/ viernes 5 de octubre de 2018

Roberto ha pintado un Madrazo, a toro pasado

“Barula, es un hombre abierto, simpático, social, particularmente activo, móvil, dinámico, bajo una apariencia distendida”.

Esta es una de las definiciones que nos ofrece el diccionario y con seguridad de ahí, Luis Guillermo Pérez Cedrón, mejor conocido por su seudónimo de Lucho Argaín, director, compositor, intérprete y dueño de la afamada “Sonora dinamita” de Colombia, lo tomó para dar forma a su bulliciosa, estimulante, festiva, pegajosa “cumbia barulera”, que por cierto fue regrabada en tiempos recientes, pero con la voz del Coque Muñiz, que olvidaría el Himno Nacional, más nunca la versión de esa melodía, alma de las pachangas y todo tipo de eventos.

Sin embargo no es de música de lo que deseamos hablar este día, sino del carnal Pedro Herrera Romero del mero Carrillo Puerto, municipio del gran Guadalupe Victoria. Responde a plenitud al perfil que presenta el vocablo indicado. Ignoro quién y por qué impuso tal adjetivo al consanguíneo, pero desde que mi intelecto tiene luz, así se lo conoce, puesto que el concepto no es de uso común en el poblado, ni siquiera en el municipio y puedo sugerir que tampoco en el estado. Más no ahondaremos en el localismo ni semejantes antecedentes, para recordar el sucedido de que fue protagonista nuestro hombre.

Aconteció que en una noche invernal, cuando el manto del quemante frío cubre los llanos de la Comarca, Pedro llegó a eso de las cinco de la madrugada a su casa, en estado torundezco, tocó la puerta en espera de que su santa madre la abriera. Ella, que placenteramente dormía abrigada por los sarapes de la temporada, no lo escuchó.

Fue a las siete de la mañana que se levantó a realizar sus labores domésticas cotidianas y vio postrado a su primogénito en el marco. Con todo el amor que sólo la madre es capaz de extraer de su pecho le dijo: “Mira nada más como estás congelado, hijo de mi alma, pásale”. El, con voz trémula, tiritante, entrecortada, con un dejo de reproche contestó… ¡ya para qué, madre!

Tomo prestada la frase para gritarle a Roberto Madrazo Pintado: “ya para qué, Beto”. Resulta que el exdirigente del PRI, exgobernador del bello estado de Tabasco y excandidato a la Presidencia de la República, ofreció una entrevista al conductor de un escuchado programa radiofónico en la tierra del Macuspana, la primera después de dos años de haber caído al tercer lugar frente a Felipe Calderón Hinojosa y a su paisano Andrés López Obrador, en la contienda por la silla presidencial.

Entre muchas otras cosas, en síntesis, sin los eufemismos y circunloquios usuales en el lenguaje político que glasean sus palabras para darles un sentido o giro retórico, aseguró que Andrés Manuel, entonces abanderado del PRD, venció a Felipe Calderón, a juzgar por las actas electorales constantes en sus oficinas.

A mayor abundamiento añadió y presumió que Fecal le llamó para implorarle ayuda y se pronunciara avalando su triunfo.

Sostiene que se negó en aras de la estabilidad patria y prefirió hacer mutis antes que, al estilo Mónico de Luna, del muy cantado corrido de los Pérez, encendió la mecha y a los primeros plomazos fue el primero que corrió. Aunque opino yo que no quiso correr, no tanto por su amor al suelo azteca, sino para no volver a agarrar el atajo que lo hizo famoso como un atleta tramposo.

Dijo al periodista Emanuel Sibilla Oropesa del programa telereportaje, que como se negó a validar su aparente triunfo, fabricó un rosario de mentiras como venganza y para difamarlo; tal es el caso del comentado maratón de Berlín, de donde según cuenta la leyenda se salió de la vereda y del huacal para tomar una vía corta y alzarse con el triunfo en la justa deportiva.

Apostaba a que hubiera recuento, si el IFE hubiera tomado la decisión del recuento hubiera sido favorable a Andrés Manuel, pero que esa no era su lucha y por eso no entró al debate. Sea como fuere en los corrillos, mentideros políticos, columnas periodísticas, medios de comunicación causa extrañeza la aparición del tabasqueño para alborotar la gallera. De sus intenciones subterráneas nada se sabe y nada se sabrá.

