de vida baja. Aunque no existen altos niveles de emisiones de CO2 por parte de estos actores, las industrias minera, tele comunicativa y petroquímica impulsadas por las potencias hacen del continente un blanco para el calentamiento global.

De acuerdo con la ONU, el 2020 fue uno de los años más calientes para África. En Túnez, por ejemplo, el pasado 12 de agosto se registró la temperatura más alta de su historia, siendo esta de 50.2 °C. Esto a la vez ha contribuido a una crisis humanitaria que ha obligado a aproximadamente 24.5 millones de africanos a desplazarse forzosamente alrededor del continente. Problemas como la inseguridad alimentaria han sido exacerbados por las alzas en las temperaturas, sequías, inundaciones y toda una pérdida masiva de la biodiversidad.

Sin embargo, los intereses nacionales de las potencias se han mostrado más importantes que la lucha contra el calentamiento global. Aunque existen esfuerzos internacionales por combatir este problema medioambiental, como el Acuerdo de París, pareciera que a los países africanos no reciben los beneficios.

Es bien sabido que la RDC ha sido víctima de la explotación de recursos naturales por parte de las empresas extranjeras. No sólo se ha sobreexplotado sus reservas de coltán para la elaboración de celulares, televisiones, computadoras, entre otros, sino que se ha alimentado un mercado de sangre que la cultura consumista muchas veces no deja ver.

Asimismo, el uso abusivo de los recursos naturales de África ha aumentado el número de conflictos armados. Si bien este continente ya tenía problemas étnicos, políticos o económicos al interior de los países, ahora la escasez de agua, la deforestación y la falta de alimentos terminan por contribuir a la crisis humanitaria. Se informa que, aunque hay académicos con propuestas para combatir las cuestiones medioambientales, los gobiernos no han apostado por su inclusión. Esto ha desencadenado el que los Estados carezcan de las medidas eficientes que abarquen, no sólo sus intereses nacionales, sino también las necesidades de las comunidades más rezagadas.

El 84.5% de la pobreza mundial se concentra en esta región y no es sorpresa que el colonialismo sea uno de los factores más influyentes en esta realidad. Sin duda el desarrollo de los países más pobres de África merece ser materializado para subsanar la calidad de vida de millones de personas. Sin embargo, las condiciones medioambientales requieren políticas económicas que tomen en cuenta el cuidado al planeta Tierra y esto no es negociable. Es claro que la interacción entre actores ha sido uno de carácter autófago y que hoy la calidad de vida de los africanos sea el resultado del abuso de los centros a periferias.

*Estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad Anáhuac en la Ciudad de México.

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