/ lunes 24 de febrero de 2020

LA POLÍTICA ES ASÍ

Tiempos vividos

El oleaje de la vida conduce a las personas a vivir en diferentes circunstancias, no siempre acordes a su voluntad. En un viaje en el tiempo, hoy recuerdo mis tiempos vividos hace veintiocho años.

Con antecedentes vividos durante un largo tiempo previo al ahora recordado, precisamente el oleaje de mi vida me llevó a la Ciudad de México en 1977, luego me condujo a la ciudad de Torreón en 1984, para luego regresarme a esta ciudad en 1989.

Las causas de mis cambios no trascienden al ámbito personal. Lo narrado a continuación sí podría considerarse objetivamente más o menos trascendente.

En 1989 me hice cargo de la Secretaría de Acción Electoral del Comité Directivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional, el cual conservaba el primer plano en el escenario político local y, al parecer, ya había superado las crisis vividas en 1985, 1986 y especialmente la de 1988, insertas o derivadas las mismas de la alta competencia en las elecciones locales las dos primeras, y en las elecciones federales de 1988.

En 1989, dentro del proceso electoral, el PRI obtuvo el triunfo en treinta y seis municipios y en los quince distritos electorales cuya creación había sido el resultado de las entonces recientes reformas electorales de fines de 1988, complementadas por las realizadas en los tres primeros meses de 1989.

En las elecciones citadas el PRI no obtuvo el triunfo debido a circunstancias concurrentes muy especiales en las elecciones para ayuntamiento de Peñón Blanco, de Nombre de Dios y de Súchil, que tarde que temprano algún historiador habrá de escribir del por qué de tales resultados.

La razón principal por la cual decidí incorporarme al Comité Directivo Estatal del PRI lo fue porque, sin pleno dominio de los avatares de la política, consideré que llegaría en el cargo para participar en el proceso electoral de 1992, en el cual se renovarían los poderes estatales y los ayuntamientos, de tal suerte que podría formar parte de la administración resultante.

La correlación de fuerzas parecía favorecerme. Sin embargo, en 1991 el dirigente estatal que me había invitado a formar parte del Comité Directivo Estatal dejó la presidencia para ser candidato a diputado federal por el primer distrito electoral federal; y luego, asumir el cargo durante el siguiente trienio.

Tales hechos no alteraron la composición del Comité Directivo Estatal. Simplemente, por el principio de prelación el secretario general asumió la presidencia, mientras que el secretario general adjunto asumió la titularidad que había quedado en atención a la prelación citada. No hubo ningún cambio que trascendiera a la realidad en atención a que el gobernador en turno dijo que el candidato que designare el Partido conformaría el comité directivo de acuerdo a sus intereses y con miembros de su entera confianza. Optimista, consideré que los cambios futuros no me alcanzarían.

Sin embargo, el cambio me alcanzó el veintidós de febrero de 1992 en medio de circunstancias muy particulares que a continuación narraré.

En un sábado apacible y además muy agradable, la mañana de ese día, después de una convivencia con el personal agregado a la Secretaría a mi cargo, el presidente estatal me comunicó que tendría que ir a la Ciudad de México para que, en su representación, asistiera a una reunión en la sede nacional del Partido que tendría lugar a las dieciocho horas del lunes veinticuatro de febrero siguiente.

Puntual llegué a la cita. Al entrar al salón en el cual la misma tendría lugar, ya se encontraba el candidato del PRI a la gubernatura del Estado, acompañado de varios de sus amigos quienes posteriormente formarían parte del Comité Directivo Estatal y de la futura administración estatal.

Minutos después de mi ingreso, se incorporaron un diputado federal y un senador de la República.

Puntualmente, se incorporó a la reunión el secretario de Acción Electoral del Comité Ejecutivo Nacional y dos de sus subsecretarios.

El secretario le participó al candidato a gobernador que le presentaría el plan de acción para ganar las elecciones y así fuere el próximo gobernador del Estado. Dentro del plan destacaban, en primer plano, las acciones electorales y las de promoción del voto y le invitó, además, para que designara a los responsables que tuvieren a su cargo la conducción y la ejecución de las acciones correspondientes.

