/ miércoles 30 de enero de 2019

De Nixon a Salvador Allende; de Donald Trump a N. Maduro

Salvador Guillermo Allende Gossens fue un médico cirujano chileno que abrazó la política desde sus días de estudiante. Fungió como diputado, ministro de salubridad y senador de 1945 a 1970; candidato presidencial, contrario a la conseja popular, a la cuarta fue la vencida.

El 4 de noviembre de 1970 asumió ese cargo y se erigió como el primer marxista en ocupar la primera magistratura elegido en las urnas, en un estado de derecho.

Antes en la URSS, China, Cuba y otros países lo habían hecho mediante asonadas, revueltas, rebeliones o revoluciones. Su andar en la cosa pública lo curtió como elocuente orador; los adultos de ahora, jóvenes de entonces, recordamos el memorable discurso pronunciado el 2 de diciembre de 1972 en el auditorio de leyes de la Universidad de Guadalajara, tenido por uno de los mejores dirigido a los estudiantes.

Al igual que Simón Bolívar clamaba por una América Latina igualitaria y llena de oportunidades. Por eso inició su discurso con un “¡Viva México! ¡Viva Chile! ¡Viva Latinoamérica unida!”.

Allende fue marxista y socialista confeso, su ascenso al poder incentivó las esperanzas de la juventud, de las clases desprotegidas, de toda América Latina, pero también acrecentó el odio de Estados Unidos al comunismo y no le podía perdonar su hazaña; utilizando como instrumento a Augusto Pinochet, a la cabeza de los militares chilenos dio un golpe de estado y el 11 de septiembre murió el prócer, algunos dicen que se suicidó, la mayoría coincidimos en que fue asesinado.

En 1972 Richard Milhous Nixon se reeligió como el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos. Antes, cuando egresó de la Escuela de Derecho encaminó sus pasos a Wall Street con pretensiones de ingresar a uno de los mejores bufetes de la afamada calle sin lograrlo.

Desencantado regresó a California, el obtener un cargo como representante popular lo catapultó a la política posando su mirada en la Casa Blanca. Anticomunista declarado, cultivó un discurso cáustico, abrasivo y encarnizado hacia cuanto oliera a izquierda, a socialismo. Eran los días en que los gringos estaban fanatizados, envenenados contra lo que pareciera URSS, comunismo.

Es conocido que los demócratas norteamericanos se inclinan más por las capas desvalidas. Fraguado como buen tribuno, Nixon se enfrentó a John F. Kennedy más avezado en el arte de la palabra por lo que con mucho derrotó a un titubeante y párvulo Nixon.

En 1972 el republicano barrió y venció al demócrata George Mc. Govern, que simpatizaba con la izquierda, circunstancia aprovechada para demolerlo es en sus enardecidas intervenciones que germinaron en la fértil tierra anticomunista. Nixon fue el artífice del golpe de estado en Chile que culminó con el crimen de Salvador Allende, pero también Nixon es hasta ahora el único presidente que ha dimitido a su cargo.

El 17 de julio de 1972, unos intrusos allanaron la sede central del Partido Demócrata. Acuciosos periodistas del Washington Post dieron seguimiento al atraco que pronto fue bautizado como el caso Watergate, por el nombre del conjunto de oficinas que tal edificio albergaba.

En sus pesquisas los reporteros descubrieron ramificaciones que involucraban a Nixon, quien para evitar el impeachment, es decir el proceso de destitución, el 9 de agosto de 1974 renunció a la Presidencia. Intentó regresar al ejercicio de la abogacía, más no pudo en virtud de que había sido inhabilitado de por vida; para su fortuna quien le sucedió, Gerald Ford, como en las corridas de toros, lo indultó. Nixon murió el 18 de abril de 1991 de un derrame cerebral.

Clínica, política, social, siquiátrica y antropológicamente Donald Trump ha sido diagnosticado como un loco. Paradójicamente esa demencia le ha permitido continuar en el poder. No ha tenido rubor alguno al entrometerse en los asuntos internos de otros países; ha desafiado a senadores y diputados de su país; se ha enfrentado a la prensa y a los empresarios; tiene pleito casado con el líder norcoreano Kim Jong Un, aunque hubo una ligera reconciliación.

