/ viernes 12 de enero de 2024

En desacuerdo con los acuerdos en lo oscurito

“Cuando engañas, robas el derecho a la equidad”

- Khaled Hosseini

¿Debe sorprendernos la “revelación” que hizo el dirigente de un partido político de nuestro país, relacionada con el hecho de que un gobernador que recién asumió su cargo incumplió un “acuerdo político electoral” firmado entre el referido partido y otro más que constituyen las principales fuerzas políticas de oposición? ¿El reparto de posiciones y puestos al que se refiere tal acuerdo -sin ningún asomo de meritocracia- es algo extraordinario en nuestra clase política o, en su caso, ha sido cosa de todos los días y de todos los procesos electorales? ¿La divulgación de este diferendo habla de algo nuevo en la trunca democracia mexicana o de una práctica perniciosa que siempre se ha dado, como se señala en el título del presente texto, “en lo oscurito”? ¿Qué llama más la atención: el fondo o las formas de esta tragicomedia? ¿Habrá repercusiones desde las instancias oficiales o será un capítulo más en la lógica de los berrinches, las amenazas y las insinuaciones?

Se puede intentar responder a los anteriores cuestionamientos sólo en clave de entendimiento de la real politik. Que los principales dirigentes de la oposición en México y el gobernador en cuestión hayan firmado un documento al margen de sus miles de electoras y electores sólo es un reflejo de que la mentira, el engaño, las falsedades y las apariencias forman parte del itinerario partidista y de una clase política mediocre, inundada de ambiciones en pos del interés particular y desdeñando totalmente el interés público, muestra también de la decadencia del sistema político. La partidocracia como degeneración de la democracia se vuelve a hacer presente como uno de los defectos más representativos de la vida pública mexicana, lo cual impide transitar en todos los términos a un sistema democrático consolidado, sustancial y de calidad.

Ahora bien, lo dicho no es exclusivo de la oposición, pues se trata de vicios que el partido en el poder y, en general, el “sistema de partidos” en México ha hecho propios a lo largo de la historia. La necesidad de regenerar los partidos como entidades de interés público sigue siendo una asignatura pendiente con la que tenemos que trabajar en el corto plazo, pues de lo contrario corremos el riesgo de que la kakistocracia, es decir, el gobierno de los peores, siga haciendo de las suyas. El acceso al poder por el poder mismo sólo constata las múltiples áreas de oportunidad de las referidas instancias partidistas.

La opacidad es otro de los puntos que llaman la atención al momento de diseccionar el acuerdo que no fue. Los partidos no predican con el ejemplo de la democracia interna, lo cual es una exigencia constitucional que sólo queda en el papel y en el discurso. Si la transparencia como antítesis de la opacidad debería ser uno de los aspectos coetáneos de la democracia partidista, el ser claros con la militancia y con el electorado en general es algo que tristemente no se les da a estos institutos. Históricamente opacos, los partidos políticos se empecinan en no abrirse al escrutinio público, en que sus decisiones no se ventilen de manera objetiva de cara a la ciudadanía y en que lo que acontezca al interior de los mismos permanezca en la secrecía como una caja de pandora con repercusiones absolutamente nefastas. La Constitución, las leyes e incluso sus propias reglas suelen quedar reducidas a cero.

En definitiva, el “affaire” del ya famoso, fallido y tristemente célebre “acuerdo político electoral” debe servirnos como llamada de atención de la cuantiosa agenda de temas pendientes en términos de democratización. Ya ni hablemos de ética pública, la cual, como se ha evidenciado con éste y muchos otros casos, es lo que menos les interesa a los partidos en México.

“Cuando engañas, robas el derecho a la equidad”

- Khaled Hosseini

¿Debe sorprendernos la “revelación” que hizo el dirigente de un partido político de nuestro país, relacionada con el hecho de que un gobernador que recién asumió su cargo incumplió un “acuerdo político electoral” firmado entre el referido partido y otro más que constituyen las principales fuerzas políticas de oposición? ¿El reparto de posiciones y puestos al que se refiere tal acuerdo -sin ningún asomo de meritocracia- es algo extraordinario en nuestra clase política o, en su caso, ha sido cosa de todos los días y de todos los procesos electorales? ¿La divulgación de este diferendo habla de algo nuevo en la trunca democracia mexicana o de una práctica perniciosa que siempre se ha dado, como se señala en el título del presente texto, “en lo oscurito”? ¿Qué llama más la atención: el fondo o las formas de esta tragicomedia? ¿Habrá repercusiones desde las instancias oficiales o será un capítulo más en la lógica de los berrinches, las amenazas y las insinuaciones?

Se puede intentar responder a los anteriores cuestionamientos sólo en clave de entendimiento de la real politik. Que los principales dirigentes de la oposición en México y el gobernador en cuestión hayan firmado un documento al margen de sus miles de electoras y electores sólo es un reflejo de que la mentira, el engaño, las falsedades y las apariencias forman parte del itinerario partidista y de una clase política mediocre, inundada de ambiciones en pos del interés particular y desdeñando totalmente el interés público, muestra también de la decadencia del sistema político. La partidocracia como degeneración de la democracia se vuelve a hacer presente como uno de los defectos más representativos de la vida pública mexicana, lo cual impide transitar en todos los términos a un sistema democrático consolidado, sustancial y de calidad.

Ahora bien, lo dicho no es exclusivo de la oposición, pues se trata de vicios que el partido en el poder y, en general, el “sistema de partidos” en México ha hecho propios a lo largo de la historia. La necesidad de regenerar los partidos como entidades de interés público sigue siendo una asignatura pendiente con la que tenemos que trabajar en el corto plazo, pues de lo contrario corremos el riesgo de que la kakistocracia, es decir, el gobierno de los peores, siga haciendo de las suyas. El acceso al poder por el poder mismo sólo constata las múltiples áreas de oportunidad de las referidas instancias partidistas.

La opacidad es otro de los puntos que llaman la atención al momento de diseccionar el acuerdo que no fue. Los partidos no predican con el ejemplo de la democracia interna, lo cual es una exigencia constitucional que sólo queda en el papel y en el discurso. Si la transparencia como antítesis de la opacidad debería ser uno de los aspectos coetáneos de la democracia partidista, el ser claros con la militancia y con el electorado en general es algo que tristemente no se les da a estos institutos. Históricamente opacos, los partidos políticos se empecinan en no abrirse al escrutinio público, en que sus decisiones no se ventilen de manera objetiva de cara a la ciudadanía y en que lo que acontezca al interior de los mismos permanezca en la secrecía como una caja de pandora con repercusiones absolutamente nefastas. La Constitución, las leyes e incluso sus propias reglas suelen quedar reducidas a cero.

En definitiva, el “affaire” del ya famoso, fallido y tristemente célebre “acuerdo político electoral” debe servirnos como llamada de atención de la cuantiosa agenda de temas pendientes en términos de democratización. Ya ni hablemos de ética pública, la cual, como se ha evidenciado con éste y muchos otros casos, es lo que menos les interesa a los partidos en México.