/ sábado 24 de abril de 2021

Se vale de todo

El uso medicinal de las yerbas se remonta al origen mismo de la humanidad. Plantas determinadas han sido objeto de estudio en las más antiguas civilizaciones.

Ejemplo, como otros miles, se cuenta la colchinina cuyos atributos fueron comprobados por los egipcios beneficiarios de sus propiedades. Para no ir tan lejos recordemos a las abnegadas abuelas que ante los galopantes empachos, las torrenciales solturas, los lacerantes retorcijones y el ignominioso “pujo” preparaban reconfortantes brebajes a base de prodigiosa, hierba del cochino, epazote de zorrillo, salvilla, o gobernadora, con tomas precedidas o sucedidas por las consabidas sobadas en la región dolorida que indistintamente eran las corvas, la rabadilla, el plexo solar, la planta de los pies, fuertes golpes en las rodillas coronados con tronante tirones de greñas que separaban el cuero cabelludo del casco craneal, pero el alivio se dejaba sentir en poco tiempo.

Para no ir tan lejos, la antigua Escuela de Agricultura de Chapingo, creó dentro de su estructura un área dedicada exclusivamente a la exploración, recolección, investigación y preparación de los productos herbarios habidos en el bendito cuanto extenso suelo mexicano. Tan es así, que bajo la supervisión del doctor Erick Estrada se ahondó en el estudio de la hierba del sapo, de la que crecen más de una docena de variedades. De ellas se escogió la más benevolente y con procedimientos científicos se potenciaron sus efectos. A la fecha es uno de los distintivos de ese departamento, recomendada para desalojar el colesterol de las atrofiadas arterias con resultados metódicamente demostrados. Como esa, hay infinidad de arbustos y árboles que en amigable encuentro con los sufrientes organismos les ha devuelto la salud robada por los años pasados.

Don Beto Flores Ortiz, de feliz memoria, compañero de trabajo en la entonces Procuraduría de Justicia, conoció los secretos de una portentosa planta de la que siempre se reservó su nombre y se lo llevó a la tumba por razones que a él le bastaron y respetamos. Su poder era tal que en días diluía las “piedras” formadas en los riñones y en sus vías de expulsión. Testigos de su eficacia fueron el querido y siempre bien recordado maestro y rector de nuestra máxima casa de estudios don José Hugo Martínez Ortiz, que tras de punzantes dolores, en menos de una semana se deshizo de ellas ante el asombro de su especialista, según me contó después. Pueden dar testimonio igualmente el doctor José Luis Rojo, el contador Ignacio Campa Valenzuela y este humilde servidor.

Llegado a este punto desvelaré el por qué de las citas anteriores. El buen amigo doctor Reynaldo Milla Villeda, reconocido maestro de la Facultad de Medicina de la Universidad Juárez, en mi concepto es un investigador nato. Siendo su especialidad la ginecología, ha estudiado otras ramas y aplicaciones de su profesión, convencido del principio hipocrático según el cual “quitar el dolor es obra divina”. Cuando eran escasos, instaló un equipo de rayos X accesible a los pacientes no sólo suyos, sino de cuantos requirieran los inevitables estudios. En cuanto apareció la maléfica pandemia, de todos conocida, se entregó al estudio de sus causas, efectos, virulencia y aspectos que solo alguien con un basamento cualificado pueda escudriñarlas. Encontró que el ozono que desde hace años maneja para una serie de enfermedades, es también útil para contrarrestar o al menos controlar los efectos del asiático bicho; claro está, sin hacer a un lado las recomendaciones y tratamientos de la parte oficial.

Encontró asimismo que estaba debidamente explorado y documentado por instituciones internacionales de alta reputación, el dióxido de cloro, para debilitar los perniciosos efectos del virus, sobre todo en su etapa invasiva inicial. No paró ahí y en el curso de sus investigaciones indagó otras alternativas serias y fiables. Fue así como se enteró que la colchinina, está considerada como un eficiente enemigo de ese mal; se insiste, sin pasar por alto la medicina institucional. El doctor Milla ofreció a las instancias correspondientes su equipo para aplicar y producir el ozono, pues precisa un proceso electroquímico.

Su oferta no fue considerada por el apego a las directrices de la Secretaría de Salud; no obstante está en pie su intención de poner al alcance de cualquier institución privada o gubernamental como coadyuvante en este flagelo que nos ha tocado vivir.