No obstante, en lo más recóndito de su salvajismo subyace aún una leve dosis de prudencia, que sin descartar ni negar que haga, lo ha frenado para hacer con Venezuela lo que Nixon hizo con Chile, o sea un violento golpe de estado; por ahora ha optado por una invasión camuflada de legalismo.

A la muerte de Hugo Chávez en 2013, víctima de un cáncer que juró le había inoculado Estados Unidos, asumió la presidencia de Venezuela su protegido Nicolás Maduro ante el descuerdo de Diosdado Cabello que sentía tener mayores merecimientos; sin embargo se alineó.

Dadas las sucesivas reelecciones de Maduro, los sectores derechistas del país se inconformaron e iniciaron un inusitado activismo político. Como una estrategia jurídico-legislativa, la Asamblea Nacional fue sustituida por una Asamblea Nacional Constituyente encabezada por el mismo Diosdado, pero ese movimiento fue catalogado como una tomadura de pelo.

La CIA y sus adláteres han apoyado a Juan Guaidó que asumió la presidencia de la anterior Asamblea Nacional y se autoproclamó presidente interino. Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Inglaterra y algunos países sudamericanos apéndices de Estados Unidos, se apresuraron a reconocerlo como presidente interino.

Maduro y sus asesores reaccionaron tardíamente y apenas este lunes el Tribunal Supremo de Justicia a instancias del Fiscal General congeló las cuentas de Guaidó, le prohibió vender bienes y salir del país.

Aquí aparece el peine: Trump salió en su defensa y gritó a los cuatro vientos que de meterse con Guaidó habrá consecuencias, pronunciamiento que lo descaró y dejó al descubierto que tiene metidas las manos en Venezuela. Mientras sea de palabra, mientras sea un juego de tácticas y maniobras legaloides, mientras sean escaramuzas verbales no importa que continúe el show, en tanto y en cuanto no se derrame más sangre en nuestra América.

Salvador Guillermo Allende Gossens fue un médico cirujano chileno que abrazó la política desde sus días de estudiante. Fungió como diputado, ministro de salubridad y senador de 1945 a 1970; candidato presidencial, contrario a la conseja popular, a la cuarta fue la vencida.

El 4 de noviembre de 1970 asumió ese cargo y se erigió como el primer marxista en ocupar la primera magistratura elegido en las urnas, en un estado de derecho.

Antes en la URSS, China, Cuba y otros países lo habían hecho mediante asonadas, revueltas, rebeliones o revoluciones. Su andar en la cosa pública lo curtió como elocuente orador; los adultos de ahora, jóvenes de entonces, recordamos el memorable discurso pronunciado el 2 de diciembre de 1972 en el auditorio de leyes de la Universidad de Guadalajara, tenido por uno de los mejores dirigido a los estudiantes.

Al igual que Simón Bolívar clamaba por una América Latina igualitaria y llena de oportunidades. Por eso inició su discurso con un “¡Viva México! ¡Viva Chile! ¡Viva Latinoamérica unida!”.

Allende fue marxista y socialista confeso, su ascenso al poder incentivó las esperanzas de la juventud, de las clases desprotegidas, de toda América Latina, pero también acrecentó el odio de Estados Unidos al comunismo y no le podía perdonar su hazaña; utilizando como instrumento a Augusto Pinochet, a la cabeza de los militares chilenos dio un golpe de estado y el 11 de septiembre murió el prócer, algunos dicen que se suicidó, la mayoría coincidimos en que fue asesinado.

En 1972 Richard Milhous Nixon se reeligió como el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos. Antes, cuando egresó de la Escuela de Derecho encaminó sus pasos a Wall Street con pretensiones de ingresar a uno de los mejores bufetes de la afamada calle sin lograrlo.