Una vez comprendidos los alcances del plan y designados los responsables, el secretario de Acción Electoral, le aseguró o más bien, le reiteró al candidato que con las acciones propuestas y adoptadas plenamente, no tendría problemas mayores para ganar las elecciones.

Excluido de la responsabilidad para participar en la ejecución de las acciones propuestas en los términos del plan y del organigrama respectivo, uno de los subsecretarios con los cuales yo había tenido muy buena comunicación y excelentes relaciones, me comentó que él había no sólo esperado sino también deseado que yo hubiera quedado incluido dentro del organigrama, lo cual no fue así.

Enterado del plan y de los cambios que se vendrían al interior del Comité Directivo Estatal, regresé a la ciudad y preparé la entrega de la oficina a quien sabía que sería mi relevo en la Secretaría de Acción Electoral, lo cual sucedió el uno de marzo de 1992. La única diferencia de los tiempos vividos con los actuales lo es que 2020 es un año bisiesto, por lo que el sábado próximo será el veintinueve de febrero y no uno de marzo como lo fue en 1992.

Sin embargo, no obstante el relevo, el secretario de Acción Electoral que me sustituyó, me conservó en el organigrama de la Secretaría con funciones específicas.

En la estructura del Comité Directivo Estatal emanado de la voluntad del candidato, el presidente y el secretario general, al igual que el dirigente juvenil estatal, fueron postulados como candidatos a diputados locales, el secretario de Organización conservó el cargo con la promesa que en el siguiente trienio sería candidato a diputado local y lo fue. Por su parte, el secretario de Prensa y Propaganda conservó la titularidad, para así hacerse cargo de las acciones durante la campaña, al igual que la Secretaría de Gestión Social.

El destino de todos ellos bien podría formar parte de la narrativa de otros tiempos vividos, lo cual se podría complementar con el resultado general de las elecciones de 1992, obviamente matizados con las campañas electorales de todos los candidatos y sus resultados.

Por ahora, solamente hice referencia a mis tiempos vividos hace veintiocho años a donde me llevaron el oleaje de la vida, de mi vida. Otros oleajes me condujeron a otros tiempos políticos electorales que, a su vez, me condujeron a vivir otros tiempos que también podrían ser materia de otra u otras narrativas.

Tiempos vividos

El oleaje de la vida conduce a las personas a vivir en diferentes circunstancias, no siempre acordes a su voluntad. En un viaje en el tiempo, hoy recuerdo mis tiempos vividos hace veintiocho años.

Con antecedentes vividos durante un largo tiempo previo al ahora recordado, precisamente el oleaje de mi vida me llevó a la Ciudad de México en 1977, luego me condujo a la ciudad de Torreón en 1984, para luego regresarme a esta ciudad en 1989.

Las causas de mis cambios no trascienden al ámbito personal. Lo narrado a continuación sí podría considerarse objetivamente más o menos trascendente.

En 1989 me hice cargo de la Secretaría de Acción Electoral del Comité Directivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional, el cual conservaba el primer plano en el escenario político local y, al parecer, ya había superado las crisis vividas en 1985, 1986 y especialmente la de 1988, insertas o derivadas las mismas de la alta competencia en las elecciones locales las dos primeras, y en las elecciones federales de 1988.

En 1989, dentro del proceso electoral, el PRI obtuvo el triunfo en treinta y seis municipios y en los quince distritos electorales cuya creación había sido el resultado de las entonces recientes reformas electorales de fines de 1988, complementadas por las realizadas en los tres primeros meses de 1989.

En las elecciones citadas el PRI no obtuvo el triunfo debido a circunstancias concurrentes muy especiales en las elecciones para ayuntamiento de Peñón Blanco, de Nombre de Dios y de Súchil, que tarde que temprano algún historiador habrá de escribir del por qué de tales resultados.

La razón principal por la cual decidí incorporarme al Comité Directivo Estatal del PRI lo fue porque, sin pleno dominio de los avatares de la política, consideré que llegaría en el cargo para participar en el proceso electoral de 1992, en el cual se renovarían los poderes estatales y los ayuntamientos, de tal suerte que podría formar parte de la administración resultante.

La correlación de fuerzas parecía favorecerme. Sin embargo, en 1991 el dirigente estatal que me había invitado a formar parte del Comité Directivo Estatal dejó la presidencia para ser candidato a diputado federal por el primer distrito electoral federal; y luego, asumir el cargo durante el siguiente trienio.

