/ sábado 23 de diciembre de 2023

Sed de autoritarismo


“Alrededor del mundo, la democracia asciende y la democracia entra en declive”

-Charles M. Blow


En un texto de imprescindible lectura publicado en el prestigioso diario “The New York Times”, Charles M. Blow se refiere a la sed de autoritarismo que hay en Estados Unidos y recupera datos del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, según el cual el número de países que caminan hacia el autoritarismo es más del doble de aquellos que se mueven hacia la democracia, además de que casi la mitad de 173 países diagnosticados y estudiados experimentaron algún declive en al menos una de las métricas democráticas utilizadas en el estudio.

Se ha documentado ya desde hace algunos años la peligrosa tendencia de varios países del mundo hacia regímenes que, en mayor o menor medida, pueden llegar a ser considerados o tildados de “autoritarios”, por el solo hecho de que restringen una cantidad significativa de derechos fundamentales y libertades públicas, siempre en detrimento de la pluralidad, la tolerancia y/o el multiculturalismo.

El denominador común en todos los casos es el desencanto generalizado con la democracia, en razón de que ésta, presuntamente, no les garantiza mejores condiciones de vida, economía, trabajo, salud u otras áreas consideradas como prioritarias en los espacios colectivos. Dicho desencanto acarrea espejismos, falacias y sofismas de los que se hacen valer políticos populistas, todos ellos carentes de escrúpulos, los cuales ofrecen soluciones mágicas para los graves problemas sociales que se llevan acarreando desde décadas atrás, sin distingo de ideologías, colores políticos, partidos o colocación en el espectro político. Esta es, precisamente, una de las características del populismo: no discrimina entre izquierda o derecha, además de que tiene un arraigo fuertemente enraizado en elementos demagógicos y de basura discursiva.

Retomando el análisis de Blow, llama la atención que en Estados Unidos, una de las democracias más consolidadas a escala planetaria, la confianza en muchas de las más importantes instituciones como las escuelas, las corporaciones económicas o los medios de comunicación, se encuentra en un punto muy bajo, lo cual ha sido aprovechado por un personaje tan siniestro como el ex presidente Donald Trump, quien aspira a volver a ocupar la Casa Blanca y con muchas posibilidades de hacerlo, según registran las encuestas.

Si Trump perdió la pasada elección presidencial contra Joe Biden, ello no representó que se haya marchado el trumpismo. Hay una gran polarización en Estados Unidos que sirve como caldo de cultivo para que los grupos más radicales, fanáticos y extremistas se aglutinen en torno a Trump quien, como ya se decía, está marcando números muy altos en los instrumentos demoscópicos. Claro está que la gestión de Biden ha sido decepcionante para muchas personas en nuestro vecino país del norte, pero llama la atención que un amplio porcentaje de las mismas quiera re-editar el experimento del trumpismo que tanto daño hizo a nivel no sólo de Estados Unidos sino también en términos de la democracia internacional, pues empezaron a surgir réplicas del magnate con su mismo modus operandi y con la misma estirpe autoritaria.

Hay, en suma, una sed de autoritarismo como bien dice Blow, la cual se expande velozmente por toda la faz de la tierra. Si no corregimos a tiempo la configuración, el rumbo y los horizontes de nuestras alicaídas democracias, esa sed terminará por ahogarnos irremediablemente. El autoritarismo es una bomba de tiempo y sólo la democracia puede ganarle la batalla; ese es precisamente el dilema: ¿cómo hacerlo?


“Alrededor del mundo, la democracia asciende y la democracia entra en declive”

-Charles M. Blow


En un texto de imprescindible lectura publicado en el prestigioso diario “The New York Times”, Charles M. Blow se refiere a la sed de autoritarismo que hay en Estados Unidos y recupera datos del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, según el cual el número de países que caminan hacia el autoritarismo es más del doble de aquellos que se mueven hacia la democracia, además de que casi la mitad de 173 países diagnosticados y estudiados experimentaron algún declive en al menos una de las métricas democráticas utilizadas en el estudio.

Se ha documentado ya desde hace algunos años la peligrosa tendencia de varios países del mundo hacia regímenes que, en mayor o menor medida, pueden llegar a ser considerados o tildados de “autoritarios”, por el solo hecho de que restringen una cantidad significativa de derechos fundamentales y libertades públicas, siempre en detrimento de la pluralidad, la tolerancia y/o el multiculturalismo.

El denominador común en todos los casos es el desencanto generalizado con la democracia, en razón de que ésta, presuntamente, no les garantiza mejores condiciones de vida, economía, trabajo, salud u otras áreas consideradas como prioritarias en los espacios colectivos. Dicho desencanto acarrea espejismos, falacias y sofismas de los que se hacen valer políticos populistas, todos ellos carentes de escrúpulos, los cuales ofrecen soluciones mágicas para los graves problemas sociales que se llevan acarreando desde décadas atrás, sin distingo de ideologías, colores políticos, partidos o colocación en el espectro político. Esta es, precisamente, una de las características del populismo: no discrimina entre izquierda o derecha, además de que tiene un arraigo fuertemente enraizado en elementos demagógicos y de basura discursiva.

Retomando el análisis de Blow, llama la atención que en Estados Unidos, una de las democracias más consolidadas a escala planetaria, la confianza en muchas de las más importantes instituciones como las escuelas, las corporaciones económicas o los medios de comunicación, se encuentra en un punto muy bajo, lo cual ha sido aprovechado por un personaje tan siniestro como el ex presidente Donald Trump, quien aspira a volver a ocupar la Casa Blanca y con muchas posibilidades de hacerlo, según registran las encuestas.

Si Trump perdió la pasada elección presidencial contra Joe Biden, ello no representó que se haya marchado el trumpismo. Hay una gran polarización en Estados Unidos que sirve como caldo de cultivo para que los grupos más radicales, fanáticos y extremistas se aglutinen en torno a Trump quien, como ya se decía, está marcando números muy altos en los instrumentos demoscópicos. Claro está que la gestión de Biden ha sido decepcionante para muchas personas en nuestro vecino país del norte, pero llama la atención que un amplio porcentaje de las mismas quiera re-editar el experimento del trumpismo que tanto daño hizo a nivel no sólo de Estados Unidos sino también en términos de la democracia internacional, pues empezaron a surgir réplicas del magnate con su mismo modus operandi y con la misma estirpe autoritaria.

Hay, en suma, una sed de autoritarismo como bien dice Blow, la cual se expande velozmente por toda la faz de la tierra. Si no corregimos a tiempo la configuración, el rumbo y los horizontes de nuestras alicaídas democracias, esa sed terminará por ahogarnos irremediablemente. El autoritarismo es una bomba de tiempo y sólo la democracia puede ganarle la batalla; ese es precisamente el dilema: ¿cómo hacerlo?