/ miércoles 10 de abril de 2019

“Olvido sí, perdón nanay”; dijo Felipe

Era una mañana abrileña y el bañista aquel se disponía a retirarse después de un reconfortante baño de vapor en los dominios del Club de Tenis Guadiana. Pero antes, comedida y optimistamente se despidió de quienes apenas se aprestaban a hacer lo propio.

El doctor Diego Mejía contestó y con igual regocijo le manifestó: “Dios lo acompañe y que se alivie”. El interfecto se regresó presuroso y le aclaró que él no padecía ninguna enfermedad. Don Diego insistió: “Claro que sí, que se alivie”. Su interlocutor replicó e insistió: “De veras, que se componga; una verruga, un jiote, un torzón, un juanete, un callo, una grieta, una uña enterrada, un “padrastro”, un catarro, una tos, una soltura; algo tiene, así que se mejore”…

Como en el anterior pasaje, alguna escaramuza debí tener con una de las incomodidades descritas, que me impidió enviar mi entrega de los jueves, pero pudo más la carrilla, el bulling y el tesón del tocayo Juan Francisco Antúnez Benítez que todos aquellos malestares juntos, de tal manera que no me deja ni a sol ni a sombra y aquí me tiene.

Desde luego que el gran filósofo mexicano “AMLOsteles”, acuñador de la ya famosa frase “me canso ganso”, no la brinca sin huarache. Para muchos lo del PEJE fue una ocurrencia, una barbaridad; pero el malora tabasqueño trae su juego. Sabía muy bien que el asunto ha sido, es y seguirá siendo escabroso, abrasivo, corrosivo hasta el fin de los tiempos.

Tocarlo, abordarlo, rememorarlo, siempre levantará ámpula, polvareda, escozor. De que la conquista fue sangrienta, lo fue; de que la corona española se tornó insaciable del oro mexicano y americano en general, es una verdad; que se abusó del pueblo mexicano, se le humilló y se le ultrajó, se hizo.

Pero el actual rey, detestado por sus mismos compatriotas, dada su vida ostentosa y parasitaria pagada por los auténticos españoles, puso el grito en el cielo al considerar afrentosa la petición lopezobradorista, de extender una solicitud de perdón a los pueblos originarios, por tanta infamia.

El propio Pedro Sánchez presidente del país y, se supone, voz de la izquierda, salió al paso porque le ofendió también la postura del mandatario mexicano. Algún zonzo apeló a la doctrina de Valle Inclán, para dar por saldados los agravios hechos.

Y sí; Ramón José Simón Valle Peña, mejor conocido en las letras universales como Ramón del Valle Inclán, quien viviera en México y trabajó entre otros en el periódico El Universal, como bien lo dice Gonzalo Santonja en “La literatura del exilio o nuestro exilio de la literatura”: El exilio republicano español, según García Márquez, representó una segunda conquista de América… fue Valle Inclán quien lo dijo: España no está aquí, está en América.

El triste resultado de la guerra civil determinó la huída, el exilio, de varias décadas de millares de españoles, buena parte de España, no cabe duda, se trasladó con ellos a Hispanoamérica, en especial a México”.

Esos españoles que tildan de indignante lo dicho por Andrés Manuel, con seguridad se sienten orgullosos de que su nación haya sido invadida, colonizada por los griegos, cartagineses, fenicios, romanos, godos y árabes. Seguramente añoran el sojuzgamiento durante la ocupación extranjera.

El español ha sido un pueblo estoico, sufrido y valiente. Cuando creyó superada la presencia de las huestes aludidas, se enfrentó a su propio y crudo destino. En pleno siglo XX soportó las dictaduras de Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco, forzando como ha quedado dicho a la emigración de millares de españoles, muchos de los cuales; entonces sí, para nuestra fortuna vinieron al país con otro tipo de armas: La cultura, las letras, la enseñanza.

Qué comparaciones, ojalá la Alemania de Hitler en vez de cañones, bayonetas, tanques, etc., hubiera arrasado el mundo con las ideas de Kant, Hegel, Shelling, Thomas Mann, Herman Hesse, Henrich Boll, Friedrich Schiller, Goethe, los Grimm, Bertolt Brech, Ana Frank, Martín Heideger, Schopenhauer, Max Weber y toda la constelación de luminarias, gran cantidad de ellos también hubieron de abandonar su patria ante el terror del nazismo. Cuánto estaríamos agradecidos aún en estos días; se lo agradeceríamos por todos los medios y en todas las formas a la señora Ángela Merkel.