“Barula, es un hombre abierto, simpático, social, particularmente activo, móvil, dinámico, bajo una apariencia distendida”.

Esta es una de las definiciones que nos ofrece el diccionario y con seguridad de ahí, Luis Guillermo Pérez Cedrón, mejor conocido por su seudónimo de Lucho Argaín, director, compositor, intérprete y dueño de la afamada “Sonora dinamita” de Colombia, lo tomó para dar forma a su bulliciosa, estimulante, festiva, pegajosa “cumbia barulera”, que por cierto fue regrabada en tiempos recientes, pero con la voz del Coque Muñiz, que olvidaría el Himno Nacional, más nunca la versión de esa melodía, alma de las pachangas y todo tipo de eventos.

Sin embargo no es de música de lo que deseamos hablar este día, sino del carnal Pedro Herrera Romero del mero Carrillo Puerto, municipio del gran Guadalupe Victoria. Responde a plenitud al perfil que presenta el vocablo indicado. Ignoro quién y por qué impuso tal adjetivo al consanguíneo, pero desde que mi intelecto tiene luz, así se lo conoce, puesto que el concepto no es de uso común en el poblado, ni siquiera en el municipio y puedo sugerir que tampoco en el estado. Más no ahondaremos en el localismo ni semejantes antecedentes, para recordar el sucedido de que fue protagonista nuestro hombre.

Aconteció que en una noche invernal, cuando el manto del quemante frío cubre los llanos de la Comarca, Pedro llegó a eso de las cinco de la madrugada a su casa, en estado torundezco, tocó la puerta en espera de que su santa madre la abriera. Ella, que placenteramente dormía abrigada por los sarapes de la temporada, no lo escuchó.

Fue a las siete de la mañana que se levantó a realizar sus labores domésticas cotidianas y vio postrado a su primogénito en el marco. Con todo el amor que sólo la madre es capaz de extraer de su pecho le dijo: “Mira nada más como estás congelado, hijo de mi alma, pásale”. El, con voz trémula, tiritante, entrecortada, con un dejo de reproche contestó… ¡ya para qué, madre!

Tomo prestada la frase para gritarle a Roberto Madrazo Pintado: “ya para qué, Beto”. Resulta que el exdirigente del PRI, exgobernador del bello estado de Tabasco y excandidato a la Presidencia de la República, ofreció una entrevista al conductor de un escuchado programa radiofónico en la tierra del Macuspana, la primera después de dos años de haber caído al tercer lugar frente a Felipe Calderón Hinojosa y a su paisano Andrés López Obrador, en la contienda por la silla presidencial.

Entre muchas otras cosas, en síntesis, sin los eufemismos y circunloquios usuales en el lenguaje político que glasean sus palabras para darles un sentido o giro retórico, aseguró que Andrés Manuel, entonces abanderado del PRD, venció a Felipe Calderón, a juzgar por las actas electorales constantes en sus oficinas.

A mayor abundamiento añadió y presumió que Fecal le llamó para implorarle ayuda y se pronunciara avalando su triunfo.

Sostiene que se negó en aras de la estabilidad patria y prefirió hacer mutis antes que, al estilo Mónico de Luna, del muy cantado corrido de los Pérez, encendió la mecha y a los primeros plomazos fue el primero que corrió. Aunque opino yo que no quiso correr, no tanto por su amor al suelo azteca, sino para no volver a agarrar el atajo que lo hizo famoso como un atleta tramposo.

Dijo al periodista Emanuel Sibilla Oropesa del programa telereportaje, que como se negó a validar su aparente triunfo, fabricó un rosario de mentiras como venganza y para difamarlo; tal es el caso del comentado maratón de Berlín, de donde según cuenta la leyenda se salió de la vereda y del huacal para tomar una vía corta y alzarse con el triunfo en la justa deportiva.

Apostaba a que hubiera recuento, si el IFE hubiera tomado la decisión del recuento hubiera sido favorable a Andrés Manuel, pero que esa no era su lucha y por eso no entró al debate. Sea como fuere en los corrillos, mentideros políticos, columnas periodísticas, medios de comunicación causa extrañeza la aparición del tabasqueño para alborotar la gallera. De sus intenciones subterráneas nada se sabe y nada se sabrá.