/ miércoles 13 de febrero de 2019

De modos, modas y modales

En capítulos anteriores dimos cuenta de cómo Gertrudis Maldonado, cariñosamente Tule para sus allegados, pero también para el público en general, burlaba el protocolo, el decoro, las formas, las reglas de convivencia, los convencionalismos sociales y aquello que oliera a freno, a límite.

El hombre era autosuficiente. Dijimos y aquí recordaremos la ocasión en que se personó en una rumbosa boda y sin más traspuso la puerta, que para él era otro adorno de la mansión. Al reclamo de: “A ti no te invitaron Tule”; en una alarde de lógica que hubiera ruborizado a los mismísimos Aristóteles, Hegel, Leibnitz y señorones del razonamiento, lacónicamente adujo: “Pero tampoco me dijeron que no viniera”.

Otra ocasión hubo en que, con varias entre pecho y espalda, con lo que tenía su humanidad intentó eludir a los vigías que flanqueaban la entrada, que circunspectos, adustos y la solemnidad de que solo un cadete instruido a la alta escuela tiene, lo conminaron: “Su invitación por favor, don Tule”.

Con una mirada indiferente, desdeñosa, lindante con lo despectivo, volteó a ver de reojo y por encima del hombro, a uno de los imprudentes elementos de seguridad y dijo así con un asomo de indignación: “¡Aquí en esta región no se usan esas ridiculeces!” y entró como Tule por su casa.

Abordamos asimismo la historia contada por el paisano Carmelo Cital Meza de los tres amigos que no venían de Mapimí, sino que habitaban ahí en mero Carrillo Puerto. Tiro por viaje, pachanga que había, pachanga que arrasaban con ciertas notas distintivas. Cuando arribaban al baile, a bailar se dirigía uno de ellos; otro se posesionaba de los cajetes de la comida y el tercero se atrincheraba en la hielera.

Ante la llamada de atención de los demás acompañantes, de que esperaran a que bailara la quinceañera o novios, según el caso; a que sirvieran comida y bebidas, la respuesta unísona era: “¿A qué venimos? ¡A bailar; a comer; a beber!”.

Evoco estos girones arrancados de la vida misma, a propósito de la repasada que he dado al “Nuevo libro completo de Etiqueta”, de Amy Vanderbilt, que en su día fue reputado como el más completo del mundo en eso de las modas, usos, costumbres y modales en sociedad, más cabal incluso que el Manual de Carreño y otros contemporáneos. Vea nada más:

Según ese tratado, los niños deben ser bautizados en cuanto nacen. En sus orígenes tal sacramento era pretexto para una gran fiesta, lo mismo que el casamiento. Pero luego ese evento se simplificó de tal manera de que el muchacho recibía tal solemnidad en el sanatorio donde llegó al mundo, al grado de que algunos sanatorios contaban con hermosas capillas y el capellán administraba el oficio católico. Para el efecto, los padres deberían estar al tanto de la ropa, los honorarios, el bolo y la recepción.

En aquellos días un joven hacía “la corte” a la chamaca; es decir, rondaba la calle donde vivía la causante de suspiros y pasiones del interfecto, llevaba serenata, pergeñaba y tejía amorosas epístolas; se hacia el aparecido en fiestas y reuniones donde andaría la dama de sus sueños.

En esta faena el primer periodo era de enamoramiento y debía ser corto para pasar a la etapa de noviazgo que solía ser un poco más prolongado para darse oportunidad de conocerse mejor. Ella lo recibiría en su casa. Después se llegaba al conocimiento de la familia, luego el compromiso. El noviazgo no debía propasar los seis meses, pues si era por años no avizoraba nada bueno.

Maneras en la mesa: Nunca se sirve primero a la dueña de la casa, a no ser que sea la única señora o que esté solamente con su marido y con sus hijos. Si está presente la abuela o una joven invitada, los platos serán para ellas en primer lugar. Una vez servido se comenzará a comer para evitar que el alimento se enfríe. Los niños, si están en edad para comprender, esperarán hasta que se haya atendido al último convidado.

Los cuchillos y tenedores podían ser usados a la manera americana o continental, después se combinaron. El tenedor es usado siempre con la mano derecha. Los americanos acostumbraban cortar, dejar el cuchillo y usar el tenedor. Si se usan simultáneamente el tenedor quedará en la mano izquierda. Nunca se tomaba líquido con la boca llena y sin limpiarla con la servilleta, para que el vaso se conserve sin huellas de comida.

Las sopas y caldos servidos en recipientes de dos asas o tazones, a la moda oriental, son bebidos; cuando contienen carne o legumbres deben ser tomados con la cuchara. No se debe revolver ni mezclar la comida. Cuando la salsa forma parte de un platillo como pescado, carne, etc., no es correcto agregar arroz, tallarines ni otra cosa en el plato. Es un insulto a la cocinera mezclar todo con una salsa.

Si llegara a tener tos persistente, es preferible declinar invitaciones a comer. En caso de un acceso de tos, coloque la mano delante de la boca; si es muy fuerte excúsese y levántese.

Es informal probar el plato ajeno, pero permitido a condición de que se tome un tenedor y una cuchara individual y que el dueño de esa porción ajena haya hecho la invitación.

Las conversaciones y risas deben ser moderadas, jamás se hable cuando se tiene la boca llena, ya que además de dar un pésimo aspecto y ser falta de educación, se corre el peligro de salpicar a otra persona con la comida masticada… Entonces, no la salpique y siga los sencillos modales, aunque muchos ya son obsoletos.