El uso medicinal de las yerbas se remonta al origen mismo de la humanidad. Plantas determinadas han sido objeto de estudio en las más antiguas civilizaciones.

Ejemplo, como otros miles, se cuenta la colchinina cuyos atributos fueron comprobados por los egipcios beneficiarios de sus propiedades. Para no ir tan lejos recordemos a las abnegadas abuelas que ante los galopantes empachos, las torrenciales solturas, los lacerantes retorcijones y el ignominioso “pujo” preparaban reconfortantes brebajes a base de prodigiosa, hierba del cochino, epazote de zorrillo, salvilla, o gobernadora, con tomas precedidas o sucedidas por las consabidas sobadas en la región dolorida que indistintamente eran las corvas, la rabadilla, el plexo solar, la planta de los pies, fuertes golpes en las rodillas coronados con tronante tirones de greñas que separaban el cuero cabelludo del casco craneal, pero el alivio se dejaba sentir en poco tiempo.

Para no ir tan lejos, la antigua Escuela de Agricultura de Chapingo, creó dentro de su estructura un área dedicada exclusivamente a la exploración, recolección, investigación y preparación de los productos herbarios habidos en el bendito cuanto extenso suelo mexicano. Tan es así, que bajo la supervisión del doctor Erick Estrada se ahondó en el estudio de la hierba del sapo, de la que crecen más de una docena de variedades. De ellas se escogió la más benevolente y con procedimientos científicos se potenciaron sus efectos. A la fecha es uno de los distintivos de ese departamento, recomendada para desalojar el colesterol de las atrofiadas arterias con resultados metódicamente demostrados. Como esa, hay infinidad de arbustos y árboles que en amigable encuentro con los sufrientes organismos les ha devuelto la salud robada por los años pasados.

Don Beto Flores Ortiz, de feliz memoria, compañero de trabajo en la entonces Procuraduría de Justicia, conoció los secretos de una portentosa planta de la que siempre se reservó su nombre y se lo llevó a la tumba por razones que a él le bastaron y respetamos. Su poder era tal que en días diluía las “piedras” formadas en los riñones y en sus vías de expulsión. Testigos de su eficacia fueron el querido y siempre bien recordado maestro y rector de nuestra máxima casa de estudios don José Hugo Martínez Ortiz, que tras de punzantes dolores, en menos de una semana se deshizo de ellas ante el asombro de su especialista, según me contó después. Pueden dar testimonio igualmente el doctor José Luis Rojo, el contador Ignacio Campa Valenzuela y este humilde servidor.

Llegado a este punto desvelaré el por qué de las citas anteriores. El buen amigo doctor Reynaldo Milla Villeda, reconocido maestro de la Facultad de Medicina de la Universidad Juárez, en mi concepto es un investigador nato. Siendo su especialidad la ginecología, ha estudiado otras ramas y aplicaciones de su profesión, convencido del principio hipocrático según el cual “quitar el dolor es obra divina”. Cuando eran escasos, instaló un equipo de rayos X accesible a los pacientes no sólo suyos, sino de cuantos requirieran los inevitables estudios. En cuanto apareció la maléfica pandemia, de todos conocida, se entregó al estudio de sus causas, efectos, virulencia y aspectos que solo alguien con un basamento cualificado pueda escudriñarlas. Encontró que el ozono que desde hace años maneja para una serie de enfermedades, es también útil para contrarrestar o al menos controlar los efectos del asiático bicho; claro está, sin hacer a un lado las recomendaciones y tratamientos de la parte oficial.

Encontró asimismo que estaba debidamente explorado y documentado por instituciones internacionales de alta reputación, el dióxido de cloro, para debilitar los perniciosos efectos del virus, sobre todo en su etapa invasiva inicial. No paró ahí y en el curso de sus investigaciones indagó otras alternativas serias y fiables. Fue así como se enteró que la colchinina, está considerada como un eficiente enemigo de ese mal; se insiste, sin pasar por alto la medicina institucional. El doctor Milla ofreció a las instancias correspondientes su equipo para aplicar y producir el ozono, pues precisa un proceso electroquímico.

Su oferta no fue considerada por el apego a las directrices de la Secretaría de Salud; no obstante está en pie su intención de poner al alcance de cualquier institución privada o gubernamental como coadyuvante en este flagelo que nos ha tocado vivir.