México nunca ha negado, mucho menos renegado, por el contrario en sus libros de texto, en las áreas de filosofía, literatura y derecho, se ensalza, se alaba la gigantesca influencia de las mentes españolas en la docencia y en sus trabajos escritos. Sin duda, quien desee ser un excelente escritor, novelista, cuentista o poeta, deberá remitirse, nutrirse en las obras españolas.

Todas por igual son lecciones, cátedras de un estilo y lenguaje literario hermoso. El español se embellece todavía más con las pinceladas de Unamuno, Valle Inclán, Zorrilla, Pérez Galdós, el gran Cervantes, Lope de Vega, García Lorca, Gustavo Adolfo Becker, Francisco de Quevedo, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Calderón de la Barca, Pío Baroja, Garcilaso de la Vega, Azorín, Leopoldo Alas “Clarín”, estrellas que adornan el firmamento. A ellas debemos en buena parte nuestra formación.

Pero la conquista, salvando los frailes y otros buenos españoles que sostuvieron y desplegaron su defensa a favor de los indios, fue despiadada por más que se pretenda suavizar o referirla con eufemismos. Al margen de disquisiciones históricas, el propósito de López Obrador se logró. El tabasqueño quiere llevar a México al escenario internacional. Que la voz de México suene y resuene en el escenario mundial.

Que en el concierto internacional se sepa o se recuerde que México existe. Fue así como periódicos influyentes como el New York Times, Le Monde, El País y muchos otros, destacaron la solicitud de López Obrador a España y ya se le empieza a escuchar. El último intento de que México se tomara en serio, fue la Carta de los Deberes y Derechos de los Estados, de Luis Echeverría. De ahí en adelante pasaron sin pena ni gloria varios sexenios en una marcada penumbra política. Es hasta ahora cuando brota un nuevo impulso, que esperemos germine y florezca para siempre.

Era una mañana abrileña y el bañista aquel se disponía a retirarse después de un reconfortante baño de vapor en los dominios del Club de Tenis Guadiana. Pero antes, comedida y optimistamente se despidió de quienes apenas se aprestaban a hacer lo propio.

El doctor Diego Mejía contestó y con igual regocijo le manifestó: “Dios lo acompañe y que se alivie”. El interfecto se regresó presuroso y le aclaró que él no padecía ninguna enfermedad. Don Diego insistió: “Claro que sí, que se alivie”. Su interlocutor replicó e insistió: “De veras, que se componga; una verruga, un jiote, un torzón, un juanete, un callo, una grieta, una uña enterrada, un “padrastro”, un catarro, una tos, una soltura; algo tiene, así que se mejore”…

Como en el anterior pasaje, alguna escaramuza debí tener con una de las incomodidades descritas, que me impidió enviar mi entrega de los jueves, pero pudo más la carrilla, el bulling y el tesón del tocayo Juan Francisco Antúnez Benítez que todos aquellos malestares juntos, de tal manera que no me deja ni a sol ni a sombra y aquí me tiene.

Desde luego que el gran filósofo mexicano “AMLOsteles”, acuñador de la ya famosa frase “me canso ganso”, no la brinca sin huarache. Para muchos lo del PEJE fue una ocurrencia, una barbaridad; pero el malora tabasqueño trae su juego. Sabía muy bien que el asunto ha sido, es y seguirá siendo escabroso, abrasivo, corrosivo hasta el fin de los tiempos.

Tocarlo, abordarlo, rememorarlo, siempre levantará ámpula, polvareda, escozor. De que la conquista fue sangrienta, lo fue; de que la corona española se tornó insaciable del oro mexicano y americano en general, es una verdad; que se abusó del pueblo mexicano, se le humilló y se le ultrajó, se hizo.

Pero el actual rey, detestado por sus mismos compatriotas, dada su vida ostentosa y parasitaria pagada por los auténticos españoles, puso el grito en el cielo al considerar afrentosa la petición lopezobradorista, de extender una solicitud de perdón a los pueblos originarios, por tanta infamia.