En capítulos anteriores dimos cuenta de cómo Gertrudis Maldonado, cariñosamente Tule para sus allegados, pero también para el público en general, burlaba el protocolo, el decoro, las formas, las reglas de convivencia, los convencionalismos sociales y aquello que oliera a freno, a límite.

El hombre era autosuficiente. Dijimos y aquí recordaremos la ocasión en que se personó en una rumbosa boda y sin más traspuso la puerta, que para él era otro adorno de la mansión. Al reclamo de: “A ti no te invitaron Tule”; en una alarde de lógica que hubiera ruborizado a los mismísimos Aristóteles, Hegel, Leibnitz y señorones del razonamiento, lacónicamente adujo: “Pero tampoco me dijeron que no viniera”.

Otra ocasión hubo en que, con varias entre pecho y espalda, con lo que tenía su humanidad intentó eludir a los vigías que flanqueaban la entrada, que circunspectos, adustos y la solemnidad de que solo un cadete instruido a la alta escuela tiene, lo conminaron: “Su invitación por favor, don Tule”.

Con una mirada indiferente, desdeñosa, lindante con lo despectivo, volteó a ver de reojo y por encima del hombro, a uno de los imprudentes elementos de seguridad y dijo así con un asomo de indignación: “¡Aquí en esta región no se usan esas ridiculeces!” y entró como Tule por su casa.

Abordamos asimismo la historia contada por el paisano Carmelo Cital Meza de los tres amigos que no venían de Mapimí, sino que habitaban ahí en mero Carrillo Puerto. Tiro por viaje, pachanga que había, pachanga que arrasaban con ciertas notas distintivas. Cuando arribaban al baile, a bailar se dirigía uno de ellos; otro se posesionaba de los cajetes de la comida y el tercero se atrincheraba en la hielera.

Ante la llamada de atención de los demás acompañantes, de que esperaran a que bailara la quinceañera o novios, según el caso; a que sirvieran comida y bebidas, la respuesta unísona era: “¿A qué venimos? ¡A bailar; a comer; a beber!”.

Evoco estos girones arrancados de la vida misma, a propósito de la repasada que he dado al “Nuevo libro completo de Etiqueta”, de Amy Vanderbilt, que en su día fue reputado como el más completo del mundo en eso de las modas, usos, costumbres y modales en sociedad, más cabal incluso que el Manual de Carreño y otros contemporáneos. Vea nada más:

Según ese tratado, los niños deben ser bautizados en cuanto nacen. En sus orígenes tal sacramento era pretexto para una gran fiesta, lo mismo que el casamiento. Pero luego ese evento se simplificó de tal manera de que el muchacho recibía tal solemnidad en el sanatorio donde llegó al mundo, al grado de que algunos sanatorios contaban con hermosas capillas y el capellán administraba el oficio católico. Para el efecto, los padres deberían estar al tanto de la ropa, los honorarios, el bolo y la recepción.

En aquellos días un joven hacía “la corte” a la chamaca; es decir, rondaba la calle donde vivía la causante de suspiros y pasiones del interfecto, llevaba serenata, pergeñaba y tejía amorosas epístolas; se hacia el aparecido en fiestas y reuniones donde andaría la dama de sus sueños.

En esta faena el primer periodo era de enamoramiento y debía ser corto para pasar a la etapa de noviazgo que solía ser un poco más prolongado para darse oportunidad de conocerse mejor. Ella lo recibiría en su casa. Después se llegaba al conocimiento de la familia, luego el compromiso. El noviazgo no debía propasar los seis meses, pues si era por años no avizoraba nada bueno.

Maneras en la mesa: Nunca se sirve primero a la dueña de la casa, a no ser que sea la única señora o que esté solamente con su marido y con sus hijos. Si está presente la abuela o una joven invitada, los platos serán para ellas en primer lugar. Una vez servido se comenzará a comer para evitar que el alimento se enfríe. Los niños, si están en edad para comprender, esperarán hasta que se haya atendido al último convidado.

Los cuchillos y tenedores podían ser usados a la manera americana o continental, después se combinaron. El tenedor es usado siempre con la mano derecha. Los americanos acostumbraban cortar, dejar el cuchillo y usar el tenedor. Si se usan simultáneamente el tenedor quedará en la mano izquierda. Nunca se tomaba líquido con la boca llena y sin limpiarla con la servilleta, para que el vaso se conserve sin huellas de comida.

Las sopas y caldos servidos en recipientes de dos asas o tazones, a la moda oriental, son bebidos; cuando contienen carne o legumbres deben ser tomados con la cuchara. No se debe revolver ni mezclar la comida. Cuando la salsa forma parte de un platillo como pescado, carne, etc., no es correcto agregar arroz, tallarines ni otra cosa en el plato. Es un insulto a la cocinera mezclar todo con una salsa.

Si llegara a tener tos persistente, es preferible declinar invitaciones a comer. En caso de un acceso de tos, coloque la mano delante de la boca; si es muy fuerte excúsese y levántese.

Es informal probar el plato ajeno, pero permitido a condición de que se tome un tenedor y una cuchara individual y que el dueño de esa porción ajena haya hecho la invitación.

Las conversaciones y risas deben ser moderadas, jamás se hable cuando se tiene la boca llena, ya que además de dar un pésimo aspecto y ser falta de educación, se corre el peligro de salpicar a otra persona con la comida masticada… Entonces, no la salpique y siga los sencillos modales, aunque muchos ya son obsoletos.