/ sábado 30 de abril de 2022

Revolución laboral

Aristóteles decía: “el amo y el esclavo no tienen nada en común; un esclavo es una herramienta viva, así como una herramienta es un esclavo inanimado”.

Algunos estudiantes se sorprenden de que ningún autor del Nuevo Testamento defendiera nunca la abolición de la esclavitud, o ni siquiera dijera claramente que era un mal. La razón era muy sencilla. El haber animado a los esclavos a levantarse contra sus amos habría conducido rápidamente al desastre. Había habido tales levantamientos antes, que siempre habían sido aplastados rápida y salvajemente. En cualquier caso, tal enseñanza le habría reportado al Cristianismo la reputación de ser una religión subversiva.

Hay cosas que no pueden suceder de la noche a la mañana; hay situaciones en las que la levadura tiene que obrar, y la prisa sólo demoraría el resultado deseado. La levadura del Cristianismo tenía que obrar en el mundo durante muchas generaciones antes que la abolición de la esclavitud llegara a ser una posibilidad práctica. Pasaron más de 60 años desde que Rosa Parks se negó a sentarse en el “sector de los negros” en una autobús en EE.UU., e inspiró al líder del movimiento contra la discriminación racial (Martin Luther King) hasta que un presidente negro se sentara en la oficina oval de la Casa Blanca.

El ser humano fue creado a la imagen de Dios. Cualquiera forma de explotación va en contra de este principio. El pecado trajo consigo maldición en los medios de producción: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Desde entonces, el ser humano ha visto a través de las edades la actividad laboral como una “maldición del destino”. El Cristianismo introdujo una nueva actitud ante el trabajo: “Cualquiera que sea vuestra actividad, ya sea de palabra o de obra, hacedla en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17).

En el ideal cristiano, el trabajo no se hace para un amo terrenal o para obtener prestigio o para hacer dinero; se hace para Dios. Es verdad, por supuesto que hay que trabajar para ganar un sueldo, y que se debe cumplir con el que le emplea a uno; pero, por encima de eso, el cristiano tiene la convicción de que tiene que hacer su trabajo bien para que no le dé vergüenza presentárselo a Dios.

La revolución laboral que plantea el cristianismo comienza con la pregunta ¿“para quién trabajo”? Dice el texto que no deberíamos trabajar para el hombre sino para Dios. Eso cambia todo. Cambia la forma como hacemos el trabajo, cambia la calidad del producto final y cambia la motivación con la que nos acercamos al mismo. Jesucristo vino a redimir al ser humano integralmente, incluyendo su vida laboral.

leonardolombar@gmail.com

Aristóteles decía: “el amo y el esclavo no tienen nada en común; un esclavo es una herramienta viva, así como una herramienta es un esclavo inanimado”.

Algunos estudiantes se sorprenden de que ningún autor del Nuevo Testamento defendiera nunca la abolición de la esclavitud, o ni siquiera dijera claramente que era un mal. La razón era muy sencilla. El haber animado a los esclavos a levantarse contra sus amos habría conducido rápidamente al desastre. Había habido tales levantamientos antes, que siempre habían sido aplastados rápida y salvajemente. En cualquier caso, tal enseñanza le habría reportado al Cristianismo la reputación de ser una religión subversiva.

Hay cosas que no pueden suceder de la noche a la mañana; hay situaciones en las que la levadura tiene que obrar, y la prisa sólo demoraría el resultado deseado. La levadura del Cristianismo tenía que obrar en el mundo durante muchas generaciones antes que la abolición de la esclavitud llegara a ser una posibilidad práctica. Pasaron más de 60 años desde que Rosa Parks se negó a sentarse en el “sector de los negros” en una autobús en EE.UU., e inspiró al líder del movimiento contra la discriminación racial (Martin Luther King) hasta que un presidente negro se sentara en la oficina oval de la Casa Blanca.

El ser humano fue creado a la imagen de Dios. Cualquiera forma de explotación va en contra de este principio. El pecado trajo consigo maldición en los medios de producción: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Desde entonces, el ser humano ha visto a través de las edades la actividad laboral como una “maldición del destino”. El Cristianismo introdujo una nueva actitud ante el trabajo: “Cualquiera que sea vuestra actividad, ya sea de palabra o de obra, hacedla en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17).

En el ideal cristiano, el trabajo no se hace para un amo terrenal o para obtener prestigio o para hacer dinero; se hace para Dios. Es verdad, por supuesto que hay que trabajar para ganar un sueldo, y que se debe cumplir con el que le emplea a uno; pero, por encima de eso, el cristiano tiene la convicción de que tiene que hacer su trabajo bien para que no le dé vergüenza presentárselo a Dios.

La revolución laboral que plantea el cristianismo comienza con la pregunta ¿“para quién trabajo”? Dice el texto que no deberíamos trabajar para el hombre sino para Dios. Eso cambia todo. Cambia la forma como hacemos el trabajo, cambia la calidad del producto final y cambia la motivación con la que nos acercamos al mismo. Jesucristo vino a redimir al ser humano integralmente, incluyendo su vida laboral.

leonardolombar@gmail.com

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