El propio Pedro Sánchez presidente del país y, se supone, voz de la izquierda, salió al paso porque le ofendió también la postura del mandatario mexicano. Algún zonzo apeló a la doctrina de Valle Inclán, para dar por saldados los agravios hechos.

Y sí; Ramón José Simón Valle Peña, mejor conocido en las letras universales como Ramón del Valle Inclán, quien viviera en México y trabajó entre otros en el periódico El Universal, como bien lo dice Gonzalo Santonja en “La literatura del exilio o nuestro exilio de la literatura”: El exilio republicano español, según García Márquez, representó una segunda conquista de América… fue Valle Inclán quien lo dijo: España no está aquí, está en América.

El triste resultado de la guerra civil determinó la huída, el exilio, de varias décadas de millares de españoles, buena parte de España, no cabe duda, se trasladó con ellos a Hispanoamérica, en especial a México”.

Esos españoles que tildan de indignante lo dicho por Andrés Manuel, con seguridad se sienten orgullosos de que su nación haya sido invadida, colonizada por los griegos, cartagineses, fenicios, romanos, godos y árabes. Seguramente añoran el sojuzgamiento durante la ocupación extranjera.

El español ha sido un pueblo estoico, sufrido y valiente. Cuando creyó superada la presencia de las huestes aludidas, se enfrentó a su propio y crudo destino. En pleno siglo XX soportó las dictaduras de Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco, forzando como ha quedado dicho a la emigración de millares de españoles, muchos de los cuales; entonces sí, para nuestra fortuna vinieron al país con otro tipo de armas: La cultura, las letras, la enseñanza.

Qué comparaciones, ojalá la Alemania de Hitler en vez de cañones, bayonetas, tanques, etc., hubiera arrasado el mundo con las ideas de Kant, Hegel, Shelling, Thomas Mann, Herman Hesse, Henrich Boll, Friedrich Schiller, Goethe, los Grimm, Bertolt Brech, Ana Frank, Martín Heideger, Schopenhauer, Max Weber y toda la constelación de luminarias, gran cantidad de ellos también hubieron de abandonar su patria ante el terror del nazismo. Cuánto estaríamos agradecidos aún en estos días; se lo agradeceríamos por todos los medios y en todas las formas a la señora Ángela Merkel.

México nunca ha negado, mucho menos renegado, por el contrario en sus libros de texto, en las áreas de filosofía, literatura y derecho, se ensalza, se alaba la gigantesca influencia de las mentes españolas en la docencia y en sus trabajos escritos. Sin duda, quien desee ser un excelente escritor, novelista, cuentista o poeta, deberá remitirse, nutrirse en las obras españolas.

Todas por igual son lecciones, cátedras de un estilo y lenguaje literario hermoso. El español se embellece todavía más con las pinceladas de Unamuno, Valle Inclán, Zorrilla, Pérez Galdós, el gran Cervantes, Lope de Vega, García Lorca, Gustavo Adolfo Becker, Francisco de Quevedo, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Calderón de la Barca, Pío Baroja, Garcilaso de la Vega, Azorín, Leopoldo Alas “Clarín”, estrellas que adornan el firmamento. A ellas debemos en buena parte nuestra formación.

Pero la conquista, salvando los frailes y otros buenos españoles que sostuvieron y desplegaron su defensa a favor de los indios, fue despiadada por más que se pretenda suavizar o referirla con eufemismos. Al margen de disquisiciones históricas, el propósito de López Obrador se logró. El tabasqueño quiere llevar a México al escenario internacional. Que la voz de México suene y resuene en el escenario mundial.

Que en el concierto internacional se sepa o se recuerde que México existe. Fue así como periódicos influyentes como el New York Times, Le Monde, El País y muchos otros, destacaron la solicitud de López Obrador a España y ya se le empieza a escuchar. El último intento de que México se tomara en serio, fue la Carta de los Deberes y Derechos de los Estados, de Luis Echeverría. De ahí en adelante pasaron sin pena ni gloria varios sexenios en una marcada penumbra política. Es hasta ahora cuando brota un nuevo impulso, que esperemos germine y florezca para siempre.