Desencantado regresó a California, el obtener un cargo como representante popular lo catapultó a la política posando su mirada en la Casa Blanca. Anticomunista declarado, cultivó un discurso cáustico, abrasivo y encarnizado hacia cuanto oliera a izquierda, a socialismo. Eran los días en que los gringos estaban fanatizados, envenenados contra lo que pareciera URSS, comunismo.

Es conocido que los demócratas norteamericanos se inclinan más por las capas desvalidas. Fraguado como buen tribuno, Nixon se enfrentó a John F. Kennedy más avezado en el arte de la palabra por lo que con mucho derrotó a un titubeante y párvulo Nixon.

En 1972 el republicano barrió y venció al demócrata George Mc. Govern, que simpatizaba con la izquierda, circunstancia aprovechada para demolerlo es en sus enardecidas intervenciones que germinaron en la fértil tierra anticomunista. Nixon fue el artífice del golpe de estado en Chile que culminó con el crimen de Salvador Allende, pero también Nixon es hasta ahora el único presidente que ha dimitido a su cargo.

El 17 de julio de 1972, unos intrusos allanaron la sede central del Partido Demócrata. Acuciosos periodistas del Washington Post dieron seguimiento al atraco que pronto fue bautizado como el caso Watergate, por el nombre del conjunto de oficinas que tal edificio albergaba.

En sus pesquisas los reporteros descubrieron ramificaciones que involucraban a Nixon, quien para evitar el impeachment, es decir el proceso de destitución, el 9 de agosto de 1974 renunció a la Presidencia. Intentó regresar al ejercicio de la abogacía, más no pudo en virtud de que había sido inhabilitado de por vida; para su fortuna quien le sucedió, Gerald Ford, como en las corridas de toros, lo indultó. Nixon murió el 18 de abril de 1991 de un derrame cerebral.

Clínica, política, social, siquiátrica y antropológicamente Donald Trump ha sido diagnosticado como un loco. Paradójicamente esa demencia le ha permitido continuar en el poder. No ha tenido rubor alguno al entrometerse en los asuntos internos de otros países; ha desafiado a senadores y diputados de su país; se ha enfrentado a la prensa y a los empresarios; tiene pleito casado con el líder norcoreano Kim Jong Un, aunque hubo una ligera reconciliación.

No obstante, en lo más recóndito de su salvajismo subyace aún una leve dosis de prudencia, que sin descartar ni negar que haga, lo ha frenado para hacer con Venezuela lo que Nixon hizo con Chile, o sea un violento golpe de estado; por ahora ha optado por una invasión camuflada de legalismo.

A la muerte de Hugo Chávez en 2013, víctima de un cáncer que juró le había inoculado Estados Unidos, asumió la presidencia de Venezuela su protegido Nicolás Maduro ante el descuerdo de Diosdado Cabello que sentía tener mayores merecimientos; sin embargo se alineó.

Dadas las sucesivas reelecciones de Maduro, los sectores derechistas del país se inconformaron e iniciaron un inusitado activismo político. Como una estrategia jurídico-legislativa, la Asamblea Nacional fue sustituida por una Asamblea Nacional Constituyente encabezada por el mismo Diosdado, pero ese movimiento fue catalogado como una tomadura de pelo.

La CIA y sus adláteres han apoyado a Juan Guaidó que asumió la presidencia de la anterior Asamblea Nacional y se autoproclamó presidente interino. Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Inglaterra y algunos países sudamericanos apéndices de Estados Unidos, se apresuraron a reconocerlo como presidente interino.

Maduro y sus asesores reaccionaron tardíamente y apenas este lunes el Tribunal Supremo de Justicia a instancias del Fiscal General congeló las cuentas de Guaidó, le prohibió vender bienes y salir del país.

Aquí aparece el peine: Trump salió en su defensa y gritó a los cuatro vientos que de meterse con Guaidó habrá consecuencias, pronunciamiento que lo descaró y dejó al descubierto que tiene metidas las manos en Venezuela. Mientras sea de palabra, mientras sea un juego de tácticas y maniobras legaloides, mientras sean escaramuzas verbales no importa que continúe el show, en tanto y en cuanto no se derrame más sangre en nuestra América.