Tales hechos no alteraron la composición del Comité Directivo Estatal. Simplemente, por el principio de prelación el secretario general asumió la presidencia, mientras que el secretario general adjunto asumió la titularidad que había quedado en atención a la prelación citada. No hubo ningún cambio que trascendiera a la realidad en atención a que el gobernador en turno dijo que el candidato que designare el Partido conformaría el comité directivo de acuerdo a sus intereses y con miembros de su entera confianza. Optimista, consideré que los cambios futuros no me alcanzarían.

Sin embargo, el cambio me alcanzó el veintidós de febrero de 1992 en medio de circunstancias muy particulares que a continuación narraré.

En un sábado apacible y además muy agradable, la mañana de ese día, después de una convivencia con el personal agregado a la Secretaría a mi cargo, el presidente estatal me comunicó que tendría que ir a la Ciudad de México para que, en su representación, asistiera a una reunión en la sede nacional del Partido que tendría lugar a las dieciocho horas del lunes veinticuatro de febrero siguiente.

Puntual llegué a la cita. Al entrar al salón en el cual la misma tendría lugar, ya se encontraba el candidato del PRI a la gubernatura del Estado, acompañado de varios de sus amigos quienes posteriormente formarían parte del Comité Directivo Estatal y de la futura administración estatal.

Minutos después de mi ingreso, se incorporaron un diputado federal y un senador de la República.

Puntualmente, se incorporó a la reunión el secretario de Acción Electoral del Comité Ejecutivo Nacional y dos de sus subsecretarios.

El secretario le participó al candidato a gobernador que le presentaría el plan de acción para ganar las elecciones y así fuere el próximo gobernador del Estado. Dentro del plan destacaban, en primer plano, las acciones electorales y las de promoción del voto y le invitó, además, para que designara a los responsables que tuvieren a su cargo la conducción y la ejecución de las acciones correspondientes.

Una vez comprendidos los alcances del plan y designados los responsables, el secretario de Acción Electoral, le aseguró o más bien, le reiteró al candidato que con las acciones propuestas y adoptadas plenamente, no tendría problemas mayores para ganar las elecciones.

Excluido de la responsabilidad para participar en la ejecución de las acciones propuestas en los términos del plan y del organigrama respectivo, uno de los subsecretarios con los cuales yo había tenido muy buena comunicación y excelentes relaciones, me comentó que él había no sólo esperado sino también deseado que yo hubiera quedado incluido dentro del organigrama, lo cual no fue así.

Enterado del plan y de los cambios que se vendrían al interior del Comité Directivo Estatal, regresé a la ciudad y preparé la entrega de la oficina a quien sabía que sería mi relevo en la Secretaría de Acción Electoral, lo cual sucedió el uno de marzo de 1992. La única diferencia de los tiempos vividos con los actuales lo es que 2020 es un año bisiesto, por lo que el sábado próximo será el veintinueve de febrero y no uno de marzo como lo fue en 1992.

Sin embargo, no obstante el relevo, el secretario de Acción Electoral que me sustituyó, me conservó en el organigrama de la Secretaría con funciones específicas.

En la estructura del Comité Directivo Estatal emanado de la voluntad del candidato, el presidente y el secretario general, al igual que el dirigente juvenil estatal, fueron postulados como candidatos a diputados locales, el secretario de Organización conservó el cargo con la promesa que en el siguiente trienio sería candidato a diputado local y lo fue. Por su parte, el secretario de Prensa y Propaganda conservó la titularidad, para así hacerse cargo de las acciones durante la campaña, al igual que la Secretaría de Gestión Social.

El destino de todos ellos bien podría formar parte de la narrativa de otros tiempos vividos, lo cual se podría complementar con el resultado general de las elecciones de 1992, obviamente matizados con las campañas electorales de todos los candidatos y sus resultados.

Por ahora, solamente hice referencia a mis tiempos vividos hace veintiocho años a donde me llevaron el oleaje de la vida, de mi vida. Otros oleajes me condujeron a otros tiempos políticos electorales que, a su vez, me condujeron a vivir otros tiempos que también podrían ser materia de otra u otras narrativas.

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